Prólogo
En el cuadragésimo milenio, las guerras intergalácticas arrasan planetas enteros. Bajo sus densas atmósferas, solo se oyen las carcajadas de los vencedores, que ensordecen el lamento de los caídos en una destrucción infinita.
Año 41.996 del calendario imperial. En esta época solo hay guerra, dolor y penurias, y los ejércitos imperiales, son la única esperanza que le queda a la humanidad.
Todos los cuadrantes del espacio exterior, se los disputan las temidas razas de Xenos que asedian desde los confines del universo. El imperio los mantiene a raya, guerra tras guerra, a la vez que conquista nuevos territorios expandiendo su glorioso imperio más allá de las estrellas.
Terra y los miles de planetas confederados de la humanidad, han dejado de ser la próspera federación galáctica de antaño. Su preciado conocimiento tecnológico, se ha perdido en los albores del tiempo, diluyéndose por el paso de los milenios. La ciencia y la alta tecnología, han quedado sepultadas por el miedo, la destrucción y la superstición. En su lugar, un poderoso imperio reclama su posición en las estrellas. Éste domina todos los mundos habitados por los humanos, defendiendo sus fronteras en nombre de un emperador caído.
La mayoría de los humanos que no pertenecen a las milicias, tienen todos sus derechos mermados. Solo son trozos de carne esclavizados por sus capataces, pertenecientes a una sociedad opresora e involucionada.
Actualmente el imperio de la humanidad está gobernado con mano de hierro por Adeptus Terra, una administración de políticos carroñera y corrupta, que susurra al oído catatónico del emperador moribundo.
La humanidad se sostiene gracias al sudor de billones de hombres y mujeres, que trabajan sin descanso encadenados a sus planetas de origen. Miles de planetas cumplen su cometido pagando puntualmente sus diezmos al imperio, ya sea con materia prima o con soldados. El planeta que no paga puntualmente es castigado severamente, y el gobernador planetario reemplazado y degradado por su incompetencia.
Los mundos agrícolas suministran el alimento para las miles de billones de bocas hambrientas de la humanidad. Planetas con altos recursos tecnológicos fabrican todo tipo de armamento, infraestructura y vehículos. Mundos colmena superpoblados manufacturan una gran variedad de productos de primera necesidad y nutre de soldados al imperio, engrosando sus extensos regimientos…
Esta es la historia de uno de esos miles de planetas colmena bajo el yugo del emperador. Uno de los más importantes, reconocidos y productivos, cuya función principal es fabricar armamento y munición. Esta es la historia de los habitantes de Necromunda, posiblemente uno de los planetas colmena más poblados del imperio.
Ubicado en el Segmentum Solar, Necromunda es un mundo con infinidad de plantas de procesamiento, minas y refinerías. Con una superpoblación descontrolada e imposible de censar.
Los recursos de Necromunda fueron explotados hasta el límite durante milenios. Sus montañas ricas en minerales desaparecieron. Los mares fueron drenados y convertidos en charcas de lodos químicos. Y toda la fauna y flora se extinguió bajo una atmósfera venenosa que escupe ácido a sus habitantes en forma de lluvia.
La superficie del planeta se ha convertido en un páramo de cenizas radioactivo, con miles de ciudades colmena superpobladas por la sociedad necromundana. Estas grandes megalópolis albergan miles de millones de trabajadores hacinados, y ofrecen a sus habitantes protección contra los peligros del exterior: una atmósfera venenosa y un escudo contra los forajidos desterrados, mutantes, nómadas y caníbales.
Las colmenas son vastas infraestructuras construidas de hormigón, ceramita y plastiacero. Están erigidas sobre las antiguas ciudades y divididas verticalmente por diferentes clases sociales. La clase obrera ocupa los escalafones inferiores trabajando sin apenas descanso y las zonas superiores, denominadas cúspides, son lujosas ciudades que están reservadas para las familias nobles.
En Necromunda hay miles de ciudades colmena dispersas por toda la superficie del planeta. La capital planetaria es la majestuosa colmena Primus, una maravilla arquitectónica gobernada por Gerontius Hermawr. Con una altura de 16 km. desde la superficie y con 3,2 km. de cimientos en el subsuelo. Es la colmena más antigua, y la única que dispone un espacio-puerto para importar y exportar todos los productos.
En lo más profundo de las colmenas, bajo las fábricas y refinerías se encuentra el oscuro y anárquico submundo. Se trata de los cimientos de las viejas colmenas, una vasta superficie industrial llena de habitáculos, pasarelas y cúpulas derruidas. Son las antiguas ciudades que fueron abandonadas cuando las colmenas empezaron a crecer verticalmente.
Necromunda está bajo el mandato imperial del gobernador planetario Lord Gerontius Helmawr, y su guardia de agentes ejecutores. Suya es la responsabilidad de cumplir puntualmente con los diezmos que impone el imperio. Y cuando la cuota de producción peligra de no llegar a la cifra decretada, su deber es castigar sin piedad a los trabajadores.
Las familias nobles más relevantes son: Casa Catallus, Casa Greim, Ko’iron, Casa Ran Lo, Casa Ty y Casa Ulanti. Estas familias viven en las zonas más altas y privilegiadas de las colmenas, denominadas agujas, por encima de un mar de nubes tóxicas. Los nobles disponen de todo tipo de lujos gracias a su extenso linaje, alargado artificialmente, y los contratos abusivos con las casas obreras del clan.
Por último están las casas del clan, cada una con su cultura, idioma, reglas, especialidades y contratos. Unas u otras, están presentes en casi todas las ciudades colmena. Su función es que las fábricas sean productivas y nunca se detengan. Los territorios de cada clan están bien definidos por fronteras y sus enemistades con las otras casas son persistentes por la exclusividad de contratos. Es por este motivo, que los sabotajes y las trifulcas entre casas están a la orden del día.
Las casas del clan más poderosas, que controlan el monopolio de la producción, y que luchan para ganarse los contratos de explotación de Necromunda son:
La Casa Orlock o los señores del hierro. Son un clan orgulloso de trabajadores mineros que se ha especializado en explotar las minas y comercializar materias primas en estado bruto. Sin duda alguna los Orlock son los reyes del páramo. Sus caravanas fuertemente defendidas cruzan el yermo de cenizas a diario, distribuyendo toneladas de minerales hacia las ciudades colmena.
La Casa Van Saar o la Casa del Artificio, son por excelencia los mejores artesanos de Necromunda. Poseedores de un arca-tecnología prohibida que les permite producir los productos más avanzados tecnológicamente y con mejores acabados. Ellos construyeron el Anillo de Selen, el espacio puerto de la colmena Primus.
La Casa Delaque la forman individuos pálidos y sombríos, y toda la sociedad necromundana desconfía de ellos y los evita. También apodada la casa de las Sombras, se dedican a traficar con la información. No se sabe a ciencia cierta si son espías del imperio o conspiradores de la casa Helmawr.
La Casa Cawdor o Casa de la Fe, se dedica a reciclar la chatarra. Predican con el culto al emperador y han optado por una vida humilde y devota. Son el clan más pobre pero el más numeroso con diferencia. Odian a los herejes y apoyan en secreto a sus hermanos de la redención, unos fanáticos encapuchados que periódicamente organizan purgas contra todo tipo de infrahombres.
La Casa Escher, en su gran mayoría mujeres, son las alquimistas de Necromunda. También conocidas como la Casa de los Filos. El clan se ha especializado en la creación de drogas y venenos. Su extenso conocimiento sobre biotecnología les permite crear las medicinas más efectivas, estimulantes y sedantes. También son las responsables de las infalibles y famosas pistolas láser que utilizan los soldados del imperio.
La Casa Goliath son los Señores de las Forjas, y los que fabrican el mejor acero que puede exportarse desde Necromunda. Son una clase obrera creada en laboratorios y nacidos artificialmente en cubas amnióticas para resistir las peores condiciones de trabajo. Creados como raza esclava por el clan Escher y Van Saar, los Goliath consiguieron la libertad sublevándose por la fuerza, y sus forjas se han esparcido rápidamente por toda Necromunda. Son grandes y musculosos, capaces de trabajar en las peores zonas contaminadas. Ellos respetan la fuerza por encima de todo.
Estas casas del clan existen desde hace cientos de años. Algunas son más viejas que otras pero todas se han ganado su posición con esfuerzo, sudor y derramamiento de sangre.
Hace milenios que Necromunda sobrevive de sus desechos de chatarra y del reciclaje continuo. Este es uno de los motivos por los que las casas del clan se adentran en el submundo de las colmenas en busca de la preciada arca-tecnología. Esta tecnología olvidada, y en algunos casos prohibida, reposa enterrada bajo los escombros producidos por las numerosas guerras que han sacudido al planeta desde la era de los conflictos, y el continuo crecimiento de las colmenas.
Mientras el engranaje siga funcionando y la producción sea favorable para el imperio, Necromunda seguirá existiendo. Lord Helmawr se encargará de ello, como lleva haciéndolo su estirpe desde hace milenios, aplastando a los conspiradores y optimizando las cuotas de producción.
Descenso al submundo
1 parte
Zaart está satisfecho mientras observa, desde la ventana, el vasto páramo de cenizas que se extiende más allá de las chabolas. Por fin lo ha conseguido, está fuera, y atrás quedaron los años que pertenecía a la clase obrera de los explotados. Ha sacrificado mucho para conseguirlo, pero habría vendido su alma al mismísimo diablo por salir de las oscuras minas.
Hoy es un día especial, se ha ganado un puesto en la Casa Orlock, y lo envían al desierto de cenizas. Su misión es proteger un cargamento que transporta maquinaria para construir un asentamiento minero en los Yermos. La banda a la que pertenece, es la encargada de transportar, construir y explotar un nuevo asentamiento a varios días de la colmena Primus.
Mientras se fija en las numerosas caravanas del clan que entran y salen de la colmena, desenfunda una de sus pistolas primitivas, y repasa pensativo todas y cada una de las muescas de su vieja arma. Sus sucias manos recorren la pistola lentamente, hasta que una uña llena de tierra se detiene ante una gran muesca de la culata”Te lo dije bastardo, te prometí que algún día saldría de las minas”.
Zaart tiene 20 años terranos, y en Necromunda si llegas a esa edad eres todo un superviviente. Ahora pertenece al páramo, y tiene la plenitud de formar parte de algo grande junto con sus hermanos de armas. Se siente pleno y orgulloso de ser un cañonero de Los Rojos, una de las bandas más poderosas y respetadas de la casa Orlock en la Colmena Primus.
Mientras sus dedos acarician el arma, su mente viaja 3 meses al pasado, al mismo día que la culata de su antigua pistola quedó marcada de por vida. Al mismo día que todo cambió.
Sus pensamientos lo transportan a la época en que sobrevivía en su pequeño habitáculo, una sucia ratonera que compartía con esa cucaracha de sumidero al que llamaba padre.
Tres meses atrás…
El viejo le pega casi todos los días y le roba los pocos créditos que gana en las minas para gastarlo en los bebederos del Nexo. Zaart y su padre son mineros explotados que trabajan para Los Rojos de la casa Orlock.
Un trabajador explotado puede sacar algo de tiempo libre después de su turno de trabajo si sacrifica un par de horas de sueño. Y la gran mayoría de sucios obreros invierten ese preciado tiempo en los tugurios, jugando a los dados y cartas, o apostando en los pozos de lucha. Su padre se bebe el salario de ambos.
A su madre no la llegó a conocer, murió en el parto cuando nació. Estas muertes son abundantes cuando las mujeres obreras dan a luz, y están mal nutridas por remesas defectuosas de comida sintética. Lo único que conoce de ella es lo que su padre le balbucea cuando va ebrio. Dice que era una fracasada débil y perdedora como él, y que ambos han sido la peor de sus desgracias. Que ella está mejor muerta, y que fue más productiva como almidón de cadáver.
Zaart se reconforta pensando que la muerte de su madre tuvo que ser una bendición para ella, porque seguro que ese hijo de puta le hacía la vida imposible. Cuando su madre murió, el recién nacido Zaart fue enviado al orfanato del Nexo. Allí residen todos los hijos de los explotados que no pueden hacerse cargo de los infantes.
En el clan de Los Rojos, cuando un niño de los explotados nace, pasa parte de su prematura niñez en los orfanatos. Estos niños son cuidados por los ex trabajadores más viejos que ya no pueden desarrollar ningún tipo de oficio en las duras minas de los asentamientos. Dado que los obreros trabajaban por largos turnos, durante 2 tercios diarios y con apenas unas horas para dormir, no tienen tiempo para hacerse cargo de un mocoso.
Llegado el momento en el que los niños explotados empiezan a ser autosuficientes, y pueden realizar algunas tareas productivas, son devueltos a los habitáculos junto con sus progenitores. Esto se hace para ahorrar espacio y liberar camas en los orfanatos. Entonces, a la edad de 6 o 7 años, les encomiendan trabajos sencillos de manufactura, pintura, limpieza y engrasado de la maquinaria, selección de minerales o cosas por el estilo.
Zaart idolatra a los pandilleros de Los Rojos, y todas las historias que se cuentan sobre ellos. A veces puede ver algún miembro de la casa hablando con los capataces y supervisando la producción. Ellos pasean por las minas y las fábricas, observando a los explotados con miradas penetrantes e inquisidoras. Son imponentes y fuertes, ataviados con pañuelos carmesíes, con cicatrices en los rostros y con sus poderosas armas enfundadas. Zaart los admira, y se ha llevado más de un latigazo neuronal de los capataces, por levantar la mirada ante su presencia.
Ese día, como de costumbre, su padre le había intentado robar. Al principio Zaart escondía los pocos créditos por el pequeño habitáculo, pero no servía de mucho, el viejo siempre los encontraba. Después optó por llevarlos a todas horas consigo, incluso dormía con una incómoda bolsa atada al cinturón. Era inútil, el viejo lo despertaba con su fétido aliento de alcohólico y se los quitaba.
Su padre siempre lo intimida con una tubería oxidada, y si no suelta los créditos lo golpea con ella, incluso cuando cede a entregarlos.
Pero hoy Zaart no piensa ceder.
El joven explotado ha conseguido una rudimentaria pistola primitiva de contrabando. Algo no muy difícil, ya que si algo abunda en Necromunda son las armas y la munición. Piensa que de esta forma podrá defenderse del viejo cuando le intente robar. El arma la ha comprado a plazos, pues es la única manera de no acumular dinero y correr el riesgo de que su padre se lo robe, o peor aún, que encuentre la pistola. Cada día después de trabajar en las minas, desentierra la pistola de su escondite y la vuelve a enterrar antes de volver a casa.
