Parte1
El sumidero es la parte más profunda y corrosiva de cualquier subcolmena, y el retrete, de la modesta megalópolis de Dominicus, no es una excepción.
En la base del submundo hay un pozo negro con agua contaminada. El líquido acidificado está saturado en detritos, y se filtra desde las plantas superiores, provocando gases nocivos.
Ningún humano tiene los pulmones preparados, para exponerse a ese ambiente sin mascarillas filtradoras de protección. Los vapores tóxicos te queman por dentro cuando inhalas los gases letales de sus profundidades.
En un planeta como Necromunda, con los índices de radiación tan altos, las mutaciones se aceleran asombrosamente durante pocas centurias, y algunos miserables se han adaptado a estos fétidos entornos. Los pulmones de muchos mutantes han evolucionado, y son capaces de respirar el aire contaminado.
Estos déspotas marginados de la sociedad, viven en las cloacas más oscuras del submundo, y son perseguidos y cazados como bestias salvajes. Cuando son acorralados, los sacrifican como aviso, o los venden para dar espectáculo en los pozos de lucha. Los cuerpos inertes de las bestias más horrendas, son colgadas en las fronteras de la subcolmena para persuadir a los de su especie.
Dagón, así lo llamaban sus esclavistas antes de que escapara de los pozos de lucha. Le obligaron a pelear durante años contra muchos otros, y los venció a todos en la sangrienta arena. Ahora la bestia está herida y tiene hambre…, mucha hambre.
Después de varios días huyendo, ha conseguido llegar hasta lo más profundo de su hogar. Sabe que tiene que recuperarse si quiere sobrevivir, y la única manera de hacerlo es comiendo.
Dagón escucha el movimiento de algunos pasos, sabe que se están acercando. Son unos cuantos, y si estuviese en plena forma, la bestia acabaría con todos ellos. Pero está malherido, y no asumirá riesgos innecesarios.
Lleva diez minutos sumergido en el maloliente sumidero. Se lo permiten sus pulmones mutados unidireccionales, inhalando tan solo una bocanada. El aire cargado de toxinas que ha respirado, recorre su tráquea sin problemas. Después pasa a los bronquios hasta llegar a unos pulmones no lobulados, donde se produce el intercambio gaseoso.
Ahora sus pulsaciones son bajas, y su metabolismo se ha ralentizado para aguantar el tiempo suficiente, sumergido y oculto. El agua corrosiva del sumidero destrozaría la piel de cualquier humano normal, pero no la de un escamoso. Los pseudo humanos reptiloides, tienen un sistema inmune adaptado para este difícil entorno.
Los pasos se sienten cada vez más cerca, aunque Dagón no los oye, percibe las vibraciones que vienen de arriba. Dos de los humanoides van rezagados del grupo, y se entretienen mirando la charca de agua tóxica donde se esconde la bestia. Quizás los visitantes tienen sed, y están valorando la posibilidad de potabilizar el agua corrupta. Puede ver sus siluetas distorsionadas por la superficie del agua, gracias a una membrana que recubre sus ojos cuando se sumerge. El resto del grupo ya está lejos, y Dagón tiene que ser rápido si quiere tener éxito. Silenciosamente, empuña el trozo de metal que arrancó de uno de los tubos de ventilación abandonados. Estuvo varias horas afilándolo pacientemente, dándole forma a su improvisada arma.
El escamoso, haciendo eco de su gran potencia, emerge del agua verde, pillando a los dos carroñeros desprevenidos. Atraviesa el cerebro de uno de ellos con el arpón, y agarra al otro por la pierna, arrastrándolo a las profundidades del sumidero. El mutante reptiloide le parte el cuello bajo el agua, terminando con el inútil forcejeo del carroñero.
Ya está hecho, se ha aprovisionado de comida para unos días. Parece que el resto del grupo no ha escuchado nada. Gracias a los nutrientes de la carne, su poder de regeneración sanará la herida del muslo en poco tiempo.
Dagón sale del agua pútrida, arrastrando el cuerpo inerte de su presa. En frente suyo tiene más alimento esperándole, el otro cadáver yace en el suelo con la cabeza arponeada.
Lo primero que hace cuando suelta al carroñero, es arrancar de un mordisco un trozo de carne de la víctima. Su poderosa dentadura poblada de afilados dientes, desgarran sin dificultad el blando cuello del apestoso. También aprovecha el momento para saciar la sed, y bebe la sangre que brota a presión de sus arterias. En cuestión de minutos, nota como va recuperando las fuerzas.
El escamoso se sienta en un rincón, y comienza a devorar los cadáveres. Utiliza el propio cuchillo, de uno de los desafortunados, para desmembrarlos. Primero extirpa los órganos y empieza a alimentarse con ellos. El resto lo guardará, y ya no tendrá que cazar durante algunos días. Para cuando el hambre apriete de nuevo, ya habrá recuperado todo su vigor.
En las más bajas esferas de las subcolmenas, el canibalismo es imprescindible para muchos de sus supervivientes. Aunque sea el último recurso, hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan. Al fin y al cabo, los parias y desamparados no tienen acceso al reciclaje humano del gremio de cadáveres. No tienen derecho a la comida sintética… A no ser que la roben.
En la base del submundo de cualquier subcolmena, los mutantes y carroñeros suelen establecerse allí donde pueden cultivar hongos, recolectar insectos o cazar algunas bestias de sumidero. Estos poblados los defienden de las tribus rivales hasta que son derrotados y expulsados. Y llegado este momento, muchos tienen que recurrir a la antropofagia cuando hay demasiadas bocas que alimentar. De esta salvaje forma, la natalidad se regula sola.
Dagón está tan absorto, nutriéndose, que sus sentidos no detectan que una última rezagada del grupo lo está observando.
Los miembros de su clan la llaman Yuria, y es una carroñera mutante de tres brazos. Está impresionada con el sangriento espectáculo que está presenciando, nunca antes había visto a un escamoso.
Yuria sabe que estos pseudohumanos de leyenda habitan, en lo más profundo del pozo negro, y que son poderosamente fuertes. Su abuelo le había explicado que las tribus de carroñeros intentan reclutarlos por todos los medios. El tener un reptiloide de estos entre sus filas, les ayudaba a sobrevivir, y a tener una clara ventaja contra las tribus rivales. El problema con estos legendarios guerreros, es que la mayoría prefiere estar solos, y después de algún tiempo vuelven a sus agujeros.
Yuria y su tribu están en las últimas. Ellos y otros grupos de marginados, han sido víctimas de una purga a gran escala en la subcolmena. Los Redencionistas arrasaron su hogar. Quemaron a muchos y empalaron a otros tantos como aviso.
Aunque la gran mayoría de ciudadanos de las colmenas detestan a los carroñeros, los suelen dejar en paz en el subsuelo. Siempre y cuando no se acerquen demasiado a las secciones habitadas.
Pero la casa de la fé los odia, y los persiguen constantemente con el fin de erradicarlos. Ellos son sus peores enemigos, y los redencionistas sus enfermizos verdugos.
Los carroñeros son los vástagos olvidados y odiados de la sociedad necromundana. Son los parias sin hogar, las bacterias que nadie quiere, las formas de vida más bajas.
Hace milenios eran humanos comunes, pero cuando la superpoblación hizo mella en Necromunda, no había trabajo ni alimento para todos. Sus ancestros tuvieron que refugiarse en lo más profundo del submundo. Allí donde nadie podía vivir, levantaron su hogar. Y milenios de vapores tóxicos, radiación y contaminación hicieron el resto.
Sus pieles carecen de pigmentación, y están llenas de pústulas nauseabundas y llagas producidas por el ambiente insalubre. Algunos de ellos sufren mutaciones por el entorno, y deformaciones por la endogamia. Algunos de estos cambios evolutivos pueden ser imperceptibles, y hasta cierto punto, aceptados en la sociedad necromundana. Pero otros más evidentes y extravagantes no son tolerados ni bien vistos, como el tercer brazo de Yuria.
La chica mutada sostiene una vieja y herrumbrosa pistola automática con ambas manos, y con su extremidad adicional, se rasca los hongos de la cabeza.
—¡Hola amigo! —dice Yuria, intentando llamar la atención del hambriento escamoso.
Dagón alza la cabeza con la boca manchada de sangre, y observa a la mutante. Ante tal escena, cualquier necromundano huiría del terror. Pero los carroñeros han visto muchas cosas desagradables a lo largo de su corta existencia. Yuria tiene miedo, pero aguanta la compostura.
—¡Tranquilo, no quiero problemas!, puedes comértelos…, esos dos eran unos imbéciles. Seguramente los hubiéramos sacrificado nosotros mismos. —El escamoso se levanta, y lanza el cuerpo mordisqueado a un lado. Sus dos metros y medio impresionan a Yuria, y esta retrocede unos pasos. La ancha espalda del mutante está llena de duras escamas verdes, capaces de protegerlo como si de una armadura se tratase. También tiene una cola prensil, y una sobresaliente lengua rosada que se relame la cara manchada de sangre.
—Quiero hacerte una proposición —continúa Yuria retrocediendo, y haciendo gala de su poder de convicción, sin estar muy segura de que el escamoso la entiende.
—Necesitamos tu ayuda…, y me parece que tú también la nuestra. Unos fanáticos encapuchados nos expulsaron de nuestro territorio. Esos demonios están arrasando todos los campamentos del submundo, expulsando a todas las tribus de sus chabolas. Nuestro hogar ha sido aniquilado, y la gran mayoría de nuestros hermanos han sido asesinados…, solo unos pocos pudimos escapar.
>>Tenemos un plan, sabemos de un lugar donde huir y prosperar. Allí podemos empezar una nueva vida, y si quieres puedes venir con nosotros. Cuanto más seamos, más posibilidades tendremos de llegar. ¿Qué me dices?
Durante su discurso, Yuria gesticula con sus tres brazos, y usa un tono de voz pacífico.
El escamoso ha estado durante más de un año esclavizado, y ha aprendido bastante bien el idioma de sus captores. Entiende el contexto de lo que trata de explicarle la chica, aunque sus cuerdas vocales no pueden reproducir el idioma. En el pasado, Dagón ya se había unido esporádicamente con algunas bandas de carroñeros para conseguir recursos. Sabe que estas alianzas benefician a ambas partes. La unión de sus fuerzas, puede hacer frente a amenazas que lo superan en solitario. El reptiloide comprende que esta hembra lo está tratando de reclutar.
Yuria, haciendo acopio valor, se guarda la pistola y se acerca al escamoso con las manos alzadas. La mutante lo analiza, y se da cuenta de dos detalles durante su escrutinio. Está herido, tiene un gran corte en el muslo derecho. Y se ha escapado, lo sabe por un grillete que abraza su tobillo. Yuria, cuando está cerca de él, le muestra su mejor sonrisa y le pregunta:
—Tengo mucha hambre, llevo días sin comer, ¿me das un poco?
El grupo de mutantes, del que se separó Yuria, sigue avanzando por una estrecha cloaca. Caminan en fila, con el nivel del agua residual hasta las rodillas. Uno de ellos sostiene un trozo de cañería con un trapo empapado de promethium a modo de antorcha. El carroñero de al lado sostiene un andrajoso mapa que estudia mientras avanzan.
—La entrada tiene que estar cerca, creo que el camino sigue por ese tubo de ventilación. —El carroñero jorobado alza la antorcha, haciendo un barrido en el aire para observar la nueva estancia en la que acaban de entrar.
—Este lugar parece que perteneció al gremio de cadáveres. ¿Eso de ahí no es un triturador de carne?
En la bóveda hay unas grandes cisternas oxidadas y mohosas por el paso del tiempo.
—Eso parece. Tengo mucha hambre, y hace tiempo que no nos cruzamos con nada para comer —. El que parece el cabecilla del grupo, tira de la manga del carroñero que sostiene el mapa, y le susurra en voz baja:
—Borgo, vamos a tener que sacrificar a alguien del grupo si queremos sobrevivir. Hace un rato casi me desmayo, y no sé cuanto tiempo aguantaré sin comer.
—¿A quién quieres rajar? —pregunta el Jorobado Borgo.
—Gromeg y Frogy son los más nuevos, pero ambos son fuertes y se defenderán. Yuria es muy lista, pero es la más débil y será mucho más fácil acabar con ella. Si la sacrificamos aguantaremos unos días más…
—Estoy contigo…, vamos a llamarla con la excusa de que nos ayude con el mapa —. El líder manda hacer un alto a sus soldados.
—¡Yuriaaa!, ¿Puedes adelantarte un momento para ayudarnos a leer el mapa?, ¡no tenemos muy claro si es por aquí! —el eco de la voz resuena por el pasadizo.
—¡¿Yuriaaa?! —no reciben respuesta, solo el rebote de sus propias palabras proveniente de los estrechos pasillos.
—¡No están…, y Gromeg y Frogy tampoco! —responde un carroñero que va último en la fila.
—¡Mierda, esos dos se nos han adelantado, rápido vamos a buscarlos!
El grupo de carroñeros empiezan a deshacer el camino por donde han venido. Sus delgadas y pustulosas piernas recorren las aguas residuales con un sonoro chapoteo.
Al cabo de unos minutos, les responde una voz.
—¡Idiotas, estoy aquí! —responde Yuria al final del pasillo—. ¡Mirad a quien me he encontrado!
Cuando el grupo se acerca, y la luz de la antorcha revela al escamoso, los carroñeros se quedan estupefactos.
—Tranquilos ya ha comido, no nos hará daño y creo que nos será muy útil para llegar a las ciudades prohibidas —. El grupo de carroñeros se queda parado, esto no se lo esperaban.
—¿Pero qué haremos cuando tenga hambre de nuevo?, aquí no hay nada que llevarse a la boca!. ¿Cómo sabemos que no nos atacará? —a modo de respuesta, el escamoso tira unos fardos de carne envueltos con los sucios ropajes de sus compañeros cazados. Las bolsas aterrizan en el suelo con un sonido húmedo y blando.
—¿Gromeg y Frogy? —pregunta uno.
—Si son ellos, reconozco sus ropas.
Los carroñeros se quedan mirando los fardos manchados de sangre, con los restos de sus compañeros amputados. Nadie se atreve a decir nada.
—¡Bah!, eran unos inútiles, traer la garrafa de Prometio, vamos a encender un fuego y a cocinarlos —ordena el líder Barat relamiéndose mientras le rugen las tripas.
Parte 2
La colmena Dominicus es una megalópolis de pequeño tamaño, si la comparamos con la capital planetaria Primus u otras colmenas de mayor relevancia. Está gobernada por la casa Cawdor, unos fanáticos religiosos que adoran al emperador de la humanidad. Sus agujas están recargadas de baratijas y estatuas en su honor, dándole el aspecto de una cochambrosa ciudad monasterio.