Zaart, durante los cambios de turno, suele hacer puntería con unas botellas viejas siempre que puede. Sueña con dejar las minas y convertirse en un pandillero. Sus amigos se ríen de él, pero no le importa demasiado. Ellos solo piensan en consumir alcohol y drogas para evadirse del duro trabajo. La mayoría de jóvenes, explotados, desperdician lo poco que ganan en los bebederos o apostando. Igual que su padre, igual que todos.
El joven mantiene amistad con algunos chicos que han corrido la misma suerte que él, a manos de sus padres alcohólicos. Otro de sus pasatiempos es divertirse con ellos, lanzando cojinetes de hierro en una especie de aro enterrado. Tiene muy buena puntería encestando, y es el campeón indiscutible de ese juego improvisado.
Dork, que así se llama su progenitor, está enfadado como de costumbre cuando tiene el síndrome de abstinencia. La mano que sostiene la tubería tiembla y sus ojos vidriosos lo escrutan amenazantes.
Zaart ya no es un crío y su padre es consciente de ello. En consecuencia, el viejo últimamente prefiere utilizar las amenazas verbales como método de persuasión para arrebatarle los créditos. Dork está envejeciendo aceleradamente por el consumo de alcohol y el duro trabajo. Y sabe que si intenta golpearlo, corre el riesgo de que el mocoso se defienda con éxito y cambien las tornas para siempre.
–Vamos Zaart, suelta el dinero o ya sabes como acabará esto.
–No te voy a dar nada, estos créditos son míos y me los he ganado trabajando en las minas –replica el joven apretando los dientes, mientras los ruidos de los taladros neumáticos resuenan en el exterior.
–¡Maldito inútil!, eres mi puto hijo y mientras vivas en el mismo techo harás lo que yo diga, todo lo que tienes me pertenece!
–¡Solo eres un viejo borracho, me avergüenza que seas mi padre! –contesta con las facciones marcadas por el odio mientras mete una mano en la parte trasera de su desgastado pantalón.
Dork, piensa que su hijo busca los ansiados créditos y sonríe satisfecho. Pero su sonrisa se tuerce al instante cuando se da cuenta del arma que está empuñando su hijo. Ese día el muchacho no ha enterrado la pistola.
–¿De dónde demonios has sacado ese trasto maldito inútil? –le grita mientras le mantiene la mirada con ojos furiosos.
Zaart ha tomado una decisión. En el momento que compró la pistola, pensó que solo la utilizaría para intimidar al viejo. Pero ese pensamiento mutó rápidamente al plantearse que todo iría mejor si ese bastardo estuviera muerto. Había decidido que no le quedaba otra opción que acabar con la miserable vida de su padre. Y este pensamiento recurrente había ido creciendo en él, junto a una sensación de paz y liberación. El joven mira fijamente y con determinación a su padre.
El instinto primigenio de supervivencia del ser humano se activa cuando se siente amenazado, y su padre se pone tenso cuando lee la muerte en los ojos de su vástago.
–No vas a dispararme…, –dice suavizando el tono– tú no eres un asesino como esos malditos pandilleros…, sé que no he sido un buen padre…, baja esa pistola, chico – la mirada odiosa de Zaart es consistente durante unos segundos, pero se desvanece paulatinamente, y sus ojos empiezan a brillar. El joven ha tenido tan poco afecto a lo largo de su miserable vida, que a su padre le cuesta muy poco apaciguar su ira con falsas promesas.
–¡Estoy harto de tus palizas, harto de que te quedes con mi salario y estoy harto de trabajar en las minas! –se queja con los ojos inundados por las lágrimas, llorando de la rabia. El chico se desinfla al darse cuenta de que no es capaz de disparar a su padre, y que no tiene madera de pandillero. Se siente arrepentido, temeroso y decepcionado de sí mismo.
–Lo siento Zaart… –empieza a decir su padre con tono conciliador–. Tranquilo, te prometo que no volveré a quedarme con tu dinero, y no le voy a decir nada de esto a los vigilantes –Al oír esta promesa, el chico baja la pistola lentamente y se pone a temblar por la ansiedad. Se encuentra desorientado, el habitáculo le da vueltas, y cuando baja la guardia su padre se abalanza sobre él.
–¡Maldito hijo de perra! –grita mientras lo golpea con la tubería en el brazo que sostiene la pistola. El arma cae al suelo con un ruido metálico, y Dork carga contra su hijo, golpeándolo repetidas veces en los brazos, la cara y las costillas. El chico se cubre con ambos brazos para evitar recibir los impactos en la cabeza, y con uno de sus bloqueos consigue aferrarse a la tubería.
Padre e hijo empiezan a forcejear en el suelo durante unos segundos, pero Zaart consigue zafarse de un brazo y propinarle un codazo que le parte la nariz. Su padre aúlla de dolor con las manos en la cara mientras lo maldice.
Zaart se levanta con el cuerpo magullado y con el semblante desencajado…, los mocos y la sangre le gotean de las fosas nasales…, recoge el arma y piensa que ya nada importa.
–Hijo… –empieza a decir su padre, pero sus palabras ensordecen bajo el estruendo de la pistola. La bala abre un boquete sanguinolento en su vientre. Los gritos de dolor se fusionan con el ruido del martillo neumático y la tuneladora que taladran en el exterior.
El viejo cae de rodillas, se palpa su estómago, y mira estupefacto sus manos teñidas de sangre. El dolor es inhumano, y gime un lamento desgarrador, apenas audible. Empieza a arrastrarse lentamente en dirección a su hijo, dejando un reguero de sangre por el suelo.
–Muérete de una maldita vez–. Sentencia Zaart encañonando el arma en la cabeza del viejo. Está seguro que el ruido de la maquinaria circundante del exterior ahogará el disparo. Vuelve a presionar el gatillo, pero la pistola enmudece ante el asombro del joven… se ha encasquillado. No se lo piensa dos veces, mientras su padre le estira la parte baja del pantalón, Zaart agarra la pistola por el cañón y le estrella la culata del arma repetidas veces en su cabeza, descargando toda su rabia contra él. La culata se abre paso entre la piel y el hueso, produciendo abolladuras en su cráneo. Y al final, la tensión de la mano en su pantalón cede.
El joven se sienta en el suelo, abatido, con la cara manchada de sangre, y temblando. Mira la pistola humeante mientras su mente repasa lo acontecido, hay un intenso olor a pólvora. Escudriña la escena lentamente mientras piensa en el próximo movimiento. Ahí está el bastardo de su viejo, mirándolo con ojos de muerto, con el cráneo abierto y las tripas desparramadas por el suelo. Los impactos producidos por la munición Dum-Dum son letales, así se lo había asegurado el vendedor de la pistola.
No siente ningún tipo de remordimiento, solo temor y rabia. Cuando lo sacaron del orfanato y lo devolvieron al habitáculo junto a su padre, este era un extraño que no sentía ningún afecto por él. Un maldito demonio que lo maltrataba a diario. Está convencido de que se ha hecho justicia, sin saber muy bien lo que significa esa palabra.
Ha pasado media hora mientras su cabeza repasa una y otra vez lo acontecido. El miedo empieza a inundar sus pensamientos. Tiene que limpiar la sangre del habitáculo y deshacerse del cuerpo sin ser visto. Hay que reaccionar rápido. Sabe que lo más importante es que no haya testigos.
En un planeta ultraviolento como Necromunda, no se hacen muchas preguntas cuando aparece un explotado asesinado. De vez en cuando ocurre, a causa de trifulcas de taberna o peleas entre ellos. Y mientras no haya testigos, es posible que no pase nada. Además, su único pariente vivo es él, y no piensa reclamar justicia por el viejo. Los vigilantes no gastarán tiempo ni recursos por la muerte de un simple explotado.
Zaart empieza un nuevo turno de trabajo en siete horas. Tendrá que deshacerse del cuerpo en seguida, antes de que los capataces lo echen de menos en las minas. Tapa el cadáver con la sucia manta que utilizaba su padre para dormir, y limpia los restos de sangre, absorbiéndola con el abundante polvo que se cuela en las habitaciones. Después sale afuera en busca de una carretilla. Los habitáculos del sector 12 del asentamiento donde trabaja Zaart, se ubican cerca de una de las minas. Los pasillos están llenos de arena, y es fácil encontrar carretillas porque estas son utilizadas para despejar el exceso de sedimentos que entra por el viento.
Mientras regresa con la carretilla, presta atención al continuo movimiento del asentamiento. En pocos minutos empieza el turno de noche y el exterior de las entradas mineras están tenuemente iluminadas.
Los mineros entran y salen por los raíles de las profundas minas, montados en grandes vagones, con los focos integrados en los cascos y los respiradores puestos. Una gran cantidad de obreros explotados, con las caras y ropas sucias de polvo. Rostros cansados que empuñan martillos de perforación y llevan varias herramientas colgadas de su cinto.
El ruido de las grandes tuneladoras es constante por todo el asentamiento. Esto hace que los trabajadores utilicen tapones de silicona para conciliar el sueño en su turno de descanso.
Zaart se fija en el gran convoy de Rovers que remolcan los minerales y chatarra extraídos de las minas. Hay una gran fila que espera a que una de las compuertas de salida de vehículos se abra. Este es el momento que había esperado.
Minutos después sale del habitáculo con el cadáver de su padre escondido en la carretilla, liado en una manta y tapado superficialmente con una capa de arena. El sonido chirriante de la carretilla les acompaña mientras se dirige a los últimos rovers de la larga fila. Esa zona está poco iluminada por los focos del asentamiento. La principal defensa que hay en esa área, está apostada en varias torretas que cercan el perímetro de la entrada y la salida a las minas. Pero al final de la fila de rovers hay un punto muerto, poco iluminado. Además, robar toneladas de mineral en estado bruto no es una tarea fácil. Por lo tanto, no hay muchos Vigilantes apostados en las torretas perimetrales, con unos pocos es suficiente para dar la alarma si ocurre algún incidente.
El joven se acerca a uno de los inmensos contenedores que remolcan los rovers. Pero no ha contado con la considerable altura de estos. Su idea era arrojar el cuerpo en alguno de los contenedores, pero con los nervios ni siquiera ha pensado en cómo introducirlo. Imposible, no es viable, tendrá que tirarlo en el callejón de atrás. Pensarán que es un ajuste de cuentas entre borrachos, o por lo menos eso quiere pensar.
Entonces ocurre algo inesperado que cambia su destino para siempre.
–¡Alto ahí! –truena una voz, y Zaart da un respingo–. No sé qué estás haciendo hurgando en nuestro cargamento, pero suelta esa carretilla –A Zaart se le viene el mundo encima. Lo han cogido, y ahora si no lo ejecutan, lo degradarán a esclavo, o lo desterrarán a los yermos. Piensa en huir o defenderse con la pistola, pero está paralizado por el miedo. Un par de siluetas apenas iluminadas se acercan.
Son dos cañoneros de Los Rojos, una de las numerosas bandas del clan Orlock, propietaria del asentamiento de explotación minera donde trabaja. Zaart los identifica por los pañuelos de color carmesí que utilizan como emblema, atados a sus frentes y brazos.
La voz ronca, pero autoritaria vuelve a interrogarlo.
–¿De dónde sales chico, y qué demonios estás haciendo con esa carretilla, no nos estarás robando? –. El soldado suelta una carcajada, siendo consciente que una sola persona no puede sacar nada de valor de un convoy de minerales y chatarra.
–Solo es un sucio explotado, y está cagado de miedo. ¿Qué escondes en esa carretilla escoria? –. El que habla es mucho más joven que su compañero, apenas dos o tres años mayor que Zaart.
Ambos pandilleros van armados. El mayor de ellos es corpulento y mide cerca de dos metros. Tiene la tez oscura, marcada por la edad y surcada por profundas arrugas. Sus ojos son negros y transmiten seguridad. Luce una espesa barba muy rizada, y de la comisura de los labios asoma un gran puro humeante. Sus grandes brazos están manchados con numerosos tatuajes, reconoce un águila con dos cabezas, y otro tatuaje con un puño de hierro. En el cinturón, con una calavera cromada como hebilla, cuelgan una pistola enfundada y un gran cuchillo envainado.
El pandillero más joven le está apuntando con un rifle láser. No es tan alto como su compañero, pero es de constitución recia. Tiene el cabello rubio y corto, con una cicatriz en el lateral izquierdo de la cabeza, y un bigote finamente recortado. De su cuello cuelga un pañuelo carmesí, distintivo de Los Rojos. Con ojos claros, pero inquisidores, escudriña a Zaart de arriba abajo.
Zaart es un chico delgado y desnutrido, después de tantos años trabajando en las minas. Su pelo es castaño claro, y lo tiene cortado a máquina. Le acompañan unos ojos grandes de color marrón y vello facial de adolescente. No es muy alto, estatura media, y su vestimenta consiste en un mono de trabajo verde desgastado y lleno de polvo.
–No te lo voy a repetir dos veces escoria ¿Qué escondes en esa carretilla?
–Tranquilo, fiera –Interviene el veterano –. ¿No ves que es inofensivo? –El gigante se acerca pausadamente a la carretilla, a la vez que Zaart retrocede asustado con la mirada derrotada.
El viejo pandillero desenvaina su gran cuchillo, y palpa la capa superficial de arena con el filo de la hoja. Cuando nota algo más que arena, escarba hasta descubrir la silueta que esconde la manta. En seguida se da cuenta de lo que hay dentro…
–¿Qué has hecho muchacho? –Le pregunta mientras raja la manta que envuelve el cadáver de su padre –. Por el gran Olandus –dice el Orlock para sí mismo sin inmutarse, cuando observa la cara destrozada del viejo. Ha visto demasiados fiambres a lo largo de su vida como para alarmarse.
–¿Aviso a los vigilantes y que lo entreguen a los ejecutores palatinos, o le pego un tiro aquí mismo?
–Espera Dereck, tengo curiosidad. Dime hijo…, ¿Quién es este fulano –El veterano barbudo lo mira profundamente. Sus ojos le aseguran que no puede ser engañado ni por el charlatán más avispado.
–Era mi padre –contesta con la cabeza baja –Él…, me pegaba y me robaba…, me odiaba. Por eso lo maté.
El Gigante se lo queda mirando, estudiando su lenguaje corporal mientras le da unas caladas al puro.
–¡Muy bien amiguete! –Dice Dereck sarcásticamente –. Ahora el clan tiene un minero menos. Atentar contra la integridad de los trabajadores de la casa se castiga con la muerte.