Dominicus es una minúscula y patética versión de la impresionante colmena Temenos, la ciudad eclesiástica más importante de Necromunda. Pero Temenos mantiene un vínculo con Dominicus, y la utiliza como una representación del culto a la eclesiarquiía, en esta parte tan alejada del páramo.
Los Cawdor son poco más que chatarreros, además de la casa productora más pobre de Necromunda. Pero también son los más numerosos, y su ferviente misión de esparcir la palabra del emperador por todo el planeta no tiene límites.
Los hermanos de la fe, llevan más de una centuria purgando la subcolmena de herejes y mutantes. Los Cawdor han decidido que Dominicus sea un lugar puro y libre de infieles, algo imposible en las colmenas de gran tamaño. Para conseguirlo, han pedido la ayuda de un grupo Redencionista, proveniente de la colmena Temenos. El nombre por el que responde esta banda de extremistas es el de “Los celestinos”.
Los Redencionistas son los acólitos más violentos y radicales de los cultos imperiales. Tan desmesurada es su devoción por el emperador, que sus sangrientas purgas están prohibidas en Necromunda, y los Redencionistas actúan al margen de la ley imperial.
En Dominicus apenas quedan comisarías fortalezas. Al ser una colmena de pequeño tamaño, solo los distritos fronterizos de las agujas, están amparados por la ley. Esta ausencia de agentes palatinos, favorece las incursiones de los Redencionistas, que pueden actuar con libre albedrío.
Los ultraviolentos encapuchados han conseguido expulsar a la gran mayoría de mutantes y carroñeros a lo más profundo de la subcolmena. La banda de Barat, lleva huyendo varios días de las llamas de la purificación. No han parado de caminar desde el día que quemaron su poblado de chabolas, y asesinaron a casi todos los marginados.
El grupo de carroñeros se encuentra descansando en una amplia estancia donde antiguamente se reciclaban los cadáveres. Es un lugar lúgubre que huele a muerte.
Todavía puede apreciarse las desvencijadas cintas que transportaban la carne hacia las cubas trituradoras. Hay infinidad de viejas cadenas corroídas por la herrumbre colgando del techo. También grandes grúas que servían para verter las toneladas de cuerpos en las fauces metálicas de las máquinas recicladoras. Toda esa infraestructura febril mortuoria yace olvidada desde milenios y centurias.
El gremio de cadáveres es el encargado de reciclar los millones de muertos que fallecen a diario en el planeta. Los cementerios no tienen cabida en Necromunda, y sería un desperdicio dejar tanta carne a merced de las alimañas. El preciado almidón de cadáver, se consigue gracias a las incontables plantas de reciclado que el gremio mantiene por todas las ciudades colmena. Como todas las fábricas que se fundaron antes de que las colmenas crecieran, esta ha sido abandonada junto con toda su maquinaria.
El andrajoso grupo de mutantes y carroñeros, están reunidos en círculo brillante alrededor de una hoguera de Prometio robado. Sus sombras agrandadas por el fuego, proyectan gigantescas siluetas en las paredes colindantes de tuberías.
Una de las víctimas del escamoso, ha sido desmembrada y está cocinándose en el fuego. Barat ha cortado varios miembros del cadáver que les ha ofrecido Dagón, y los ha ensartado en varillas de acero para asarlos. El olor del asado es agridulce, y ese aroma reconforta a los muertos de hambre.
Realmente, a los carroñeros no les gusta demasiado la carne humana. Ellos no son como otros necrófagos que habitan en las catacumbas de las subcolmenas. Su apetito por los de su especie, no se puede comparar con el de los cultistas trituradores de cadáveres, o los zombies de plaga descerebrados que deambulan por el submundo. Pero cuando no hay nada que llevarse a la boca, el canibalismo es la única alternativa a una muerte lenta y dolorosa.
El líder carroñero apodado Barat. Tiene una larga maraña de pelo gris ceniza, recogido con un sucio trapo. Su rostro mortecino transmite una versión enfermiza de los seres humanos. De su cara cadaverica, sobresale una gran nariz aguileña poblada de verrugas. Viste ropas anchas, parcheadas y raídas, con varias capas de suciedad incrustada. Sus dientes podridos mastican con cuidado, y agradecen que la carne esté cocinada y blanda. De su cinturón cuelga un gran sable de hoja curva, guardado en su vaina de cuero sintético. También una desvencijada pistola primitiva enfundada.
Las bandas de carroñeros no son excesivamente peligrosas, si las comparamos con los pandilleros de las casas productoras. Sus miembros son débiles por la malnutrición y la enfermedad, y su armamento es defectuoso. Pero cuando una familia crece en número, no se les puede menospreciar. Los carroñeros se dedican a asaltar algunas caravanas de comerciantes, y asentamientos mal defendidos. Pero solo atacan cuando están en superioridad numérica.
Barat es el patriarca de lo que queda de la banda, y suyo es el deber de repartir la comida. Él se esmera en que todos los trozos sean iguales, todos menos el suyo, que por algo es el cabeza pensante.
El que recibe la primera porción de proteína es su segundo, el jorobado Borgo. Se trata de un desaliñado y maloliente soldado de las alcantarillas. Este astuto veterano, es el que más tiempo lleva a las órdenes de Barat. Carece de pelo y porta la cara llena de quistes. En su regazo reposa un viejo mapa que no para de estudiar. A su lado, sostiene una cochambrosa y oxidada escopeta con la culata rota, y cinco cartuchos. Borgo agarra el trozo de comida, lo sopla mientras se lo pasa de mano en mano, y finalmente se lo lleva a la boca.
El líder, Barat, lanza un trozo de pie cocinado que ha cortado con su cimitarra, y Ganglio lo agarra al vuelo.
Ganglio, al igual que Yuria, es otro carroñero mutante. Su mutación consiste en un brazo desproporcionadamente grande, que termina con una mano grotesca de afiladas garras. Al igual que sus congéneres, es grisáceo de piel, viste con harapos recosidos, y está lleno de llagas. Ganglio debe su nombre a la gran cantidad de tumores que tiene repartidos por todo el cuerpo. Está armado con un viejo fusil automático, ensamblado con diferentes piezas de armas. Su bien más preciado, es el casco de un agente enforcer con la visera agrietada.
Por último, Barat agarra un trozo de hígado humeante, y se lo tira a Motrex. Este último pandillero es de risilla fácil, y tiene un vendaje que le cubre casi toda la cabeza. Solo una boca de dientes negros, y ojos saltones asoman tras las sucias vendas de su rostro. Suele hablar con incoherencias, pero es bastante audaz. Seguramente por su desequilibrio mental. Sostiene un gran trabuco entre sus rodillas, y ríe como un lunático entre mordisco y mordisco. Este sucio pandillero es el que más problemas le da a Barat, debido a su desmedida iniciativa. Por suerte, cuando anda famélico, se limita a reír sin parar, hasta que Barat lo manda callar.
Yuria se queda observando el último trozo de carne ensartado en una varilla de acero. Está salivando, y mira con reproche a su líder.
—¡tú ya has comido Yuria, tienes la boca manchada de sangre! Tenemos que racionarla.
—¡Apenas comí un poco, y estaba cruda…, tengo mucha hambre! —Yuria le lanza una mirada furiosa a Barat, y escupe en el suelo para mostrarle su desaprobación.
La carroñera mutante es sin duda la más lista del grupo, para envidia del jorobado Borgo. De todo el miserable grupo, es la que más sentido común tiene. Otras de sus virtudes es que es una buena estratega, y posee una amplia memoria para orientarse en el laberíntico submundo. Además, es una excelente trampera, y conoce una gran variedad de hongos comestibles. Todo este conocimiento se lo debe a su abuelo adoptivo, un anciano piel rata renegado, que fué masacrado por los Redencionistas.
Yuria se unió a esta desvencijada pandilla, cuando los fanáticos del emperador destrozaron su hogar. Después de varios días huyendo, sin encontrar presas que cazar u hongos que recolectar, empezó a sospechar que el hambre de sus compañeros iría en aumento. Es lo suficientemente inteligente, como para sospechar que la sacrificarían la primera si no encontraban comida. No obstante, físicamente es la más débil. Por esta razón, empezó a quedarse rezagada del grupo apropósito, para poder escapar de los dientes de sus compañeros. Por suerte se encontró con el escamoso, y consiguió comida para toda la banda, además de un valioso soldado.
Yuria mantiene su mirada insolente hacia Barat. A fin de cuentas están comiendo gracias a ella, y el maldito patriarca no es capaz de reconocerlo y recompensarla con un trozo de carne.
El escamoso Dagón se levanta de su rincón, y coge la varilla con el último trozo de carne ensartado. Ante la mirada impotente del grupo, se dirige a Yuria y se la ofrece. A la mutante se le dibuja una gran sonrisa, y sin pensarlo dos veces agarra la carne y empieza a devorarla.
—¡Está bien…, puedes comer! —dice Barat con voz resignada, intentando restar importancia al desobedecimiento de Yuria— ¡Pero tenemos que racionar el alimento!, estas provisiones nos ayudarán a recuperarnos, y quizás lleguemos a las ciudades prohibidas.
¿Yuria, ya le has dicho a nuestro nuevo amigote hacia dónde nos dirigimos?
—Fí, le he efplicado parte del plan. Creo que nof afcompañará —responde Yuria con la boca llena.
—Eso es bueno… ¿Puedes hablar amigo? —le pregunta Barat.
—Nof hablaf, fero nof entiende ferfectamente —contesta Yuria mientras se limpia con la mano la barbilla manchada de grasa.
—Bien, si nos comprende es suficiente. Nos dirigimos a las ciudades prohibidas, en este punto de aquí. —Barat se levanta con un crujido de huesos, y le muestra al escamoso el deteriorado mapa —. Allí gobierna un poderoso líder carroñero. Está dando cobijo a todos los desafortunados que escapan de los Redencionistas. A este nuevo rey mendigo lo llaman Corintio, y su banda de mutantes tiene fama de ser muy numerosa – Dagón arruga el semblante lleno de escamas mientras mira el mapa. Su larga lengua rosada aparece y desaparece entre sus fauces recubiertas de colmillos.
—Esta información la tenemos gracias a un emisario de Corintio. Su lacayo, rondaba por todas las chabolas de la subcolmena de Dominicus reclutando soldados. En el momento que apareció en nuestro territorio, no le hicimos mucho caso.
Nosotros sobrevivíamos en nuestro asentamiento sin demasiados problemas. Teníamos cultivos de hongos, y comerciábamos con algunas alimañas. Hasta que llegaron esos fanáticos Celestinos y nos masacraron. Ahora no nos queda otra opción que aceptar su oferta y unirnos a su familia. —Barat, mientras prosigue con su historia, se hurga con una larga uña los restos de carne entre los dientes. El líder carroñero vocaliza el bajo gótico lentamente, para que el escamoso lo entienda sin dificultad. Mientras informa al escamoso, mete su demacrada mano en un zurrón, y extrae una pipa de fumar. La llena con restos de hongos resecos, y la enciende antes de continuar con su relato.
—Ese rey mendigo está reclutando soldados para dar un gran golpe en el desierto, en el exterior de la colmena. El emisario nos explicó dónde encontrar su territorio, y nos aseguró que todos los desterrados son bienvenidos, sin importar su descendencia o mutación. Según este mapa que hizo Borgo, con las indicaciones que le dio el emisario, el territorio de Corintio está cerca de las ciudades prohibidas. ¿Has oído hablar de ese lugar? —Dagón asiente con la cabeza, y sus ojos atentos observan a Barat sin parpadear.
La historia de las ciudades prohibidas se remonta a miles de años en el pasado.
Cuando el imperio tomó el control del planeta, construyó una red de carreteras subterráneas bajo el desierto de cenizas, que unía las colmenas más relevantes. Este laberinto de túneles, era parte de la defensa planetaria ante una posible invasión o un desastre natural. Ante la posibilidad de ser asediados, y que las colmenas quedasen aisladas sin recibir recursos, el imperio almacenó armamento y provisiones en puntos estratégicos repartidos por la red de bunkers subterráneos. De esta forma podrían resistir hasta la llegada de refuerzos, y comunicarse entre las colmenas.
Con el paso de los milenios, algunas de estas redes subterráneas quedaron en desuso, y una gran cantidad de sus galerías fueron abandonadas, destruidas o saqueadas. Algunos de los habitáculos, que guardaban toneladas de raciones de comida sintética, quedaron enterradas durante miles de años. Toda esa fécula de cadáver fermentó a causa de los hongos mutantes, y con el paso del tiempo se convirtió en un polvo verde de donde se extrae el preciado Espectro.
El Espectro es una droga prohibida en Necromunda, y su tenencia o distribución, es severamente castigada por el imperio. El peligroso narcótico despierta los poderes psíquicos latentes de quien los consume. El Espectro es codiciado por todos los estratos, desde la nobleza, hasta los déspotas del submundo. De vez en cuando, se redescubren algunas galerías en los bunkers olvidados, y se recuperan grandes alijos de esta droga.
Las ciudades prohibidas existen en muchas subcolmenas de Necromunda. Se han hecho ricas gracias al Espectro, y los señores de las drogas mantienen una gran cantidad de esclavos procesando el Espectro. Estas ciudades subterráneas se han acondicionado con todo tipo de lujosas reformas, están bien aprovisionadas y férreamente defendidas.
Lord Helmawr y muchos otros nobles, están involucrados en el tráfico del Espectro. Y a espaldas del imperio, lo distribuyen a lo ancho y largo del Segmentum Solar y más allá. Evidentemente, no hay indicios que vinculen a la nobleza con la droga prohibida, menos aún con el gobernador planetario. Y cuando un alijo es incautado en las rutas espaciales de comercio, las cabezas que ruedan son las de los señores de las drogas, y los agentes imperiales corruptos.
Barat explica al escamoso que la única posibilidad que les queda es llegar hasta allí, y trabajar para Corintio. Son pocos, y apenas tienen armamento para defenderse o cazar en la subcolmena de Dominicus. Es cuestión de tiempo que un grupo más numeroso que se encuentre en la misma situación los asalte.
El desvencijado grupo de desalmados, caminan bajo el resplandor de la antorcha que porta Borgo. De vez en cuando se equivocan al seguir el itinerario que marca el mapa, y tienen que volver sobre sus pasos.
Recorren senderos antiguos de plastiacero, bajo el corrompido ambiente de gases tóxicos. Durante su peregrinaje, no encuentran rastro alguno de seres humanos. El lugar está desierto, con la excepción de algunas alimañas que se cruzan en su camino, ratas mutantes que recorren las pasarelas abandonadas y el crepitar de pequeños insectos que se alimentan de los detritos.