–Cierra esa bocaza, Dereck, déjame a mí esto –. Le corta el veterano mientras envaina su cuchillo –. Supongo que todas esas heridas te las hizo tu viejo ¿No?, y lo mataste en defensa propia, ¿verdad?
–Si…
–Pues por lo que a mí respecta ya está. Ayúdame Dereck –dice mientras apaga el puro en la cabeza del muerto –vamos a sacar a este desgraciado de la carretilla y tirarlo al callejón. Ya se encargará el gremio de cadáveres de recogerlo. Además, necesitamos contratar carne de cañón para la próxima incursión a la subcolmena, estamos faltos de personal –. Míralo de otra forma, uno menos que reclutar, y tienes que reconocer que el chico los tiene bien puestos.
–Joder –se queja Dereck –ya sabes lo que ocurrió la ultma vez que contratamos a los explotados para una incursión, prefiero reclutar a la escoria de la subcolmena –el gigante veterano se rie recordando ese día.
–¿Me vas a negar que este joven tiene espíritu?, no ha dejado que le pisoteen, y solo por eso se merece una oportunidad. Y ya sabes lo que hacemos en el clan con los rebeldes que se alzan.
El clan Orlock tiene una forma muy efectiva de neutralizar a los rebeldes de la clase trabajadora. Ellos saben que están en minoría si se comparan con la gran cantidad de esclavos y explotados que trabajan para ellos. Cuando detectan algún trabajador problemático que puede desencadenar un alzamiento de la clase obrera, le ofrecen la posibilidad de ser ascendido en el clan. De esta forma mantienen las rebeliones a raya y pueden filtrar a los nuevos capataces y soldados.
–Ven muchacho,vamos a hablar con los vigilantes. Ellos avisarán a los capataces para que os busquen unos sustitutos en las minas.
–¿No me castigarán?
–No, chico, te has defendido de ese hijo de perra y no te has dejado amedrentar. Eso lo valoramos en el clan. Enhorabuena, quedas reclutado por los Rojos para una misión de prueba. Ya puedes sentirte honrado, si sobrevives ganarás veinte veces más que en las minas, y darás tu vida por el clan. Supongo que no te queda otro remedio que aceptar.
–Sí –contesta Zaart sin titubear.
–Pues venga, tenemos trabajo. ¿Cómo te llamas muchacho?
–Zaart.
–Un placer hijo, mi nombre es Jagger…, y ya conoces a Dereck.
Parte 2
Zaart ya no regresará al diminuto habitáculo donde había vivido los últimos años. Él y sus padres llevaban trabajando como explotados para los Rojos desde que tiene uso de razón.
Muchas de las minas Orlock, cuando dejan de ser productivas, se cierran, y el clan traslada toda la maquinaria operativa junto con los trabajadores a los nuevos asentamientos.
No cabe duda de que los mineros Orlock son los más nómadas de todas las casas, y esto ha permitido a Zaart conocer un poco las áreas inferiores de la colmena Primus. No solo ha trabajado en las minas, también en los factoriums, y otros lugares de diferente índole. Esto es todo un privilegio para un necromundano de la clase obrera. La gran mayoría de los trabajadores de otras casas, pasa el resto de sus miserables días en el mismo puesto de trabajo, sin levantar la cabeza, y bajo la mirada infernal de los capataces.
Muchos obreros de Necromunda, padecen una especie de agorafobia después de pasar toda una vida hacinados en las colmenas. Algunos de ellos, no llegan a ver nunca el exterior, y están convencidos de que los muros de plastiacero son toda una bendición para protegerlos del desierto de cenizas. Así se lo comunican todos los días los megáfonos de los factoriums, con audios que les recuerdan sus obligaciones con el imperio y Lord Helmawr. Un monótono mensaje que les adoctrina y les informa sobre el coeficiente de producción, la violencia de las bandas colindantes o los cambios de horarios en los constantes toques de queda.
Al día siguiente llevan a Zaart a un almacén a las afueras de las minas junto con otros reclutas. Se ha despertado en un habitáculo desconocido, un poco mareado después del sedante que le inyectaron anoche. Ha dormido sin interrupciones, hasta que Dereck lo ha despertado de una patada y le ha ofrecido una ración de comida sintética.
Recorren el extrarradio del Nexo montados en un viejo Rover de seis ruedas. A diferencia de sus compañeros de viaje, Zaart abre mucho los ojos al ver una extensión de terreno tan amplia. Se siente muy pequeño y desprotegido, y a la vez excitado por el cambio en los acontecimientos.
El cielo es denso y de color ocre por la excesiva polución. Llevan puestos unos respiradores con filtros, pues el aire contaminado del exterior así lo requiere. No es que la atmósfera contaminada te mate por la ausencia de filtros, pero en Necromunda se dice que un minuto sin máscara, equivale a un mes de vida menos. Y en algunas áreas irradiadas y excesivamente contaminadas, los filtros son indispensables.
En la lejanía pueden verse las siluetas de las numerosas colmenas, como grandes montañas difuminadas por la densa niebla tóxica. Al conducir tan próximos a la colmena Primus, la parte alta de esta desaparece entre las nubes amarillas de humo producidas por las innumerables fábricas.
Esa zona es una de tantas que se encuentran valladas y fuertemente defendidas por los vigilantes de la casa. Los Rojos son una numerosa banda compuesta por varias familias independientes que operan en los yermos y en la colmena Primus. Sus territorios se encuentran esparcidos en los niveles inferiores de la colmena, cerca del Nexo. Y todas y cada una de las bandas disponen de factoriums, asentamientos mineros, destilerías, almacenes, vehículos, trabajadores, explotados y esclavos.
La diferencia entre esclavos y explotados de la casa Orlock, en ocasiones es muy difusa, dependiendo de a qué banda pertenezcan. Básicamente, los esclavos no tienen derecho alguno y no pueden salir de las áreas de trabajo. A veces incluso los encadenan a las máquinas y duermen en los talleres. Ocupan algunos de los puestos más duros y desagradecidos, como escarbar, tamizar y seleccionar la chatarra. En cambio, los explotados tienen algo de libertad en las áreas colindantes, y ganan un salario insuficiente, casi simbólico. Pero la comida y los habitáculos están incluidos, por el bien de la producción.
El clan también dispone de servidores a los que llamaban Lugers, también muy utilizados en el imperio. Estos son pecadores sentenciados, con el cerebro lobotomizado y bío-implantes mecánicos para los trabajos más inhumanos. Y por supuesto también disponen de Ambots, Xenos cavadores encerrados de por vida en grandes máquinas hidráulicas andantes. Estos autómatas son capaces de levantar y transportar toneladas de escombros.
El clan Orlock está especializado en comercializar el mineral en bruto, pero al igual que las otras casas del clan, también fabrican armamento, munición, y bienes manufacturados de primera necesidad.
Otra de las especialidades de la casa es la venta de alcohol. Destilan especies concretas de hongos que cosechan en huertos hidropónicos. Hasta algunos de los explotados destilan licor barato en sus habitáculos. Los Rojos hacen la vista gorda, saben que necesitan evadirse del duro trabajo, y además, se vuelven más dóciles.
Los asentamientos de Los Rojos, están presentes cerca de las entradas a las colmenas, y en los puntos más alejados del páramo. Dominan los itinerarios principales entre las megalópolis, gestionando los peajes en asociación con el gremio de la moneda.
Zaart y los otros reclutas llegan a uno de los numerosos almacenes de abastecimiento. La nave tiene unos doscientos metros cuadrados, y está repleta de bidones de promethium (combustible líquido) y grandes cajas de plástico cerradas con candados. La luz es tenue y cálida en el interior, y en las paredes hay muchas estanterías con herramientas de todo tipo. Se pueden ver cuerdas adujadas, cableado variado, tornillería, y todo tipo de herramientas neumáticas, hidráulicas y eléctricas de varios tamaños para vehículos.
—Muy bien escoria—escupe la voz familiar de Dereck bajo la máscara— vamos a repasar el plan. Podéis quitaros las máscaras, en este almacén el aire está reciclado —Los cuatro reclutas se quitan los respiradores y se ven las caras por primera vez. Zaart los contempla furtivamente.
Un hombre no muy alto, con capucha y un poncho gris que le cubre todo el cuerpo y la cara. Sus andares están relajados, desprenden templanza y seguridad, y no ha escuchado ni una sola palabra salir de su boca durante el trayecto.
Una chica con el pelo verde trenzado que luce un parche en el ojo izquierdo. Su ojo sano le dedica un guiño que consigue ruborizarlo. Es muy alta y no para de mascar chicle. Viste un mono de trabajo holgado con la parte de arriba colgando. Tiene los dos brazos tatuados con frases y símbolos de color rojo, y un timbre de voz peculiar, muy agudo.
Otro varón alto con un abrigo tres cuartos, delgado y con una pequeña cresta de color gris ceniza. Posee una pequeña cadena que le cuelga del cuello, y dos grandes aros de metal en las orejas. Sus ojos están cubiertos por unas gafas polarizadas. Tiene andares nerviosos y está constantemente observando todo.
El último es el más bajo del grupo, calvo con un tatuaje de una araña en la cabeza, y con una gran barba pelirroja. No para de hablar y de preguntar detalles de la misión a Dereck. Zaart tiene la sensación de que ya se conocen. No para de toser y tiene una mirada inquieta. En varias ocasiones ha repasado a Zaart de arriba a abajo con desprecio.
Dereck continúa hablando mientras se quita la máscara y el respirador.
—Vamos a hacer una pequeña excursión a la subcolmena de Primus, concretamente por debajo del sector 231, en territorio Orlock, a dos horas de este asentamiento. Allí tenemos una mina bastante profunda que los Rojos llevamos explotando desde hace 2 años —Se toma una pausa para evaluarlos mientras los va mirando uno por uno directamente a los ojos —. Nuestros mineros abrieron por equivocación una pared adyacente a la mina que da a una gran sala, aparentemente vacía. No conocemos su extensión, ni qué o quién nos podemos encontrar en su interior. Pero las cúpulas derruidas están levemente iluminadas, según dijeron algunos de los trabajadores.
>>Por lo que sospechamos que podríamos tener compañía. Seremos siete cañoneros del clan, más vosotros cinco que iréis a la vanguardia bajo mis órdenes. Nosotros iremos de avanzadilla, sin hacer ruido, bajo la cobertura del otro grupo de Los Rojos en la retaguardia. De esta forma evitaremos una posible emboscada general. No podemos permitir que haya una entrada a nuestro asentamiento. Hemos estado estudiando algunos viejos mapas del sector 231, y a veinte kilómetros al suroeste, en los niveles superiores, hay una forja de la casa Goliath.
>>Desconocemos si en esa distancia de 20 kilómetros está despejada de obstáculos desde la apertura de la mina hasta el territorio Goliath. Si eso es así, es posible que esos miserables ciclados sean conscientes de este puente subterráneo entre ambos territorios. No vamos a dejar que expandan sus forjas cerca de nuestro sector. Demoleremos la mina y todos los habitáculos si es necesario para evitarlo. El objetivo es sencillo, averiguar cómo de grande es esa sala y saber hasta dónde llega.
>>Salimos en cuatro horas, tenéis tiempo de prepararos. En este almacén hay munición, algo de equipo y armamento que se os descontará de la paga. Podéis utilizar vuestros propios juguetes si así lo preferís, pero no querréis que os vuelen la cabeza por falta de equipo. Vamos a esperar a que lleguen el resto de cañoneros para abastecernos. Repasamos el plan con ellos, y luego marchamos hacia el sector 231.
La puerta del almacén se abre, y entra un cañonero del clan con un imponente cybermastín a su lado. Zaart se queda impresionado con el corpulento animal.
—Este es Clyde, y su compañero Dogo. Vendrán con nosotros —. Los presenta Dereck, mientras baja una caja pesada de las estanterías.
Los cybermastines son muy utilizados por los Orlocks. Son perros modificados artificialmente mediante operaciones quirúrgicas de bioingeniería. Los canes son entrenados desde cachorros, y son usados en las incursiones y en los puestos de defensa. Las modificaciones se suelen hacer cuando un perro sufre una lesión a causa de alguna escaramuza. Es una operación difícil, y muchas veces los perros no sobreviven a la cirugía. También les cuesta adaptarse a la medicación para que su cuerpo no rechace los implantes. Los Orlock simpatizaban mucho con sus perros, pero es bien sabido que otras bandas los transforman a su antojo sin necesidad de que previamente estén lesionados. Patas hidráulicas para correr más y amortiguar grandes caídas, Ojos biónicos para rastrear y ver en condiciones de poca luz, o mandíbulas de acero para desgarrar las armas y armaduras. Existen cybermastines tan modificados que son poco más que trozos de metal con pelo.
Clyde es un cañonero de Los Rojos, un veterano de cara cansada. Tiene cuarenta años terranos, con el cabello y la barba llena de canas. Viste un chaleco de cuero gastado, y porta los pañuelos carmesíes distintivos de los Rojos, con un puño de hierro bordado. En su rostro moreno, resalta un ojo biónico que puede sincronizarlo con el ojo artificial del cybermastín. Es un entrenador de perros muy competente y apreciado por el clan. Clyde se desvive por sus animales y es el encargado de criarlos, y según la personalidad de cada uno, elige las modificaciones adecuadas.
Dogo es uno de sus preferidos, y sus numerosas cicatrices dejan patente que lo han utilizado en muchas incursiones. Es un perro grande, de un metro y medio de alto, y con un pelaje corto marrón oscuro. Su ojo derecho fue reemplazado por uno biónico a causa de un disparo láser, y tiene las patas traseras de metal por culpa de una granada de fragmentación.
Los cybermastines tienen implantes que reprimen los típicos instintos de oler o ladrar en exceso. Siempre están atentos y predispuestos a cumplir las directrices programadas en su cerebro.
Dogo reconoce prioritariamente el timbre de voz de Clyde y sus facciones. Pero en el caso de que este no estuviese presente, también diferencia a los miembros del clan y cumpliría sus órdenes sin duda alguna.
Clyde se acerca al grupo de reclutas, y Dogo empieza a escrutarlos uno por uno, mientras una luz amarilla en su ojo artificial parpadea. Suelta un solo ladrido ahogado. Este es un tic que le ha quedado después de sus operaciones, cuando finaliza con éxito una de las directrices de su programación.
—¿Qué está haciendo el chucho? —dice Úrsula, que así se llama la recluta tuerta con la voz de pito, mientras su mano se dirige a la culata de su pistola enfundada.