Después de dos días deambulando por la ruinosa subcolmena de Dominicus, el agotado grupo hace un alto para descansar. Los víveres se están acabando, y aunque Yuria ha podido cazar un par de ratas mutantes gracias a sus trampas, el escaso alimento apenas les llega para un día más.
—¡No lo entiendo! —se queja Borgo señalando el mapa— Hemos recorrido todo este camino de aquí, y ya deberíamos haber encontrado una entrada…o algo.
—¿Seguro que no te has equivocado? —pregunta Yuria con tono incrédulo.
—¡No me he equivocado, todo el recorrido coincide con el mapa!. ¡Hemos encontrado las plantas recicladoras, el alcantarillado y ahora estamos en la fábrica de munición abandonada! —responde Morgo señalando cada uno de los puntos en el mapa.
—Pues yo tengo la sensación de que este lugar está desierto. No veo a ningún pandillero de la “numerosa” banda de Coríntio.
El grupo hace un alto para descansar, y de repente el líder levanta la cabeza alertado. Dagón también se ha dado cuenta y empuña sus armas.
—¡Shhhh!, silencio idiotas, ¿No oís eso? – Barat los hace callar y afina su oído. Se oyen como unos cantos a lo lejos, y de donde proceden las voces, pueden observar un gran resplandor de luces que se acerca.
Celestinos, somos los verdaderos creyentes.
Traemos la redención para los herejes.
Llegan los defensores de la humanidad.
Alabado sea el emperador que nos protege.
Solo él guía nuestro camino con humildad.
El fin de los impuros está cerca.
Las llamas redentoras traen la libertad.
Celestinos, Celestinos, Celestinos.
—Mierda, ya están aquí esos locos, seguro que han seguido nuestro rastro. — Dice Borgo con un hilo de voz.
El resplandor de numerosas antorchas cada vez se ve más cercano, y también se hace más audible la canción eclesiástica, entonada por sus violentos feligreses.
—No nos queda otra opción que escondernos —declara Yuria, mientras desenfunda su arma—, con un poco de suerte, no nos verán y pasarán de largo. Esos tipos son unos sanguinarios y odian a los mutantes. Ya visteis lo que les hicieron a nuestras familias, mejor no arriesgarse. Y os aconsejo que guardéis una bala por si os cogen prisioneros. — hay auténtica sinceridad y miedo en las palabras de Yuria.
—De todos modos, es mejor que les rodeemos desde nuestros escondites. —ordena Barat— y si nos descubren, por lo menos podremos matar algunos, y quizás tengamos alguna posibilidad.
El líder carroñero intenta animar a sus soldados con esas palabras, y empieza a dar órdenes apresuradamente, colocando a sus mugrientos pandilleros en diferentes posiciones.
En ese momento, la banda de carroñeros se encuentra en una fábrica abandonada de armas, con una de las fachadas derrumbadas. El lugar está repleto de antiguas cajas que fueron saqueadas y olvidadas hace mucho tiempo. También se puede ver los esqueletos de algunos vehículos de transporte, con su chasis desnudo por el expolio.
Barat empuña su pistola primitiva, y se parapeta detrás de una pared con un marco sin puerta. El líder carroñero se aparta la maraña de pelo grisácea que se le ha pegado a la cara, y observa al enemigo mientras busca algunas balas en su bolsillo. Cuenta veinte bastardos más o menos, y se guarda un proyectil en un bolsillo aparte.
Los fieles Cawdors y sus hermanos Redencionistas, se han dividido en varios grupos para purgar la subcolmena de Dominicus. Este contingente no es muy numeroso, pero siguen siendo más que ellos. Ahora están cerca, y el grupo de carroñeros los tienen a tiro desde sus posiciones. El problema es que apenas disponen de munición.
Un encapuchado, de la primera fila, sostiene un vasto y raído estandarte con la figura del emperador ilustrada. A su lado, otro creyente porta una corona de hierro en la cabeza, con varias velas encendidas en lo alto. El cirio derrama cera sobre sus hombreras, creando gruesas capas que se cuartean. En sus manos sostiene una “Destripaentrañas”, una de las armas preferidas de los Celestinos. Se trata de una sierra mecánica, modificada con un lanzallamas incorporado.
Todos los cofrades visten túnicas rojas, con frases bordadas alabando la causa redencionista. Sus cabezas lucen altos capirotes, y sus rostros están ocultos con siniestras máscaras de acero.
Una gran manada de ratas acompaña al grupo de fanáticos, como si de un único superorganismo se tratara. Los roedores saben que los creyentes dejan a su paso, una montaña de fiambres del que se pueden alimentar.
El escamoso y Yuria, se esconden detrás de uno de los vehículos de carga. Dagón solo dispone de su arpón, y de un machete que le robó a una de sus presas. Yuria recarga su pistola automática con el único cargador que le queda.
El lunático carroñero, con la cara vendada Motrex, se oculta detrás de unas grandes cajas. Con una risilla silenciosa, empieza a recoger chatarra y escombros del suelo a modo de metralla, e introducirla en su trabuco cargado de pólvora. Una vez ha recargado su oxidada arma con tornillos, piedras y basura, lo prensa con un palo que usa a modo de porra.
Ganglio, el mutante con el brazo grotesco, se encarama en una plataforma con bidones agujereados, y encañona su fusil automático apuntando al grupo de Redencionistas.
El jorobado Borgo, esconde su mapa en una vieja mochila, y abastece su escopeta con los últimos cartuchos que le quedan. Su cabeza calva está repleta de gotas de sudor, está nervioso, y busca desesperadamente un lugar donde esconderse. Se coloca detrás de una gran máquina taladradora, que se utilizaba para fabricar los distintos calibres de las armas.
La banda Redencionistas apodada Los Celestinos, hace un alto y sus acólitos dejan de cantar. Solo puede oírse el chillido de la manada de ratas hambrientas, que corretean a sus pies.
—¡Aquí apesta a herejes! – dice uno de los zelotes con voz que denota repugnancia, mientras escudriña los alrededores. Sus ojos llenos de odio rebuscan por cada grieta del entorno.
—¡No tenéis escapatoria, no podéis eludir la ira del emperador! —amenaza otro soldado de la fé, mientras suelta una llamarada con su lanzallamas para iluminar la estancia, y recorre con una mirada relampagueante el almacén abandonado.
El grupo de Redencionistas se dispersa, y todos sus miembros empiezan a registrar los alrededores. Los carroñeros se mantienen en sus escondites, nerviosos, con las armas preparadas por si son descubiertos.
El mutante Ganglio tiene una visión privilegiada desde lo alto de la plataforma. Se ha colocado su viejo casco de agente palatino a modo de protección. Siempre que va a entrar en combate lo hace. El casco se lo robó a traición, un agente moribundo que apuñaló por la espalda, después de una refriega en el submundo.
En la mirilla de su rifle automático, aparece uno de los zelotes que se está acercando a la fachada derruida donde se esconde Barat. Lo va a descubrir.
Ganglio no se lo piensa demasiado y dispara su arma. Aunque estaba apuntando en la cabeza, la bala atraviesa la clavícula del Zelote. No es que tenga mala puntería, pero la mirilla de su rifle está muy torcida, y tiene que compensar a ojo la trayectoria de la bala.