—Yo alejaría la mano del arma si no quieres perderla. Dogo está escaneando vuestras facciones para diferenciaros del enemigo. Pero no os confundáis, no podéis darle órdenes. Y en el caso que se sienta amenazado, responderá. Y además, está programado para defender a cualquier integrante de la casa Orlock—. Dogo prosigue con su tarea, escaneando a los cinco reclutas. Cada vez que termina con uno, aparece el tic en forma de ladrido ahogado. Después vuelve al lado de Clyde, y tras una orden de éste se acomoda en el suelo, pero con la cabeza atenta.
Se vuelve a abrir la compuerta corrediza del almacén con un ligero zumbido, y junto con una corriente de polvo, entran cuatro cañoneros más ataviados con máscaras y respiradores.
—Hola muchachotes, ¿Ya estáis preparados para escarbar?—Dice el más grande soltando una risotada a la vez que se quita la máscara, y se enciende un gran puro. Zaart reconoce la voz de Jagger
—¡Dereck! —Ordena el gigantón— mientras los nuevos terminan con sus preparativos vamos a la sala de reuniones, Clyde tú también, deja a Dogo con los reclutas—. Dogo suelta su ladrido ahogado cuando recibe la directriz.
Los pandilleros entran en un habitáculo contiguo que utilizan para reunirse, relajarse, beber y fumar, o jugar a las cartas. Esa habitación es el centro neurálgico del territorio y las minas adyacentes. Allí se han tomado la mayoría de decisiones respecto a la mina que están explotando hace ya dos años. La sala tiene forma de rectángulo, y en una de las paredes centrales hay colgada una bandera roja con el omnipresente puño de hierro, la heráldica de la casa Orlock. En medio del habitáculo resalta una gran mesa de plastiacero, con una pantalla holográfica horizontal en el centro.
—¿Qué tan grande es esa sala que han descubierto? —pregunta Rebel, otro veterano de Los Rojos con la cabeza afeitada al cero y un gran bigote que no deja de manosear.
Jagger conecta la pantalla holográfica de la mesa e inserta unos códigos en un viejo teclado. Aparece un gran holograma de un mapa en verde monocromo. En él, pueden ver el itinerario actual excavado en la mina del sector 231.
—Ninguno de los aquí presentes ha estado antes, pero la entrada está aquí —dice mientras señala con un dedo mugriento un punto concreto de las coordenadas—. Cuando los mineros la descubrieron, los capataces avisaron al gran jefe. El problema que tenemos ahora mismo, como bien sabéis, es la falta de personal cualificado. Los Rojos nos estamos expandiendo por los Yermos, y con el descubrimiento del nuevo filón en las tierras baldías, nos hemos diseminado un poco.
—No sé si es buena idea adentrarse en una zona desconocida de la subcolmena con tan poca gente —el que habla es Farmer, otro veterano Orlock con cara de pocos amigos. Tiene el pelo largo de color azabache, y porta bigote y barba. Es uno de los conductores del clan, encargado de conducir por el desierto los gigantescos rovers que transportan los minerales hacia las colmenas.
—Qué mala suerte, teníamos unos días de descanso antes de volver al desierto y nos los vamos a pasar en el puto submundo.
—Deja de llorar Farmer, nadie se esperaba este nuevo hallazgo —prosigue Jagger—, la idea inicial era descargar en Primus los minerales, y a la vuelta desmantelar toda la maquinaria del sector 231 y transportarla al nuevo asentamiento. Llevamos demasiado tiempo explotando ese sector y los pocos beneficios ya no compensan la inversión de maquinaria y trabajadores. Los minerales y la chatarra son de tercera y no tienen gran valor. Pero este nuevo hallazgo lo cambia todo… ¡No podemos abandonar la mina dejando una entrada abierta desde la subcolmena a este territorio!
—¿Qué crees que podemos encontrarnos allá abajo Jagger?, tú y Clyde sois los que más experiencia tenéis en la sub colmena —. El que pregunta es Kirk, otro veterano de la banda. Su mirada es fría, y tiene una coleta recogida con el cabello afeitado por ambos lados. Mientras Kirk espera la respuesta, examina su nuevo brazo de metal, abriendo y cerrando el puño.
—No lo sé, pero vamos a ver hasta dónde llega esa sala que han descubierto. La explotación minera la damos por finalizada, incluso si encontrásemos minerales de primera ya no compensa. La mina es demasiado profunda y el coste de efectivos para explotarla cada vez es más grande. Toda esa inversión será más productiva en el nuevo asentamiento.
—Además —continúa Jagger, mientras el mapa holográfico tiñe de verde su poblada barba rizada—, nos estamos acercando a una forja Goliath. Si seguimos cavando, corremos el riesgo de que esos animales se den cuenta de nuestra presencia. Eso, si no lo han hecho ya. Por lo tanto, si la distancia que nos separa de los Goliaths está despejada, habría que tapar la mina.
>>En el caso de que solo fuesen unos pocos metros, podemos abandonarla sin problema —. Hace una pausa, para repasar el mapa —. Tenemos que ir con cuidado. Es un área desconocida y podría haber derrumbamientos…, o sufrir una emboscada si nos adentramos>> demasiado. Por eso Dereck irá de avanzadilla junto con los nuevos reclutas.
—Lo que no entiendo es porque no llevamos a varios vigilantes para esta incursión —. Interviene Dereck.
—Los vigilantes ya tienen suficiente con la misión de controlar los asentamientos, poner orden y proteger a los obreros. Va a haber mucho movimiento con el desmantelamiento de la mina y la preparación para el traslado. Son órdenes de Torvak, y no seré yo el que cuestione a nuestro líder. No es decisión mía, pero yo estoy a cargo de esta incursión y tú, Dereck, eres responsable de la avanzadilla. Además, ya sabes que los vigilantes son de gatillo fácil, no están acostumbrados al submundo, ni a este tipo de trabajos. Llevan demasiado tiempo controlando el perímetro, y se han acomodado a estar en las torretas. Podrían poner en peligro la incursión.
—¿Dereck, quiénes son los nuevos reclutas? Se vuelve a interesar Kirk mientras se rocía el brazo biónico con un spray cicatrizante. El pandillero lo ha perdido en las tierras baldías, y la carne todavía se le está acostumbrando al implante.
—El de la cresta y gafas se llama Arturo, y ha trabajado varias veces como guardaespaldas para el gremio de comerciantes. Es de fiar por lo que me han dicho varios de nuestros vigilantes. Además, está interesado en unirse a una banda estable.
>>El pequeñajo del tatuaje en la cabeza es Grim, yo respondo por él. Trabajamos juntos durante algunos años en las minas del sector 84. Después de que yo decidiese dejar las minas, y antes de unirme a Los Rojos, ambos alquilamos nuestras armas a otras bandas de la casa Orlock. Es muy buen tirador, y un gran municienador. Entiende sobre muchos tipos de armamento y conoce su mantenimiento, ya sean fusiles de plasma, rifles láser o armas automáticas. También busca unirse a la casa Orlock.
>>La pandillera se llama Úrsula, también la conozco de la época en que trabajaba con otras bandas. Es una aspirante a cazarrecompensas con servicios reconocidos, y si todavía sigue en pie, dice mucho a su favor. Le pregunté si tenía intención de dejar de ir por libre, y me contestó que si la paga es buena se lo pensaría. Estos son los que yo he reclutado.
—¿Y los otros dos? —Pregunta Clyde, mientras observa a los reclutas a través del ojo biónico de Dogo, sincronizado con el suyo.
—Los otros dos son cosa mía —Responde Jagger mientras exhala un aro de humo denso que se agranda y se desvanece.
—El encapuchado es un piel rata renegado. Su nombre es Castor y es indispensable para esta incursión, supongo que estáis todos de acuerdo conmigo —Todos asienten con la cabeza, reconociendo que no hay nada que objetar.
Los pieles ratas son tribus orgullosas que viven en las profundidades de la subcolmena. Ellos aseguran que son los descendientes de los primeros colonos de Necromunda. Son rebeldes e incapaces de ser sometidos al yugo de los engranajes de las fábricas y de las casas. Los vulgarmente llamados “Ratas”, se mueven por los escombros del submundo con una facilidad y templanza innata. La subcolmena es su hábitat natural. Saben orientarse en los oscuros laberintos de cúpulas derruidas, también son capaces de detectar los ligeros cambios de radiación, evitar las zonas tóxicas sin la ayuda de tecnología alguna, y subsistir en el submundo sin necesidad de la comida sintética. Poseen grandes conocimientos sobre el cultivo de hongos y líquenes comestibles. Esta sabiduría del entorno pasa de generación en generación. También han aprendido qué alimañas son más fáciles de cazar. Saben cómo rastrearlas, y diferentes maneras de cocinarlas para consumirlas sin riesgo a padecer una intoxicación.
Los Ratas renegados del clan, son los que venden sus conocimientos como guías y se mezclan con el resto de necromundanos. Esto les supone la expulsión de las tribus más conservadoras que odian a Lord Helmawr y al imperio, por haber destrozado el mundo en el que viven. Algunos de estos jóvenes bravos forman sus propias bandas de renegados pieles ratas, y al igual que cualquier otros grupos rebeldes de Necromunda, buscan fortuna en el oscuro submundo, alquilándose como guías y mercenarios.
—He trabajado con Castor siempre que he podido y lo he necesitado —prosigue Jagger— sus servicios no son baratos, pero valen su peso en oro. El rata es bastante honrado y siempre cumple su palabra, es un guía muy codiciado en el submundo de Primus. Nada que ver con esos corredores de cúpulas que son capaces de apuñalarte por un puñado de créditos y abandonarte a mitad del camino —. Las palabras de Jagger desprenden aprecio y respeto por el viejo conocido—. Además, habla el Bajo Gótico y chapurrea la lengua Orlock —. Jagger hace una pausa pensativo, mientras sus ojos repasan el mapa holográfico.
—Respecto al otro muchacho, Zaart, es un explotado de nuestras minas sin experiencia alguna. Pero ya ha probado la sangre, y ha aprendido lo que tiene que hacer cuando se le encasquilla un arma —El pandillero ríe, y mira a Dereck con complicidad—. Es un bastardo rebelde, y a estos jóvenes es mejor tenerlos vigilados, y poder moldearlos para ponerlos al servicio del clan. Recordad estas palabras —dice mientras se vuelve a encender el puro —armas de alquiler hay demasiadas…, pero los soldados leales escasean. Daremos una oportunidad al explotado, se la ha ganado. Además, la carne de cañón siempre es necesaria.
—Dereck…, suerte con el explotado en la vanguardia, y esperamos que esta vez no tengas que sacrificarlo! —Se burla Kirk, y todos los veteranos se echan a reír recordando la última incursión que tuvieron.
—¡Sois unos malditos bastardos! Contesta con reproche, mientras revive ese día.
La historia se remonta a dos meses atrás. Dereck había recibido el brazalete carmesí distintivo de los Rojos, y ya podía lucir en sus ropas el emblema heráldico del Puño de Hierro, el estandarte de la casa Orlock. Estos derechos se los había ganado durante más de tres años como novato al servicio de los Rojos.
En una de las últimas incursiones por el submundo, tuvieron un encontronazo contra unas amazonas del clan Escher que merodeaban por el extrarradio de un asentamiento minero. Como últimamente iban faltos de personal, habían contratado a un grupo de explotados que iba de avanzadilla junto con Dereck.
Llegado el momento que empezaron a volar las balas, los explotados se quedaron agazapados bajo los escombros, estaban aterrorizados, y en consecuencia, Dereck se quedó solo y abandonado en la vanguardia. Cuando todo acabó, Dereck cabreado hasta la médula, fue a reprimir a los Explotados. Todos habían huido, menos uno, que estaba acurrucado, en estado de shock y con los pantalones llenos de orín. El joven Orlock, que estaba hecho todo un basilisco, no dudó en ejecutarlo ahí mismo.
—Nunca olvidaré esa refriega —declara Farmer sonriendo—, ese día te ganaste el ascenso campeón.
—Yo recuerdo que hasta me costaba cubrirlo…, de la risa que me entró no podía apuntar bien —comenta Clyde entre carcajadas—. Lo mejor fue cuando se lanzó hacia esas brujas… él solo… gritando, ¡vamos chicos!… ¡Y nadie le seguía!… ¡Ahahahahaha!, ¡Esos cabrones corrieron hasta las agujas! —Clyde con los ojos vidriosos inundados por las lágrimas, se desternilla de risa mientras golpea la mesa con el puño.
—Venga compañeros —continúa Jagger apaciguando la jarana—, no seáis cabrones con el muchacho, ya es todo un cañonero del clan… ¡Por el gran Olandus que sí! —, brama mientras suelta un puñetazo en el hombro de Dereck. Jagger muestra una mirada de orgullo hacia su compañero —. Pongámonos serios hermanos, tenemos un trabajo por delante. Ahora que ya conocemos a nuestros acompañantes, dejémoslos entrar y repasemos los puntos más críticos de la misión.
Parte 3
La banda Orlock liderada por Jagger, viaja en un Rover marcado con la insignia del puño de hierro. Muchos asaltantes del desierto se lo pensarían dos veces antes de atacar un convoy con esa bandera. Se dirigen a la mina del sector 231 para investigar la abertura que han encontrado los mineros.
La mina está situada en uno de los asentamientos más alejados de Los Rojos, a 300 km hacia el suroeste de la colmena Primus. Parten bajo un cielo plomizo y corrosivo, bajo la mirada impasible de unos vigilantes apostados en las torretas.
Durante el trayecto, Zaart no puede dejar de mirar hacia el exterior por una de las ventanas polarizadas. El páramo le devuelve la mirada y se siente intimidado, con una sensación de vacío, miedo y curiosidad.
Las fuertes tormentas de cenizas han amainado y el polvo se asienta moviendo el paisaje y transformándolo. A lo lejos, en el horizonte, puede verse la silueta de una gran cordillera artificial. Se trata de El Despojo, un vasto basurero y el principal vertedero de chatarra de Necromunda. La casa Orlock controla innumerables minas y asentamientos en ese lugar inhóspito. Un mar de escombros deprimente, en el que los Lugers y los Ambots escarban y recogen chatarra hasta agotar sus baterías. También pueden verse filas de esclavos encadenados que trabajan hasta la muerte, usando filtradores precarios y con las manos manchadas de sangre de tanto escarbar y tamizar.
Farmer conduce el Rover y a su lado está Jagger. El resto del grupo está repartido en los asientos de atrás, en silencio, y perdidos en sus pensamientos.
Durante el trayecto, Jagger habla acerca del nuevo asentamiento que van a construir en los Yermos. Comenta con Farmer el buen trabajo que han hecho los prospectores al descubrir el nuevo filón en el páramo, y de cómo esa nueva explotación los va a enriquecer. Jagger también se queja de lo poco que le gusta estar al mando de la banda en ausencia de Torvak.
—Ya me conoces hermano, mi trabajo es estar con la impaciente repartiendo fuego de apoyo en una posición elevada —. La impaciente es el nombre con el que Jagger había bautizado a su voluminosa ametralladora pesada.
—No me gusta estar dando órdenes y buscando estrategias para evitar que nos metan plomo en la cabeza. Demasiada responsabilidad, yo estoy conforme con cumplir órdenes y con gestionar algunos territorios.
—Ahora eres tú el que está lloriqueando, je, je, je, te guste o no Jagger, hay que reconocer que no lo haces nada mal, y Torvak lo sabe. Nuestro líder tiene que lidiar con el maldito gremio de la moneda para poder construir una carretera segura hasta el nuevo asentamiento. Tienen que llegar a un acuerdo justo por la comisión de los peajes. También tiene que negociar con el gremio del agua…, esos malditos Nauticam cada vez son más exigentes. Y no te olvides de que también le toca presentar toda la cuota de producción a Lord Morrow.
El representante y líder actual de la casa Orlock, es Lord Morrow. Todas las casas Orlock le rinden tributo, y suya es la responsabilidad de mantener el nombre de la casa en la alta posición que ocupa. Una de sus obligaciones es enviar la producción de todos los asentamientos Orlock a la casa imperial. El gobernador planetario, Lord Helmawr, recibe la producción de todas las casas de Necromunda, y paga el diezmo puntualmente al Adeptus Administratum.
—Lo mismo ocurre conmigo —continúa Farmer—, ¿Crees que me gusta la vida en las colmenas? Están bien para relajarse y sacudirse el polvo después de un tiempo recorriendo el páramo. Solo quiero volver a Primus para gastar los créditos con las bellas damas, o en los bebederos del Crisol. Y aquí estamos, de vuelta a la subcolmena. Nosotros pertenecemos al páramo y a los asentamientos del desierto. Lo mío es conducir los rovers y transportar la carga joder. Espero que acabemos pronto y empecemos con el traslado.
—Yo también deseo terminar pronto —asiente Jagger—, todavía tengo una cuenta que saldar en los 6 suertudos, y me gustaría charlar con algunos viejos camaradas antes de partir—. Los dos cañoneros siguen hablando, mientras afuera el clima amenaza con cambiar de nuevo.
El mundo muerto no da tregua, y sus fuertes vientos vuelven a reanudarse esparciendo la ceniza por todo el territorio. Animales mutados por largos años de radiación, se esconden en sus madrigueras al paso del vehículo de Los Rojos. Y la silueta de la colmena Primus siempre presente, los observa como un vasto gigante omnipotente.
Después de unas horas recorriendo la base de la colmena Primus, El rover llega al sector 231 dejando tras de sí una columna de polvo. Los vigilantes reconocen el vehículo Orlock, y les dan la bienvenida bajando los rifles láser.
—¿Dónde está el Jefe de minería? —pregunta Jagger desde la ventanilla a uno de los vigilantes.
—Está en la entrada, gestionando el desmantelamiento de la mina. Las tuneladoras ya están fuera, y solo queda por sacar los raíles.
—Perfecto, vamos a entrar.
El grupo sale del rover con las máscaras filtradoras puestas, y empiezan a recoger sus armas y mochilas de los compartimentos del vehículo. Se dirigen a la entrada de la mina, observando como todos los explotados trabajan por desmontar las instalaciones. Jagger pregunta por el responsable de la desmantelación.
—¿Quién me llama? —pregunta el Jefe de minería con voz irritada. Es un hombre alto, con sobrepeso, y la nariz llena de venas rojas por abusar del licor de serpiente.
—¿Godor? Maldito bastardo ¿No te habían enviado al páramo a construir el nuevo asentamiento?
—¡Jagger, bribón! Te estábamos esperando. Sigo allí hermano, ese yacimiento promete, pero hay mucho trabajo por hacer. Cuando decidieron desmantelar esta mina, me enviaron de vuelta aquí. Yo la construí, y yo la desmantelaré —explica orgulloso—. Cuando terminéis aquí volveré al desierto con vuestro convoy, no es un trayecto nada fácil, pero con vosotros viajaré más seguro. Los yermos de los alrededores están infestados de mutantes y carroñeros.
—Eres un buen Jefe minero… ¡Cuando estás sobrio! —ríe Jagger—. Por eso te han llamado, y me alegra saber que estarás con nosotros en el nuevo asentamiento. Venga, terminemos con esto Godor, llévanos a la entrada.
—Jagger y Godor se conocen desde hace mucho tiempo. El Jefe minero es uno de los más reclamados por Los Rojos para construir los nuevos asentamientos de explotación. Un buen ingeniero siempre es muy valioso para la casa Orlock, y por esa razón lo habían trasladado para ocuparse de la construcción de las nuevas minas.
El nuevo asentamiento de Los Rojos se encuentra cerca de él El Cráneo, una vieja colmena destruida y abandonada por un oscuro pasado. A pesar de su mala reputación, muchas bandas de la casa Orlock tienen presencia en los alrededores, ya que la chatarra enterrada en sus escombros es una fuente de riqueza para los Orlock. Disponen de varios asentamientos gestionados por la casa de hierro alrededor de las ruinas de esa inhóspita colmena, y allí es donde se trasladarán cuando acaben de desmantelar la mina.
El grupo se monta en una gran vagoneta oxidada, que se usaba para trasladar a los explotados al interior de las minas. Para Zaart son muy familiares estas vagonetas, se ha pasado media vida de explotado utilizándolas.
Descienden por los raíles de un túnel vagamente iluminado durante diez largos minutos hasta llegar al punto más profundo. La vagoneta se para progresivamente, soltando chispas por las ruedas y haciendo un estridente ruido hasta detenerse por completo.
—Ya hemos llegado Jagger, ahí tienes el agujero —dice el jefe de minería señalando un boquete de tres metros de diámetro—. Yo me vuelvo para arriba, te mandaré la vagoneta en cuanto llegue. Toma este comunicador y mantenme informado por si necesitáis algo. Ten en cuenta que su alcance es limitado, no os adentréis demasiado. Por el emperador, tened cuidado, quién sabe qué puede haber ahí dentro…, nada bueno, eso seguro.
—Gracias compañero, pegaremos un vistazo y saldremos lo antes posible—. Jagger se despide de Godor con un apretón de manos.
La banda está preparada y se dispone a recibir las últimas recomendaciones de su líder antes de entrar.
—Dereck, escúchame bien. Castor se adelantará a vuestro grupo. Solo él decide qué camino tomar. Si aparecen problemas, cubrir la posición hasta que lleguemos nosotros.
>>¡Novato! —llama a Zaart, y se lo lleva aparte—. Muy bien chico, tu momento ha llegado. Solo tienes que obedecer a Dereck y mantener los ojos bien abiertos. Nosotros no retrocedemos si el asunto se tuerce, si huyes recibirás un balazo por la espalda. Esta es tu oportunidad de servir a la familia, no lo olvides—. Zaart tiene miedo y está nervioso por el consejo/amenaza que acaba de recibir, pero se siente apadrinado por Los Rojos, y ese sentimiento familiar es nuevo para él y le reconforta.
—¡Lucharé por Los Rojos!—. Responde convencido, y Jagger asiente con una sonrisa de satisfacción.
—No esperaba menos muchacho.
La estrategia de avance, con carácter militar que utilizan Los Rojos, no es muy común entre las bandas de pandilleros. Torvak, el líder supremo de Los Rojos, fue el que las introdujo en su primera banda. Gracias a ellas, Los Rojos han sobrevivido a muchos enfrentamientos.
Tal ha sido la expansión de Los Rojos, que ha llamado la atención de Lord Morrow, el maestro de la casa de hierro, y este los tiene en muy buena consideración. Pero lo que muy pocos saben, es que antaño, Torvak perteneció a la banda de Lord Morrow, junto con Jagger.
En la retaguardia se encuentra Jagger, ocupando el liderazgo de Torvak en su ausencia. Va armado con una vieja pero eficiente ametralladora pesada de la guardia imperial, un capricho de contrabando. El arma tiene grabada una vieja águila de dos cabezas. En el caso de que la cosa se ponga fea, dará fuego de cobertura a todo el grupo, a la vez que él queda protegido por sus pandilleros. Jagger es el enlace con la superficie, y el que dirige el avance de la retaguardia.
Clyde se encuentra en el flanco izquierdo de su lider, a diez metros, y a su lado le acompaña el cybermastín. Encañona una escopeta recortada con munición de postas. También lleva una placa de datos para registrar el nuevo itinerario que van a explorar, y algunos medibots de asistencia vital. Rebel y Farmer, ambos cañoneros veteranos, cubren el flanco derecho. Ellos van armados con rifles láser modelos Galaxy, por su gran fiabilidad y alcance. Por último está Kirk. El veterano del brazo biónico, cubre la retaguardia con un fusil automático y varias granadas perforantes.
En la vanguardia, a trescientos metros del primer grupo, va la carne de cañón liderada por Dereck. Esta estrategia la utilizan Los Rojos para no caer en emboscadas cuando están en territorios angostos y desconocidos.
Dereck va equipado con un rifle láser, y ha repartido granadas de fragmentación a todo su grupo. También dispone de una radio para estar en contacto con Jagger y sus hombres en la retaguardia.
Úrsula empuña un rifle láser MK4 modificado con silenciador. Ella es muy buena tiradora, y Dereck la ha situado en su flanco izquierdo junto con su amigo Grim. El municinador ha elegido una escopeta con cartuchos de postas por su gran expansión, y para distancias más largas también ha optado por un rifle láser que lo lleva amarrado a su mochila. Arturo maneja una pistola de plasma, y otra automática. Su misión es cubrir el flanco derecho junto con Zaart.
El joven novato, en su primera intervención, ha seguido el consejo de Jagger, y empuña su pistola primitiva, ya que está más familiarizado con ella. Apenas tuvo tiempo de practicar su puntería con algunas viejas botellas antes de utilizarla con el viejo. También dispone de 3 granadas que le ha dado Dereck. Solo tiene que quitar el seguro, lanzarla, y la granada explotará en cinco segundos. Parece fácil, como cuando jugaba a encestar los trozos de chatarra en el hoyo.
Castor se desprende del poncho dejando al descubierto un atuendo hecho con pieles de ratas mutantes. Tiene todo el cuerpo tatuado con símbolos arcanos de guerra y protección. También se quita los filtros para poder oler el pútrido ambiente húmedo, y reza una plegaria en una lengua ancestral ya olvidada. Es el primero en adentrarse en el submundo.
Sin más dilación, los pandilleros se sumergen en la oscuridad.
—¡Adelante cañoneros —grita Jagger—, que el gran Olandus guíe nuestros pasos!
Parte 4
Castor se mueve con soltura en las húmedas entrañas del submundo. Nada nuevo para él, sabe que sus ojos se acostumbrarán a la penumbra después de un rato. De momento, tampoco los necesita. Puede notar los cambios de aire procedentes de las cúpulas, y en este sector, hace tiempo que los ventiladores dejaron de funcionar. El aire está viciado, la humedad es alta, y el único ruido que oye es el de los insectos, las ratas y los murciélagos. Afina el oído, y también detecta un goteo solitario de aguas residuales.
Sus ojos ya se han acostumbrado a la tenue luz, y observa a su alrededor. El lugar está limpio de carroñeros y mutantes. Lo sabe por la ausencia de sus chabolas, de su fétido olor, y por un gran yacimiento de hongos comestibles que está intacto. Puede ver varios hongos de esta especie por todos lados. Corta unos cuantos con un viejo cuchillo y los guarda en su mochila.
La subcolmena está llena de habitáculos abandonados desde hace milenios. Es una vasta ciudad anárquica en ruinas. Suele estar poblada por los inadaptados que buscan refugio y sobreviven de los despojos. A medida que las colmenas van creciendo verticalmente, y los residuos de los talleres son costosos de extraer, se desplazan las fábricas y se traslada la maquinaria a las plantas superiores. Algunas veces, estas áreas quedan selladas durante cientos de años, hasta que son redescubiertas y habitadas por la escoria de la subcolmena.
Castor sigue caminando prestando atención a sus instintos. El tufo ha cerrado, lo impregna todo, pero detecta un ligero aroma que destaca, y no escapa a su fina pituitaria. Le cuesta identificarlo porque no es reciente. Sin duda pertenece a un humano decentemente alimentado. El olor del sudor producido por una dieta de comida sintética es único, químico, e intenso. Muy diferente al olor producido por el sudor o las heces de los carroñeros, que sobreviven a base de hongos y alimañas.
Hace media hora que el piel rata se ha separado del grupo, y todavía no ha encontrado otra posible entrada al gran habitáculo. Esa gran sala fue tapada y abandonada hace mucho tiempo. Puede ver restos de antigua maquinaria oxidada y fundida con el entorno. También reconoce algunos pilares de construcción más recientes en puntos estratégicos. Esto es muy normal cuando las colmenas van creciendo. Cuando se abandonan los habitáculos inferiores, estos se refuerzan con pilares para soportar las nuevas construcciones de las plantas superiores. Castor está seguro que tiene que existir una entrada a la galería en la parte superior. Nota una ligera corriente que viene de arriba. Van a tener que escalar por las pasarelas derruidas.
Dereck y su grupo de avanzadilla esperan la vuelta de Castor. El rata se ha adelantado a paso ligero trepando por una pasarela. La sala está a oscuras, y todos menos Castor van equipados con luces frontales integrados en las máscaras filtradoras.
Han avanzado apenas un kilómetro por los escombros desde la entrada de la mina. Y la galería únicamente dispone de un montacargas en la fachada opuesta.
Cuando entraron en la sala hace poco más de una hora, Castor descubrió de dónde provenía la fuente de luz de la que habían hablado los trabajadores. Pertenecía a los restos de una luz química ya consumida, y ese tipo de luces solo aguantan un par de horas desde que son encendidas. Por lo tanto, indica que alguien había estado dentro, poco antes de que los mineros descubrieran la entrada.
—¿Jagger? —pregunta Dereck por la radio.
—Aquí Jagger —responde la voz distorsionada por la estática.