El creyente grita de dolor y suelta su motosierra. Ganglio satisfecho, sonríe mientras acaricia el gatillo y se prepara para el siguiente disparo.
El líder carroñero Barat está escondido a escasos metros del herido. Se asoma desde el marco de la pared, y observa al pandillero Cawdor sujetándose el hombro herido. El carroñero dispara su pistola primitiva impactando en el pecho del fanático y lo derriba. Acto seguido, sale de su escondite y desenvaina su cimitarra. No va a malgastar la escasa munición en rematar a un enemigo desarmado. El soldado de la fe, está sentado en el suelo gimiendo de dolor, con el hombro y el esternón agujereados. Barat corre hacia él, y hunde la hoja de su espada en la cabeza del Redencionista, dejando la ruinosa pared salpicada de sangre. Parte de la manada de ratas muertas de hambre, se abalanza sobre el cuerpo del creyente y empiezan a devorarlo.
Una lluvia de disparos se desata por parte de los hermanos. Los carroñeros aguantan sus posiciones, apenas tienen munición, y están en inferioridad numérica. Por lo contrario, sus perseguidores no escatiman en balas, y disparan largas ráfagas de disparos, dejando infinidad de agujeros y casquillos por el almacén.
Yuria se da cuenta de que no tienen escapatoria, están acorralados en el interior de la fábrica. Ella y Dagón, se encuentran a cubierto detrás de un vehículo de carga, y a través de una de las ventanas de rejilla observan el panorama.
Cuando el tiroteo cesa por unos segundos, la chica se asoma rápidamente y dispara su pistola automática. El arma reparte una ráfaga, y se queda sin munición, no sin antes provocar una herida en la pierna de uno de los Redencionistas. Los disparos delatan su posición, y tres soldados creyentes corren hacia ella.
Yuria mira al escamoso buscando su ayuda, y este la aparta detrás de él. Cuando los Celestinos doblan la esquina del vehículo donde se esconden, se topan de bruces con el mutante, y del susto se quedan paralizados unos segundos. El escamoso ensarta por el estómago a uno de ellos con su arpón, lo levanta dos metros, y lo lanza hacia un lado. Antes de que sus hermanos puedan reaccionar, Dagón selecciona a la siguiente víctima, y arroja una estocada con su machete. El mortífero golpe abre un tajo descendente, desde el trapecio hasta la parte inferior del pecho. La hoja atraviesa la carne y los huesos, cortando parte del hombro y las costillas superiores.
El siguiente soldado consigue disparar su pistola lanzallamas, pero el escamoso se cubre del fuego con ambos brazos y carga hacia él. El calor es abrasador, pero las gruesas escamas del mutante mitigan el dolor, y consigue abrazar al Redencionista con sus musculosos brazos. Aprieta con todas sus fuerzas, y se oye un crujido de huesos rotos. El fanático pierde el conocimiento y se desmaya soltando su pistola. Yuria la recoge del suelo, y acaba el trabajo incinerando al enemigo con su propia arma. Este se despierta de un respingo, y se retuerce en el suelo aullando de dolor, mientras su cuerpo carbonizado se agita por el pavimento.
Los Redencionistas se agrupan, y todos los que están armados con lanzallamas, descargan el fuego purificador sobre la posición de los carroñeros, provocando un gran incendio. La fábrica de armas arde desmesuradamente. El Promethium que utilizan como combustible en los lanzallamas, es un líquido gelatinoso altamente inflamable, que se adhiere a las superficies del almacén abandonado.
Los carroñeros empiezan a notar la subida de temperatura causada por el fuego colindante. Si salen de sus escondites serán un blanco fácil, y si se quedan donde están, morirán quemados o asfixiados.
Los pandilleros de Barat se tapan la boca con trapos y pañuelos, pero no es suficiente. El negro humo empieza a penetrar en sus pulmones, desatando ataques de toses incontrolables. Los ojos les lagrimean, no aguantarán mucho más tiempo.
Sin previo aviso, un sonoro estruendo precedido de una gran explosión, hace volar por los aires a más de la mitad de los Celestinos. Una granada de fragmentación ha sido detonada sobre los feligreses. El estallido ha reventado los calderines de combustible que los Redencionistas llevan en sus espaldas.
Los pocos supervivientes que quedan, se han convertido en un grupo de guiñapos sanguinolentos, que se retuercen por el suelo.
Detrás de las víctimas mutiladas por la explosión, entre el humo y las llamas, aparece un grupo de soldados que se dedica a rematar a los supervivientes a golpe de machete, y disparos a bocajarro.
—¡Podéish shalir, no osh vamosh a hacer daño! —les promete uno de los verdugos— ¡Tranquilosh, eshtamosh en familia…, bienvenidosh a lash ciudadesh prohibidash!.
Parte 3
La banda de carroñeros sale de sus escondites tosiendo. Barat, Yuria, Motrex, Borgo, Ganglio y Dagón se presentan ante sus salvadores. Estos extraños carroñeros han espantado a las ratas que se alimentan de los caídos, y están rapiñando lo que queda de los Redencionistas. Buscan bajo las túnicas de los cadáveres, y se apropian de todo aquello que tiene algo de valor.
—¿Eshtáish todosh vivos, cuantosh shoish? —el que pregunta, no vocaliza muy bien, y lleva una máscara antigás para protegerse del ambiente insalubre. Es corpulento, pero con una barriga bien alimentada. De cintura para arriba está desnudo, tan solo lleva unos tirantes que le sujetan los pantalones harapientos. Su panza, pecho y brazos sudorosos, muestran una gran cantidad de llagas, forúnculos y bultos. Algo muy común en los desheredados de la subcolmena.
—Sí, estamos todos, es… ¡cof, cof, cof!…, esos idiotas nos siguieron el rastro y consiguieron acorralarnos —contesta Barat, cuando las toses le dan algo de tregua—. Yo soy Barat, y estos son mis hombres. Agradecemos tu ayuda contra esos desgraciados… ¿cuál es tu nombre?
—Me llamo Rash amigo mio, yo y mish compañerosh shervimos a Corintio. Corintio esh el amo indishcutible de eshte lugar. Él esh el rey carroñero, ahora todosh pertenecemosh a Corintio, él esh el líder de todosh noshotrosh… ¿lo entiendesh Barat? —Barat sabe que no tiene elección. De todos modos, confía en sus habilidades. Está convencido que gracias a su experiencia como líder, podrá ser ascendido y volver a obtener privilegios. Por ahora, es mejor pertenecer al bando de los más fuertes para sobrevivir.
—Lo entiendo Rash… ¡Ya lo habéis oído todos, ahora Corintio es el que manda!
El carroñero de las ciudades prohibidas, se adelanta y examina al fatigado grupo, uno por uno. Cuando repara en el gigantesco escamoso, Rash se acerca hacia él, y se quita la máscara dejando al descubierto la cara.
Su rostro es blanquecino y translúcido, con numerosas venas rojas y violetas que recorren su rostro. Una fea cicatriz atraviesa un ojo blanco y ciego, desde la frente, hasta sus labios partidos.
—¿Pero qué tenemosh aquí? —las palabras del carroñero suenan distorsionadas a causa de la mutilación de su boca. Cada vez que habla, se le derrama un hilo de saliva por la cicatriz de sus labios cortados. —Corintio aprecia mucho a losh de tu eshpecie…, she alegrará cuando te vea.