—Hacemos un alto, Castor ha empezado a trepar hacia arriba y ha dicho que esperemos a su vuelta. Hemos llegado al final de la sala, no hay salida, solo un montacargas.
—¿El montacargas funciona?.
—No, la tapa de la maquinaria está abierta y faltan todas las ruedas de los engranajes. Seguramente servía para transportar material a la planta superior, los raíles van en esa dirección, y debajo del montacargas no se ven indicios.
—Entiendo…, avísame cuando reanudamos la marcha —. El grupo de veteranos hacen un alto.
Jagger se quita la máscara, y sus fosas nasales se inundan con el horrible aroma del ambiente. Saca un puro del bolsillo de su pantalón, lo enciende, y pega una larga calada. Otro capricho de contrabando.
—¡Kirk!, ¿cómo va por allá atrás? —pregunta el líder al cañonero con la prótesis biónica.
Kirk, algunos metros atrás, se desplaza la máscara y escupe al suelo.
—¡Todo bien Jag, esto tiene pinta de estar abandonado desde hace mucho tiempo! —. El pandillero repasa la estancia concienzudamente.
Kirk es un tipo solitario y no es muy hablador, pero tampoco es un rasgo que les importe mucho a los componentes de la banda. El día que perdió el brazo en el páramo, se volvió más reservado todavía.
Ocurrió durante un asalto a un convoy Orlock que transportaba minerales de un yacimiento. Fueron asaltados por un grupo numeroso de carroñeros del desierto. Él quedó inconsciente por un golpe traicionero en la cabeza. Cuando se despertó le faltaba un brazo.
El carroñero que lo había golpeado, invirtió unos segundos para amputarle una extremidad, y asegurarse un trozo de carne como botín. Kirk tuvo suerte de que el apestoso no lo rematara, y más aún de no morir desangrado. A los pocos segundos, Clyde se lo encontró inconsciente en el suelo tirado y pudo parar la hemorragia a tiempo.
Sobrevivió gracias a los medibots que llevaba. Aunque le cueste reconocerlo, esos cabrones de la casa Van Saar diseñan artilugios muy eficientes. El medibot cauterizó la herida y administró los analgésicos necesarios en cuestión de minutos.
Desde ese día, Kirk odia más que nunca a los carroñeros, y ha desarrollado una psicopatía hacia ellos. Suele torturarlos y desmembrarlos siempre que tiene ocasión. Torvak, el líder de la banda, suele decir que es una buena terapia para él. Pero no todos los carroñeros o mutantes son asaltadores. La gran mayoría solo son pobres desgraciados que lo han perdido todo, y han sido marginados por la sociedad colmenita. El cañonero tiene prohibido mezclarse con ellos en los asentamientos para no comprometer a la banda.
Kirk mira hacia atrás, y solo puede ver hasta donde llega la zona iluminada por su frontal. La luz se degrada paulatinamente hasta la oscuridad absoluta. Se asegura de que su rifle automático está sin seguro, y vuelve a colocarse el respirador mientras camina lentamente escudriñando el entorno. El típico paisaje de la subcolmena: vigas oxidadas, rejillas en el suelo protegiendo el viejo cableado, o pasarelas derruidas que se pierden en la oscuridad.
En la vanguardia el grupo sigue esperando al explorador piel rata.
Zaart se siente un poco intimidado por el grupo en ausencia de Jagger. Grim, el pequeño municienador, no para de mirarlo con desprecio y desconfianza.
—Abre bien los ojos novato —le advierte con tono rancio —no sé qué demonios haces aquí con nosotros, es evidente que tienes poca experiencia y no me gustas.
—¡Calla bastardo! —se entromete Úrsula con una sonrisa en los labios. Estamos todos juntos en esto, ya tendrá ocasión de probar su valía —y le vuelve a dedicar un guiño a Zaart, que le hace sentirse un poco más integrado—.
—Tranquilo chaval, el enano se vuelve gruñón con la edad, no se lo tengas en cuenta—. Le contesta la amazona con su voz de pito, mientras su máscara filtradora se mueve por la goma de mascar.
—Maldita asalta cunas… —gruñe Grim —. Cierra esa boca niña, que te lo quieras llevar al catre, no le convierte en alguien de fiar. Más le vale que esté a la altura.
—Seguro que lo está, ¿eh que si, cariño? —Zaart mira para abajo avergonzado.
—Jajajá, qué mono…
—¡Dejaros de cháchara escoria! —ordena Dereck, oteando hacia arriba mientras se palpa la cicatriz lateral de su cabeza —esa rata tarda demasiado… ¿Cuánto hace que empezó a trepar?—pregunta el cañonero mirando hacia la planta superior y escudriñando la pasarela por donde desapareció Castor.
—Cuarenta y cinco minutos —. Contesta Arturo consultando su reloj, mientras observa en todas direcciones con su mirada nerviosa.
Arturo está muy curtido en este tipo de incursiones. Ha realizado muchos trabajos como guardaespaldas para los distintos comerciantes. El gremio de comerciantes son los intermediarios entre las diferentes casas y las familias nobles.
Gracias a sus intervenciones, las casas infinitamente enemistadas, no tienen que negociar entre ellos directamente. Por ejemplo, la casa Goliath, dispone de las forjas más productivas de Necromunda, pero utiliza la materia prima de los Orlocks en sus fundiciones. Y así ocurre con todas las casas productoras, unos sé benefician del trabajo de otros, y el ecosistema fabril se mantiene productivo gracias al gremio de comerciantes.
Arturo ha trabajado para todos ellos, incluso para el gremio de cadáveres. Alquilaba sus servicios escoltando los camiones atiborrados y malolientes de cuerpos humanos en descomposición. Este gremio es el encargado de reciclar los fiambres de los miles de almas que fallecen a diario en el planeta. Los cadáveres son triturados mediante procesos químicos y transformados en el necesario almidón de cadáver que alimenta a la mayoría de necromundanos.
Arturo está cansado de trabajar para ellos, demasiado riesgo para tan mala paga. La creciente competencia ha hecho que no les falten voluntarios para trabajar por unos miserables puñados de créditos.
De repente, Arturo escucha un aleteo furtivo, y en cuestión de milésimas de segundos, dispara su pistola en la dirección de donde proviene el sonido. El disparo descarga un rayo de plasma brillante que ilumina gran parte de la sala. El grupo se pone a la defensiva, y apuntan sus armas en todas las direcciones. Tras unos segundos de tenso silencio, oyen una voz que viene de arriba.
—¡Cuidado, son Alimañas! —es la voz de Castor en lenguaje Gótico bajo, que viene desde la pasarela de arriba. De un ágil salto, el rata aterriza en el suelo y se dirige a la zona calcinada y humeante por el disparo. Se agacha, y recoge una especie de cola cartilaginosa de la que gotea un denso líquido.
—Es murciélago carroñero…, buen tiro —dice con un curioso acento. El disparo ha calcinado al animal, dejando solo un trozo de cola, pero reconocible para un piel rata acostumbrado al ecosistema de la subcolmena.
—No tocar, no comestible.
—He escuchado que algunos de estos bichos son portadores de la enfermedad de la plaga —dice Arturo.
—Pues ya has escuchado a la rata, no te lo comas si no quieres convertirte en un caminante descerebrado —. Responde Úrsula sonriendo, mientras se acerca a los restos del murciélago para curiosear.
—¡Menudo juguetito que gastas! —comenta Grim acercándose a Arturo—. ¿Me la dejas ver?
—Arturo, con desconfianza, le muestra su pistola de plasma ofreciéndosela por el cañón.
—Hacía tiempo que no veía una de estas…, una maravilla sin duda alguna —. Grim, asombrado, observa el arma desde diferentes ángulos.
—¿A qué muerto se la robaste? —continúa con un tono pícaro.
—La conseguí en una trifulca cuando trabajé para el gremio del agua. Su propietario ya no la va a echar de menos —. Arturo le dedica un guiño, y los dos pandilleros después de un breve silencio se ríen al unísono.
—Pensé que no volverías, joder, ¿has encontrado alguna entrada allá arriba? —pregunta Dereck al piel rata.
—Sí, arriba, todos subir. Conducto de aire no funciona. Podemos entrar por él.
—¿Y a dónde nos lleva ese conducto? —sigue interrogando Dereck, a pesar de que le cuesta entender el acento de Castor.
—No saber, yo no entrar todavía. Yo venir avisaros para continuar. Camino despejado hasta conducto.
—¿No has visto a nadie?, alguien tiró esa luz química de la entrada…
—No carroñeros, no mutantes…, personas como vosotros tiró luz química. Hace días se marcharon, su rastro ser flojo. No haber nadie muy cerca.
A pesar del rudimentario bajo gótico de Castor, a Dereck le parece convincente su respuesta.
—Muy bien, voy a avisar a Jagger.
A trescientos metros de distancia, Jagger y el resto del grupo están avanzando rápidamente. Dan por sentado, que hay problemas en la vanguardia a causa del disparo que han oído. Entonces, cuando Jagger se dispone a coger la radio para llamar a Dereck, recibe la llamada del cañonero. Dereck lo tranquiliza, y le cuenta las novedades. Primero le explica el motivo del disparo, y luego le cuenta la información que ha recibido de Castor.
—Muy bien Dereck —responde Jagger aliviado—. Menudo susto nos hemos llevado, seguimos con el plan. Subid por las pasarelas con cuidado y mantenme informado. Esto es más grande de lo que pensábamos. Nosotros os seguimos, y por Olandus, no te demores tanto en comunicarte si volvéis a tener otra incidencia.
Los Orlocks y los pandilleros siguen avanzando cautelosamente, siguiendo las indicaciones del piel rata. Marchan manteniendo la misma estrategia, en dos grupos separados, subiendo pasarelas oxidadas, y recorriendo viejos conductos de aire estropeados. Atraviesan densas neblinas de vapores tóxicos, dejan sus huellas tras los charcos de lodo químico, y reptan por ruinas de plastiacero carcomidas por el tiempo. De vez en cuando escuchan ruidos y aleteos, procedentes de grietas oscuras en la antigua maquinaria abandonada. En una ocasión observan una gran araña mutante suspendida del techo por una tela. Hay restos de calaveras y huesos pegados a su telaraña. Seguramente de víctimas incautas, rezagadas, o pérdidas.
Recorren esa parte siniestra e inexplorada del submundo durante una hora, dos, tres…
La incertidumbre se apodera de ambos grupos. Todos y cada uno de ellos, notan una extraña maldad en el ambiente. Se sienten observados, e incluso les parece oír murmullos por momentos.
—Nos estamos adentrando demasiado en territorio desconocido —le comenta Jagger a Farmer— esto no me gusta…, tengo un mal presentimiento. Y el alcance de la radio hasta la entrada de la mina empieza a ser débil.
—Estamos muy lejos de la mina —. Observa Clyde, repasando el mapa de la tabla de datos. El cybermastín que le sigue de cerca, suelta un ladrido ahogado.
—Se acabó —sentencia Jagger al cabo de un rato—, nos damos la vuelta.
Una sensación creciente de peligro, activa su instinto curtido de pandillero.
—Estoy contigo Jag, objetivo cumplido —admite Farmer—. Ya sabemos que esto es muy grande, tendremos que demoler la mina, y reforzar la vigilancia en el sector 231.
—Opino igual —afirma Rebel mientras se acaricia el mostacho—. A saber hasta dónde llega esto, y además, tampoco hemos encontrado nada de valor.
—Bueno, la misión era asegurarse de la extensión de la galería —puntualiza Jagger—, y queda patente que esto es inmenso. En casos como este, es cuando echo de menos el liderazgo de Torvak. Está decidido muchachos, voy a llamar a Dereck y regresamos.
En ese preciso instante, oyen el estruendo de un solo disparo precedido por su eco. Después, una ráfaga acompañada por una serie de gritos. La planta superior, de cúpulas derruidas y pasarelas, se ilumina intermitentemente por los disparos.
Parte 5
Dereck sigue avanzando, liderando al pintoresco grupo de la vanguardia, a la vez que escudriña cada recoveco por el que pasan. Desde hace un rato están encontrando extrañas pintadas en las paredes. Números aleatorios sin sentido, estrellas de ocho puntas que se repiten, y muchos otros signos desconocidos. Todos esos galimatías pintados en rojo enturbian el ambiente.
—Llevamos horas caminando —Se queja Grim—, no es que me importe demasiado, sé que vamos a cobrar igual, pero solo el emperador sabe hasta dónde puede llegar este maldito laberinto. ¿Cuánto hace que se adelantó el maldito rata?
—Veinte minutos —le informa Arturo mientras se agacha, y recoge un cuenco roto con restos pegados de un líquido rojo y reseco—. ¿Qué es toda esta mierda?.
Zaart observa las pinturas, y los trozos de vasijas rotas esparcidas por el suelo. Se encuentran en una gran sala despejada, llena de pasarelas ascendentes de varias plantas que se pierden en la oscuridad.
El lugar parece una vieja fundición abandonada. Pueden verse restos de zócalos, placas de montaje, moldes y carros de acero partidos. También hay velas consumidas aquí y allá.
Le llama la atención una especie de amuleto, colgado de una pared por un clavo oxidado con la misma estrella de ocho puntas. Siente un escalofrío que le recorre la columna, un miedo muy diferente al que sentía al principio.
—Estas marcas no me gustan —comenta Úrsula, mientras se aparta la máscara filtradora y escupe la goma de mascar—. No recuerdo bien donde he visto esas pinturas, pero me son familiares. Su voz graciosa de pito, ahora suena seria y preocupada.
—Seguramente pertenezcan a mutantes o carroñeros y … —empieza a comentar Arturo, pero antes de acabar la frase suena un disparo, y el pandillero se desploma con la mano en la cabeza. Cae rígido al suelo con un boquete en la sien. Cerca de él, Grim es salpicado por la sangre de su compañero.
La sala se ilumina por momentos, precedidos por el estruendo de disparos en ráfaga que retumba en todo el habitáculo.
—¡Emboscada —grita Dereck—!, poneros a cubierto joder—! El grupo escucha unos gritos enfurecidos procedentes de una muchedumbre. Esa algarabía desenfrenada, les hiela la sangre. Oyen el sonido metálico de muchas pisadas procedentes de las pasarelas superiores.
—Grim sacude de su cara los restos de sangre y cerebro frenéticamente. Reacciona rápido, y se tumba debajo del cuerpo inerte de Arturo. La mochila del muerto es abultada y le ofrece algo de cobertura. Acto seguido, agarra su rifle láser y lo apoya en el cuerpo del muerto, buscando estabilidad y un blanco.