Dagón observa a su interlocutor de arriba abajo. No le impresiona y tampoco le da miedo, ningún ser humano lo hace. De todos modos, el escamoso no baja la guardia. Estudia al resto del grupo, y analiza el armamento que llevan. Le duelen los brazos por las quemaduras que le ha producido el fuego de sus enemigos. Yuria se mantiene a su lado, y no se separa de Dagón cuando el feo carroñero, Rash, se fija en sus tres brazos.
—Nacishte con una gran ventaja chica, ¿puedesh dishparar con todash tush manosh?
—Dame munición y dos armas más, si quieres que te lo demuestre —responde Yuria orgullosa, cruzando dos de sus brazos, y haciendo girar la pistola con su tercera mano.
—¡Ja ja ja! Lash tendrash amiga, lash tendrash…, Corintio tiene armamento de sobra para todos.
— y tú, jorobado…, ¿qué tienesh que contarme, cualesh shon tush abilidadesh? —pregunta el carroñero Rash, clavando su vista en Borgo.
—Soy la mano derecha de Barat, su hombre de confianza —responde Borgo, buscando con la mirada el apoyo de su exlíder Barat.
Rash lo repasa de arriba a abajo sin mostrar gran interés. En cambio, sus ojos brillan cuando descubre el brazo del mutante Ganglio.
—¡Otra sorpresha!, eshe brazo esh increible, tienesh que tener una gran potencia con él! —Ganglio se quita su casco palatino, y se lo queda mirando estupefacto. No sabe cómo reaccionar al oír esas adulaciones. La mutación de su brazo, siempre despierta miedo y asco ante la mayoría. Su interlocutor está entusiasmado, mientras analiza de arriba abajo la poderosa extremidad. Después le toca el turno al desequilibrado Motrex.
— ¿Y tu amigo…, tienesh algún don oculto? – Motrex empieza con su risilla histérica, y mira nervioso a todo el mundo.
—¿Qué te hace tanta gracia, amigo? —Motrex, empieza a reírse histéricamente, mientras da saltos y vueltas. Termina su errática danza, disparando el trabuco al aire.
—Los carroñeros de las ciudades prohibidas apuntan a Motrex. Barat, armado de paciencia, levanta las manos y sale en su defensa.
—No quiere atacaros, está contento de que nos halláis ayudado, solo está muy excitado. Siempre se está riendo y nunca tiene miedo de nada, es muy valiente. Creemos que comió una gran cantidad de hongos alucinógenos, y se quedó así de chalado —los carroñeros se miran entre ellos, y después de un breve silencio empiezan a desternillarse de risa.
—Eshtá bien amigo mío, me alegro de que te shientas agushto con tu nueva familia, pero baja esha arma shi no quieresh que te vuelen la cabeza.
>>Por lo que veo soish todosh guerrerosh, esho esh bueno, muy bueno —continúa el feo carroñero con su voz siseante y acuosa, mientras termina de pasar revista—, estamosh en guerra deshde hace tiempo con eshosh eshtúpidosh de arriba. Hoy she han acercado demashiado…, pero lo han pagado con sush vidash. Nunca antesh habían llegado tan lejosh. Nosh alegra que conshigan llegar hashta aquí abajo, de esha manera no tenemos que subir a cazarlosh. Que bajen ellos a por noshotrosh, ashí podemosh robarlesh shush posheshionesh, y comernosh shu carne.
El grupo de caníbales empiezan a reírse a carcajadas mientras continúan con sus labores carroñeras. Unos cuantos están recogiendo las pocas armas que se han salvado de la explosión. Otros están despedazando los cuerpos con las motosierras, y metiendo los trozos amputados en sacos de plástico.
—¡Neceshitamosh guerreroshs fuerteshs y lishtosh! —bueno…, no hace falta que todosh shean muy inteligenteshs— corrige mientras mira a Motrex, que empieza a danzar contento —¡Corintio abre shush brazosh a todosh los marginadosh de la subcolmena!. ¡Todosh tienen shu función en nueshtra familia, todosh shon necesariosh para nuestra supervivencia!.
—Bien, bien, bien. Hoy ha shido un buen día —dice Rash mientras se coloca de nuevo su máscara antigás—, volvemosh con comida, armash y nuevosh guerrerosh…. Corintio eshtará satishfecho. Regreshemosh a casha.
—Barat y sus antiguos pandilleros siguen a ese grupo de carroñeros caníbales. Ahora están más confiados, pues pertenecen a una banda muy numerosa y disponen de comida de sobras. Ya no temen por su supervivencia.
Los antropófagos han conseguido salvar algunos litros del combustible Promethium, que llevaban los Redencionistas. Se han fabricado varias antorchas, y las han repartido a todo el grupo. Casi todos tienen una luz propia, y agradecen saber por donde pisan.
Caminan durante unas cuantas horas por una ciudad muerta de desechos y antiguas fábricas abandonadas. El fétido submundo de la colmena de Dominicus, es extremadamente grande en proporción con la ciudad que se erige hacia sus agujas.
La historia de esta singular ciudad, está vinculada a una Colmena en ruinas, actualmente apodada El Cráneo. Esa descomunal metrópolis, estaba compuesta de un cluster de tres colmenas. En el pasado, sufrió el asedio de una invasión Orka que azotó Necromunda. Los pieles verdes se enquistaron en El Cráneo, y fue necesario un contingente de marines espaciales para erradicar a los xenos. La colmena fué bombardeada, y sus agujas se desplomaron en el desierto de cenizas. Desde lejos, la colmena en ruinas tiene el aspecto de una gran calavera, de ahí su actual apodo.
En esa época, la colmena Dominicus estaba conectada con El Cráneo, por una red subterránea de abastecimiento que cruzaba el páramo de cenizas. Cuando los puños imperiales derribaron el cluster, Dominicus quedó aislada durante centurias. Pero la pequeña colmena pudo sobrevivir durante un tiempo, gracias a la red subterránea, y los recursos de abastecimiento que se guardaban en su interior.
Durante esa época, Dominicus estaba gobernada por algunos descendientes de la nobleza Ran Lo.
Al depender su economía de la megalópolis destruida, sus industrias dejaron de ser productivas, y los nobles abandonaron Dominicus a su suerte. Ninguna familia quería esa deprimente colmena, pero los desheredados del subsuelo vieron una gran oportunidad.
La banda de forajidos más dominante del submundo, congregó a todas las tribus de carroñeros y mutantes. Los desterrados saquearon las agujas de Dominicus, sabiendo que tarde o temprano, alguna casa noble o productora reclamaría la colmena.
Fué entonces cuando la conquista carroñera llegó a los oídos de la colmena Temenos, gobernada por la casa Ko’Iron. La casa envió a unos nobles representantes, y a sus feligreses más devotos, para remediar esa herejía. Un ejército de pandilleros Cawdor hizo su gran peregrinaje a Dominicus. No les costó mucho purgar las agujas, y apoderarse de la ciudad colmena. Pero el basto submundo era otro asunto, y todos los carroñeros se refugiaron en él, y huyeron con todo el botín que rapiñaron hacia sus profundidades.
Esta guerra perdura en el actual cuadragésimo milenio. Pero los devotos Cawdor, aun con la ayuda de la causa redencionista, no han conseguido purgar sus catacumbas de los herejes. Esto se debe a que un pequeño grupo de forajidos y mutantes, durante su huida, se toparon con un acceso a la red subterránea. Allí encontraron un gran suministro de víveres y armamento pertenecientes al Astra Militarum. Gracias a este descubrimiento, la banda forajida se ha fortalecido con el paso del tiempo.