—¡Apagad las luces y moveros, rápido! —. Ordena Dereck. Todos desconectan las luces de sus frontales, y se ponen a cubierto allá donde pueden.
Zaart está desorientado y confuso. Ambos bandos empiezan a disparar en la oscuridad, y la sala se va iluminando como luces estroboscópicas a cada disparo. El joven se agacha detrás de lo que parece un viejo molde de fundición con forma de bañera. Y a través de una grieta intenta identificar a los atacantes, aprovechando la iluminación de los disparos.
Gracias a los destellos de los múltiples impactos, pueden ver un grupo harapiento de encapuchados. Lucen las marcas que han estado viendo por todos lados, la estrella de ocho puntas grabada en sus máscaras y ropas. Algunos están desperdigados en frente de ellos, y otros corren bajando por todas las pasarelas superiores. Ríen y aúllan mientras les atacan.
A Zaart, le cuesta hacerse una idea de a qué distancia se encuentran, o cuántos son ¿diez, veinte, treinta?, no lo sabe.
Puede distinguir a dos de los más cercanos. Tienen los rostros tapados por lo que parecen máscaras de gas rudimentarias. Se están acercando a su posición. Zaart apunta su pistola a través de la grieta y dispara. El sonido de su arma le recuerda fugazmente al día que disparó a su padre. Falla, se mueven demasiado y su puntería no es la mejor. Entonces se acuerda de las granadas que le dio Dereck. Agarra una, le quita el seguro, y la lanza en la dirección de los atacantes. Apunta unos metros antes de la posición en la que vienen, Igual que cuando jugaba a encestar la chatarra. La granada de fragmentación explota, y cuando el humo se disipa, ve los dos cuerpos magullados en el suelo, retorciéndose y gimiendo.
Úrsula apunta a través de la mira telescópica de su carabina láser modificada. Se ha parapetado detrás de un grueso pilar que le ofrece algo de protección, pero se expone cada vez que dispara. No le convence la cobertura, pero no ha tenido tiempo a buscar algo mejor. Apunta por la mirilla hacia la cabeza del encapuchado más cercano…, controla la respiración… y aprieta suavemente el gatillo. Acierta a la primera, y rápidamente se pone a cubierto, mientras el pilar donde se esconde recibe varios impactos de bala. Uno menos. No es la primera vez que se encuentra en una situación parecida. Es trabajo, le pagan por ello.
Dereck está oculto en un mamparo disparando a través de una rejilla. Cuando ve que no hay enemigos cerca, aprovecha y utiliza la radio para pedir refuerzos.
—¡Jagger, nos están disparando!
—¡Tranquilo muchacho, ya hemos oído los disparos, aguantad, estamos cerca —responde el pandillero mientras corre con voz jadeante—!, Puedes ver cuántos son?
—¡No lo sé, puede que veinte o treinta, están por todos lados!
—¡Resistid, Dereck, ya vemos las luces de los disparos!. —Dereck vuelve a mirar por la rejilla, pero uno de ellos se acerca corriendo, y salta a su posición, derribándolo con todo su peso. Lo tiene encima de él, cara a cara, exhalando su desagradable aliento sobre su rostro. La capucha del bastardo son trozos cosidos de trapos sucios. Pero puede ver sus ojos enrojecidos por las venas, a través de los orificios de su siniestra máscara. El pandillero Orlock, ha tenido que soltar el rifle para agarrar la mano del encapuchado que le atacaba con un hacha corta. Con la otra mano, el joven intenta zafarse de un estrangulamiento, pero decide soltarla para desenfundar su pistola automática. La presión de la mano enemiga en su cuello, casi le hace perder el sentido, pero consigue vaciar un cargador en el abdomen de su agresor.
El encapuchado aúlla de dolor, y Dereck puede quitárselo de encima y rodar hasta recuperar su rifle láser. Apunta hacia su cabeza, dispara y acierta. El láser suena con un crepitar, y deja un agujero quemado y humeante en la capucha de su enemigo.
Grim, al ver que se acercan tres hombres hacia él, cambia su rifle láser por la escopeta de postas, y se prepara para recibirlos. Pero a medio camino hasta su posición, una explosión repentina derriba a sus agresores. Zaart ha utilizado su segunda granada.
—¡Bien hecho novato —exclama Grim sorprendido—!, ¡Por el emperador, la próxima vez avisa cuando la lances—! Acto seguido, el municionador registra al difunto compañero, y le confisca la pistola de plasma.
—Ya no la vas a necesitar, socio —. Le dice al muerto, lamentándose por la ironía de la situación. Grim reza una oración, mientras piensa fugazmente por cuántas manos habrá pasado esa arma. Con una pericia sorprendente, alterna la pistola de plasma con la escopeta para detener a los atacantes.
Úrsula sigue disparando, y gracias a su mira infrarroja, con cada tiro derriba a un atacante. A pesar de todo, son demasiados y los superan en número. Los encapuchados siguen ganando terreno, cercando al grupo y descargando su furia contra ellos.
Grim y Zaart se han puesto a cubierto en una batería de moldes carcomidos por el óxido, y disparan cubriéndose las espaldas. Dereck repta por debajo de lo que parece una vieja laminadora de acero, y oculto apunta su rifle láser sin ser visto.
Los pandilleros aguantan su posición a duras penas. Se defienden como pueden, viendo impotentes como esos demonios avanzan, y se acercan cada vez más, remplazando a sus caídos con numerosos efectivos.
—¡Estáis muertos —grita una voz ronca desde arriba—!, ¡no podéis escapar del Raspador…, el dios de la sangre, reclama vuestros cráneos!
Los disparos han cesado un momento ante el macabro discurso de su líder. Los pandilleros pueden ver como un bulto pesado cae desde la pasarela superior, y se estrella contra el suelo. Es un cuerpo mutilado y salpicado de sangre por múltiples heridas.
—Por el emperador, es Castor —se lamenta Grim, reconociendo las facciones desfiguradas del piel rata—. ¿Qué le han hecho esos bastardos?
—¡Son adoradores del demonio Raspador! —advierte Úrsula a sus compañeros—. Estamos bien jodidos como nos cojan.
La amazona habla mientras dispara a dos cultistas que corren rápidamente hacia ella. Uno es derribado de un impacto en un pulmón, pero el otro consigue agarrar el cañón de su carabina, y le propina un cabezazo que le parte el tabique nasal. La amazona aturdida da unos pasos tambaleantes hacia atrás, pierde el equilibrio, y cae sentada. Con la nariz sangrando, se prepara para recibir a la silueta andrajosa con la cara vendada. El cultista acerca hacia ella, con un grito inhumano, y alzando sobre su cabeza un machete oxidado.
El grupo de veteranos, corre y trepa hacia las pasarelas superiores de donde provienen los disparos.
Jagger invierte unos segundos para observar la situación. Ve un grupo bajando de los pisos superiores, y rápidamente los identifica como el enemigo. Acto seguido, escudriña el área, buscando un apoyo para colocar su pesada ametralladora. Encuentra dos grandes tuberías paralelas y longitudinales unidas por una abrazadera. Son perfectas para disparar con estabilidad, y además le ofrecen algo de protección. Apoya la pesada ametralladora entre las dos tuberías, apunta hacia arriba, y gira el dial del arma en modo ráfaga. Deja presionado el gatillo, y la impaciente ruge con un repetitivo sonido. La bocacha escupe un fuego azul producido por los gases de las balas. Decenas de casquillos saltan del arma, aterrizando y rodando por el suelo con un sonido metálico. Las plantas superiores se llenan de polvo de óxido por los ruidosos impactos de Jagger. Tres cuerpos caen desde arriba, precedidos de gritos, y estampándose contra el suelo.
La fundición abandonada, donde se da lugar la escaramuza, tiene diferentes accesos a las plantas superiores. Hay anchas pasarelas ascendentes, y varias escaleras verticales de metal. Clyde avanza con Dogo, corriendo y disparando por la pasarela.
Kirk se cuelga el rifle automático a la espalda, y decide atajar por las escaleras. Cuando llega al borde, antes de incorporarse, asoma la cabeza. Desenfunda una pistola primitiva y observa a un encapuchado arrastrándose moribundo por los impactos de Jagger. Lo remata de un disparo en el cuello a bocajarro.
Farmer y Rebel cubren el avance de su líder, y juntos siguen a través de una batería de grandes válvulas. Jagger dispara otra andanada, y varios encapuchados son atravesados por el gran calibre de la munición.
Uno de los cultistas aparece delante de Clyde, y lanza una botella ardiendo por un trapo que se estrella en medio de la pasarela. El camino entre ambos queda obstruido por las llamas. Dogo, siguiendo las directrices de Clyde, hace gala de sus patas hidráulicas, y da un gran salto sobre las llamas aterrizando sobre el encapuchado. El cybermastín encuentra fácilmente el cuello de su víctima, cierra fuertemente sus mandíbulas y le desgarra la tráquea. Dogo zarandea con fuerza el cuello de su presa hasta que el atacante deja de moverse.
Úrsula está trabada cuerpo a cuerpo con su agresor. A duras penas ha conseguido defenderse de una estocada, pero ha recibido un corte en el brazo. Sin motivo aparente, la chica ve como la cara de su atacante hace una mueca de dolor y suelta el machete. Kirk lo tiene cogido por la nuca con sus dedos de metal. Aprieta un poco más, y el cultista escupe un alarido soltando a la amazona. Sin aflojar la presión de su mano, el Orlock desenvaina un gran cuchillo y le apuñala los riñones repetidas veces. Este cae sobre Úrsula, con un gemido que se va desvaneciendo paulatinamente.
Kirk se lo quita de encima, y lanza al cultista pasarela abajo. El grito del cultista se pierde mientras cae. Acto seguido la ayuda a incorporarse, poniéndola a cubierto detrás de un antiguo mamparo de plastiacero.
—¿Cómo estás, chica?
—Bien…, dame un segundo —. Se queja, mientras se agarra el brazo ensangrentado con una mueca de dolor en el rostro, y lanza un escupitajo sanguinolento.
—Déjame ver —se preocupa Kirk mientras observa la herida—, tranquila, no es muy profunda, todavía no te has ganado uno de estos —sonrie el pandillero, mientras golpea con el cuchillo su brazo metal.
—Mi arma…, tengo que recoger mi arma —. Se lamenta Úrsula buscándola con la mirada.
—Se ha caído a la planta de abajo, toma. —Kirk le ofrece una pistola automática—. ¿Qué ha pasado aquí? —. Le pregunta mientras se asoma por el borde del mamparo, apuntando y buscando un objetivo.
—Llevábamos un buen rato esperando al piel rata —explica Úrsula mientras revisa el cargador de la pistola—, entonces nos emboscaron, y Castor…, Castor está muerto.
—Malditos enfermos adoradores del demonio —, masculla Kirk mientras dispara a través de su cobertura— hacía tiempo que no me cruzaba con esos cultistas, son peores que los carroñeros. No tienen remedio, no les importa nada… Ni siquiera su propia vida.
En Necromunda existen cultos de muchos tipos. En un planeta hacinado, donde la mayoría de sus habitantes tienen la obligación de trabajar para el imperio por un mísero salario, abunda la pobreza y la desesperación. Nada fomenta la violencia como la escasez. Y muchos de los trabajadores son atraídos por cultos que les prometen una vida mejor.
El imperio persigue esta herejía, cada vez más persistentes en los mundos colmena de la humanidad. Esta lacra no solo afecta a la clase obrera, incluso la nobleza de las agujas han sucumbido ante la oscuridad de estas sectas. Lord Helmawr, se encarga de hacer purgas cuando estos cultos son descubiertos. Pero muchas de estas cábalas se ocultan en el anárquico submundo de las colmenas, y allí son más difíciles de ser perseguidas.
En el culto al dios raspador, adoran a un ente del espacio disforme. En el resto de la galaxia también se le conoce con el nombre de Khorne, el rey de la sangre y de la guerra. Sus acólitos se cobran la vida de innumerables víctimas ofreciéndole sacrificios. Ellos están convencidos de que cuanto más sangre derraman, más llamarán su atención, y serán bendecidos con sus regalos.
Se han dado casos de que algunas logias han conseguido abrir un agujero al espacio disforme, y conseguir atraer a uno de estos seres a nuestra dimensión. Estos demonios dimensionales son muy peligrosos cuando se manifiestan y difíciles de erradicar. El imperio agradece y premia la purga de estos grupos cultistas.
Con el tiempo, los seguidores del culto van perdiendo parte de su humanidad, y se convierten en poco más que psicópatas despiadados que solo buscan sembrar el caos. Hay planetas en los que esta lacra se ha expandido hasta tal punto, que el mundo entero ha tenido que ser intervenido por el imperio. Y en algunos casos se ha llegado a sacrificar planetas infestados con bombas orbitales para erradicar su propagación.
Jagger, Rebel y Farmer se reagrupan con Clyde, y juntos dan fuego de cobertura a Kirk y Úrsula.
El rugido de la ametralladora pesada disparada por Jagger, hace mella y se cobra la vida de varios cultistas. Sus balas de gran calibre silban por la sala, y atraviesan estómagos y pulmones y cráneos, salpicando de sangre las barandillas y las pasarelas.
Grim y Zaart oyen el estruendo de los refuerzos y se dan cuenta de que el número de sus atacantes está disminuyendo. Dereck se reúne con ellos, y se pone en contacto por radio con Jagger.
—Jefe, parece que se retiran ¿Qué hacemos?
—No bajéis la guardia, podrían estar acechándonos desde algún lugar escondidos. Dogo está rastreando el perímetro, si algún hijo de puta está por aquí cerca lo encontrará. De momento quedaros a cubierto y esperad a mi señal.
—El grupo está agotado. Llevan más de cinco horas recorriendo el submundo y han tenido dos bajas. Jagger lamenta la muerte de Castor. Era un guerrero de su época, de la vieja escuela, y su pérdida le recuerda que su generación está llegando a su fin. Se siente viejo y cansado, y se acuclilla al lado del cuerpo inerte y mutilado del explorador piel rata.
—Descansa en paz, amigo —. Le susurra mientras observa asqueado, una estrella de ocho puntas grabada a cuchillo en su frente. Recoge un colgante de su cuello y se lo guarda.
Pasado un rato, Dogo se reúne con el grupo y se acerca a Clyde. El cañonero se arrodilla junto a su perro, acariciándolo y volcando los datos recogidos por el cybermastín. Dogo suelta su ladrido ahogado —. Lo has hecho muy bien amigo —. Le dice a su perro mientras lo masajea vigorosamente.
—Parece que no hay nadie en los alrededores —. Observa Clyde —. Esos cabrones han huido.
—¿Cuánto hemos avanzado desde la mina? —. Quiere saber Jagger. Clyde consulta la placa de datos en la que ha ido registrando el nuevo itinerario.
—Cuarenta kilómetros al norte de la mina.
—¿Estamos lejos de la forja Goliath?
— Sí, bastante. Justo en esta intersección nos desviamos hacia el norte —comenta Clyde mostrándole a Jagger un punto marcado en el mapa digital.
—¿Qué hacemos Jagg? —pregunta Farmer, mientras voltea con su bota la cara de un cultista abatido.
—Nos volvemos. Ya hemos acabado nuestro trabajo aquí. Ahora sabemos que no podemos abandonar la mina sin más. Tendremos que bloquear la entrada a nuestro territorio, antes de partir al nuevo asentamiento. Teniendo en cuenta, lo que nos hemos encontrado aquí dentro, no pienso arriesgar más hombres para seguir explorando este maldito lugar.
El líder Orlock, con el rostro agotado y sudoroso, apoya la pesada ametralladora en el suelo, y se enciende un puro con aire pensativo. Mira a su alrededor, y observa todas las paredes con las macabras pintadas de los cultistas. Inhala una larga bocanada de humo y lo expulsa por la nariz.
—Compañeros —concluye—, estos hijos de perra están muy buscados por el gobernador, y sus cabezas tienen un buen precio. Coger el cuchillo más afilado que tengáis, y cortar tantas cabezas como podáis acarrear. Nos servirán de prueba para cobrar la recompensa.
Los Orlocks abandonan ese inhóspito paraje. Se marchan sin más problemas que el cansancio, y el dolor producido por las magulladuras de la guerrilla. No vuelven a tener ningún encuentro con los cultistas, pero en ningún momento, bajan la guardia hasta llegar a la entrada de la mina. Caminan a oscuras, deshaciendo el camino. Clyde los guía, siguiendo el itinerario registrado en la placa de datos.
Zaart, recibe la aprobación del resto de la banda durante el camino de regreso. Dereck lo observa con otros ojos, después de escuchar a Grim sobre sus hazañas con las granadas, y cómo le apoyó durante en ataque. Úrsula, como siempre, le guiña un ojo afectuosamente. Y el resto de pandilleros lo miran con aprobación, como si hubiera pasado una prueba con éxito. Jagger le revuelve el pelo con cara de orgullo, y Zaart se siente apadrinado por su nueva familia. Por primera vez en su vida, conoce lo que es el afecto.
Después de unas cuantas horas recorriendo el oscuro laberinto, divisan una tenue luz al fondo. Es la entrada de la mina, están en casa.
Parte 6
En los próximos días, la vida en el sector 231 transcurre con normalidad, aunque con mucha agitación debido al traslado inminente del asentamiento. Los Rojos se preparan para el largo viaje. En pocos días, marchan junto con un gran convoy de rovers y camiones, transportando todo tipo de maquinaria pesada para explotar el nuevo asentamiento.
El jefe de minería, Godor, revisa el inventario de los camiones y lo compara con la lista de su placa de datos. Él ya ha estado en la nueva mina, y es el ingeniero más indicado para organizar el viaje. Conoce todas las herramientas que van a necesitar y cuáles son más prioritarias.
Tendrán que realizar varios viajes por el salvaje desierto de cenizas, hasta trasladar toda la maquinaria y los trabajadores. Es un viaje de varios días, y son conscientes, de que necesitan ser un grupo numeroso si no quieren ser asaltados por los nómadas del desierto.
Dentro de las colmenas, los agentes palatinos ofrecen cierta seguridad, y tienen varias comisarías fortaleza distribuidas estratégicamente. Pero en los Yermos, al igual que en la anárquica subcolmena, los agentes tienen poca presencia, por no decir ninguna.
Por lo tanto, un gran contingente de pandilleros de Los Rojos acompañarán el convoy para escoltarlo. Incluso están barajando la posibilidad de contratar armas de alquiler para este viaje. Parte de Los Rojos ya están en la nueva mina, protegiendo el nuevo territorio y a la espera de que llegue el nuevo convoy. El peligro no está tanto en el destino como en el viaje. Esto se debe a que ya son varias las bandas Orlock que están explotando esa parte del páramo, cerca de las ruinas del Cráneo. Por lo tanto, la casa Orlock ya tiene una fuerte presencia y han construido varios asentamientos por los alrededores. El riesgo está en el lejano trayecto. Existen puntos débiles en el itinerario que no están bien protegidos. Y hasta que la carretera sea segura, el clan tiene que reforzar la seguridad de todas sus caravanas.
Mientras que Godor se encarga de revisar el traslado, los pandilleros aprovechan la comodidad de la colmena para descansar antes de volver al páramo.
En cuanto a Grim y Úrsula, los dos aceptan unirse a Los Rojos, y juran lealtad a su líder Torvak. Ellos, a diferencia de Zaart, ya son veteranos experimentados y reciben los brazaletes carmesíes con el puño de hierro bordado. Esa insignia es una tradición de Los Rojos, y la prueba de su pertenencia a la casa Orlock. Zaart sabe que todavía le quedan muchas batallas para ganárselo.
La incorporación a la banda de Grim y Úrsula, es celebrada en los Seis Suertudos. Se trata de una taberna regentada por la familia Merdena, y es el principal bebedero del Crisol. Allí, en el mismo centro de los puntos de araña, en plena comunidad Orlock, muchas otras bandas de la casa de hierro conocen a los nuevos integrantes de Los Rojos.
Úrsula y Grim son presentados y alabados con jarras alzadas y golpes afectuosos en los hombros. En la taberna, hay muchas bandas conocidas que han venido a presentar sus respetos a Lord Morrow, el máximo representante de la casa Orlock. Se puede ver algunos pandilleros de bandas legendarias, como los Perros de Sumidero, o los Hijos de Hierro. Viejos amigos se reencuentran, y se pasan el día en la taberna antes de volver al polvo del desierto. Torvak también está allí representando a Los Rojos.
La primera vez que los pandilleros llevan a Zaart ante su líder Torvak, el joven novato se queda impresionado e intimidado. Es un poco más bajo que Jagger, pero con una musculatura soberbia que se esconde bajo un gran abrigo desgastado. Tiene todas las partes visibles de su cuerpo llenas de grandes cicatrices, incluso en la cara. Su corto cabello y barba, son completamente blancas, y esto hace que resalte su tez morena. Sus ojos son grises, rodeados de marcadas arrugas como grietas del desierto. Y su mirada profunda, es como un pozo sin fondo que te desarma. Tiene la voz rota, casi afónica, y cuando habla sus frases son muy cortas. Cuando Torvak supo de su existencia simplemente dijo “No defraudes al clan chico, y nunca dejes que nuestro nombre sea mancillado”. No le ha vuelto a dirigir la palabra. Lo ve de vez en cuando por el asentamiento, controlando el traslado hacia la nueva mina. Hablando con los conductores, con el jefe de minería Godor, o con Jagger y los otros miembros de la banda. Siempre parece ausente y preocupado, como si soportara un gran peso sobre sus enormes hombros.
Zaart pasa los próximos días entrenando su puntería, y ejercitando su cuerpo. Ahora está bien nutrido, y ha ganado algo de peso. Ya no se parece al delgaducho explotado muerto de hambre de antaño.
Grim le enseña al joven, varias lecciones sobre el uso de diferentes armas y granadas. Le instruye en cómo utilizarlas, desmontarlas y limpiarlas. También le desvela cómo fabricar de forma casera la famosa munición Dum-Dum, y le advierte sobre su empleo.
Un día aparece con una especie de mochila voluminosa. Es un Jetpack, le dice el municionador, “lo he fabricado yo y te voy a enseñar a manejarlo”. Se trata de un propulsor muy utilizado por los jóvenes y aguerridos aspirantes a pandilleros de la casa Orlock. Con él, puede desplazarse a grandes saltos propulsados. Le lleva un tiempo, y unos cuantos accidentes aprender a manejarlo. Pero se divierte como nunca, y consigue dominarlo en poco tiempo.
Otro de sus pasatiempos es observar como Clyde entrena a sus perros, y del progreso de estos. Es evidente que son lo más importante para él. Zaart le coge mucho afecto al cybermastín Dogo que los acompañó a la subcolmena, y Clyde le deja participar de vez en cuando en sus entrenamientos “Tú le caes bien chico” le confiesa en una ocasión.
Zaart también pasa algo de tiempo con Jagger, que lo apadrina y le da valiosos consejos sobre la arriesgada vida de pandillero. Pero de vez en cuando también saca tiempo para relajarse, y se ríe con ganas cuando Zaart rechaza constantemente el consumo de alcohol.
En ocasiones se lo lleva, junto con Dereck, a ver combates de gladiadores de pozo en la colmena Primus. Resulta que es un gran admirador de este deporte, e incluso había sido campeón de la modalidad Orlock “A nudillo descubierto”. Una noche de borrachera, Jagger le confiesa que su sueño, cuando se retire, es montar un lujoso pozo de lucha y entrenar a gladiadores. Por supuesto, piensa ganar mucho dinero con las apuestas.
Úrsula también aporta su experiencia para instruirlo. Le enseña a cómo manejar el rifle láser a larga distancia. Como apuntar, y cómo respirar mientras lo hace. Zaart aprende la importancia de cultivar la paciencia en esa disciplina, y la necesidad de tener el arma bien limpia, engrasada y equilibrada.
Disparar a distancia y hacer diana, no le parece nada fácil. El chico se desmotiva después de varios disparos fallidos. Pero Úrsula le confiesa que muy pocos pandilleros saben disparar a largas distancias, y que no se desanime. Zaart adora a esa chica, y su graciosa voz de pito. Pero Úrsula pasa mucho tiempo con Kirk. Es evidente que ellos tienen una lío.
Un día temprano, Jagger se dirige a las chabolas en la periferia de la colmena Primus. Estos poblados, construidos con chapas y material reciclado, es el hogar de muchos desterrados que tienen prohibida la entrada a la colmena. Viven de los despojos, del cultivo de hongos, y de la caridad de algunos de sus parientes en Primus. Algunos de estos poblados, están protegidos por ex pandilleros que han corrido la misma suerte que sus vecinos, y han sido expulsados de la colmena.
Jagger entra en el gueto, ocultando su rostro encapuchado con un largo poncho gris. Recorre las estrechas callejuelas del asentamiento de las afueras, entre un tumulto de forajidos. Deja sus pisadas en las calles embarradas, mientras mutantes y carroñeros inofensivos le observan curiosos desde las destartaladas puertas de las chabolas. Para entrar ha tenido que dejar sus armas a los vigilantes de la entrada. Las peleas y la tenencia de armas están prohibidas en el asentamiento, y severamente castigadas. No es la primera vez que entra en ese lugar clandestino, pero sabe que es relativamente seguro. Se detiene ante una puerta, y agacha la cabeza con pesadumbre. Es la misma chabola donde se presentó hace unos días para contratar los servicios de Castor.
El piel rata ya no alquilaba sus servicios como guía. Él sabía que ya no era el mismo de antaño, porque los años no pasan en balde. Pero Jagger lo convenció para una última misión, y como Castor tenía una familia que mantener, aceptó el trabajo.
Jagger llama a la puerta de la destartalada chabola construida con restos de chapas oxidadas. La puerta se abre, y lo recibe una mujer envejecida con ropas harapientas. También hay un chico de unos dieciséis años intentando arreglar un reciclador. Cuando la mujer observa a Jagger, ésta rompe a llorar. Jagger le ofrece una bolsa y los amuletos de Castor.
—Esta es la paga por la que luchó tu hombre…, lo siento —.Y se marcha. En la bolsa hay mucho más dinero de lo acordado. Suficientes créditos para empezar una nueva vida con su hijo.
El día que los Orlocks dejan el sector 231, amanece plomizo, con cielos amarillos y corrosivos. Hay mucho movimiento en el asentamiento Orlock, y los últimos preparativos ya están dispuestos.
Una gran caravana parte hacia los yermos ecuatoriales. Está compuesta por una batería de gigantescos rovers, que transportan todo el material para explotar los recursos de un nuevo yacimiento. Su mercancía está compuesta por grandes tuneladoras para perforar la tierra, camiones de carga, raíles, vagones, herramientas de todo tipo y más de cien trabajadores explotados. También, algunos Luggers y Ambots de refuerzo.
Son varios los viajes que van a tener que hacer desde la colmena Primus, pero este es el primero de gran magnitud. Es una semana de viaje, y el trayecto no va a ser nada fácil.
Parte del recorrido está relativamente protegido y vigilado por el clan Orlock, en colaboración con el gremio de la moneda. Pero los últimos kilómetros se adentran en una vasta área poco frecuentada por el clan. Una zona irradiada, cerca de la temida colmena en ruinas llamada “El Cráneo”.
Es un lugar lúgubre y peligroso, con apenas presencia de las grandes casas. Cientos de reinos carroñeros, moran los vastos páramos del desierto, y muchas tribus de caníbales, nómadas y mutantes acechan en las frías colinas de los yermos. Ellos son los auténticos amos del desierto, y tienen muy poco que perder, y mucho que ganar.
El jefe de la carretera es Torvack, y suya es la misión de proteger el convoy junto con Los Rojos. Más de cincuenta cañoneros, armados hasta los dientes, acompañan a la caravana y no van a permitir que nadie les impida llegar a su destino.
Zaart está satisfecho mientras observa desde la ventana el vasto páramo de cenizas que se extiende más allá de las chabolas. Por fin lo ha conseguido, está fuera, y atrás quedaron los años que pertenecía a la clase obrera de los explotados. Ha sacrificado mucho para conseguirlo, pero habría vendido su alma al mismísimo diablo por salir de las oscuras minas.
Fin del capítulo 1
Epílogo
Comisaría fortaleza de la colmena Primus en el sector 229.
El comisario Ulises, de la guardia de ejecutores, escupe una maldición. Se queda pensativo, mientras observa las cabezas decapitadas que han traído los Orlocks. Decenas de miradas inertes, y traslúcidas le observan desde su mesa, pero Ulises les aguanta la mirada. La mandíbula del comisario se tensa, cuando sus ojos repasan las marcas de las ocho puntas grabadas en sus rostros.
—¡Rygar —ordena Ulises—!, llama al secretario del gobernador, tenemos trabajo…
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