Actualmente, el rey carroñero, apodado Corintio, es el descendiente de esa macabra estirpe, y gobierna eficazmente las ciudades prohibidas de Dominicus. No solo descubrieron los preciados recursos con los que sobreviven, recientemente también han hallado un pequeño alijo de la droga Espectro.
La estrategia de Corinto es sencilla pero eficaz. Para acceder a sus dominios, hay que recorrer una infinidad de laberintos por las cúpulas derruidas y los habitáculos abandonados de la subcolmena. Por lo tanto, la superioridad numérica no funciona, porque están obligados a disgregarse a medida avanzan y descienden por las estrecheces. Los pandilleros de Corintio los esperan en lugares estratégicos, apostados y ocultos por todo el entramado.
Nadie ajeno a la banda de Corintio, conoce exactamente las diferentes entradas a su oscuro distrito. El rey mendigo juega con esa ventaja, mandando reclutadores por toda la subcolmena, y atrayendo tanto a posibles reclutas como enemigos. Igual que una araña, atrae a sus presas a su telaraña. Por lo tanto, una fuente interminable de carne y suministros nutre a estos carroñeros.
Barat, después de dos horas de recorrido siguiendo a los hombres de Corintio, no tiene ni idea de donde se encuentra. Ni siquiera Yuria, con su eficaz orientación, podría deshacer sus pasos.
Ganglio observa, desde el orificio de su casco de Enforcer, a los soldados del rey mendigo que caminan delante de ellos. Están bien alimentados, y provechosamente equipados. Algo inusual en los enfermizos y decadentes parias del submundo.
Motrex está contento, y mira en todas direcciones con su risa de enajenado. Parte de las vendas que le cubren su cabeza se ha desprendido, dejando patente las quemaduras de tercer grado que moldean su rostro. Motrex habla solo, y se ríe de su propio monólogo.
El jorobado Borgo deambula pensativo, con una mezcla de emociones entre la pérdida, y la desconfianza. Con Barat a su lado todo había sido relativamente sencillo. En su interior sabe que no es un guerrero sobresaliente, y ahora teme por su destino.
El escamoso Dagon está atento a sus sentidos. Se conoce la gran mayoría de sectores que componen el submundo de Dominicus. Los ha explorado a lo largo de su existencia, cazando en solitario, o uniéndose de vez en cuando a otras bandas de carroñeros. El mutante no tiene ni la más remota idea de donde se encuentran, pero sería capaz de volver. Su percepción memoriza todo el recorrido, registrando olores, sonidos e imágenes del entorno. Toda esta información recabada la añade a su mapa mental de la subcolmena.
Después de recorrer una descomunal estructura de tuberías, pertenecientes a alguna decrépita factoría, hacen un alto delante de un vasto conducto. Se internan en su interior, atravesando el gasoducto de cinco metros de diámetro, durante quince minutos. Cuando salen del gigantesco canalón, una puerta redonda de hierro infestada de óxido, se muestra delante del grupo. Rash se quita su máscara antigás, y agarra un comunicador de su cinturón.
—¡Abrid perrosh, traemosh soldadosh y carne!—. Tras una breve pausa, se oye el quejido chirriante de un sonido metálico, y la puerta obedece sus órdenes.
Los reciben dos carroñeros con cara de pocos amigos. Uno de ellos es corpulento, calvo, con barba y ataviado con un collar de pinchos. Su compañera de rostro pálido, es obesa y tiene los ojos y los labios pintados de negro brillante. Su maquillaje, mal perfilado, contrasta horriblemente con la tez blanquecina. Ambos van armados con escopetas cortas y pistolas enfundadas.
—Bienvenido Rash…, veo que traes un buen botín —afirma el carroñero que guarda la puerta— Jeremías no ha tenido tanta suerte como tú. Se ha tropezado con un grupo de debiluchos, que no valen ni para hacer un caldo de huesos, ja, ja, ja. Entrad, llegáis a tiempo.
>>Corintio ha reunido a todas las bandas, y quiere dar un discurso a los nuevos reclutas. Durante el asalto a la caravana no se harán más expediciones, vamos a necesitar muchos guerreros —. Mientras el guardián les informa, sus ojos recorren a los integrantes del grupo, hasta que se detienen en el escamoso.
—¡Esta vez te has superado Rash —le felicita la carroñera — Corintio te va a recompensar maldito…!, ¿quién es esta preciosidad? —pregunta mirando con lascivia al escamoso.
—Esta preciosidad ya tiene compañía —replica Yuria palpando uno de los brazos de Dagon—. El escamoso no entiende nada.
—Cálmate rata mutante, solo estaba bromeando, pero te advierto que eres demasiado canija para ese machote. Daros prisa Rash, dejad la carne en los congeladores, y el equipo que habéis encontrado en el taller, Corintio va a empezar su discurso.
El grupo camina por un corredor bien iluminado hasta llegar a una gran puerta. Desde el otro lado, se oye un replicar de metales y de voces. El lugar apesta a cerrado por la falta de ventilación.
—Abrid, traigo carne freshca! —exclama Rash con tono irritado.
Los recibe un carroñero cojeando, con una pata de plastiacero, y una fea herida mal cicatrizada en la mejilla. Su cabello es largo y gris, y tiene los ojos pequeños y hundidos. Viste con un delantal, manchado con incontables capas de sangre reseca, y en su decrépita mano, porta una motosierra que gotea. El olor a muerte lo lleva como perfume, y cuando habla, su voz suena con un tono afónico.
—Os he dicho mil veces que no los cortéis, de eso ya me encargo yo. Vosotros no sabéis hacerlo, y desperdiciáis la carne.
—Cállate Golem, hemosh matado muchosh redencionishtash, tú no te imginash lo difícil que esh traerlosh hasta aquí de cuerpo entero.
—¿Habéis encontrado una prótesis mecánica para mi pierna?
—Todavía nooo peshado, ten un poco de paciencia, maldito bashtardo. No she para que diablosh la quieresh, tampoco hacesh grandesh recorridosh.
Barat observa que el matadero está lleno de amplias mesas con fiambres desmembrados. Varios ayudantes de Golem, extraen los órganos de los cuerpos inertes, y los depositan en cubos de acero llenos de moscas. Los carniceros abren unos grandes congeladores, y van almacenando toda la carne troceada y la casquería en su interior.
Rash le explica orgulloso a Barat, que uno de los ingeniosos aciertos del clan para sobrevivir, fue construir los grandes congeladores para almacenar la comida. Tienen varias decenas de cámaras frigoríficas desperdigadas por la ciudad subterránea. También disponen de huertos fúngicos, y criaderos de milsaurios para alimentar al resto de carroñeros. La mayoría de la carne humana solo está reservada para los guerreros más fuertes como Rash.
La energía para mantener los congeladores y el resto de maquinaria, la extraen a través de un cableado que recorre diferentes conductos hasta llegar a un viejo generador de plasma. El agua la extraen de alambiques desviados, y de algunas potabilizadoras.
Esta tecnología suele ser inaccesible para las bandas de carroñeros. Algunas de las casas productoras ni siquiera poseen uno. La banda de Corintio es una extraña excepción. Durante el tiempo en que sus antecesores descubrieron los depósitos subterráneos de las milicias imperiales, algunos forajidos consiguieron hacer funcionar la valiosa maquinaria. Actualmente, solo ha sobrevivido uno de los tres generadores que atesoraron. También disponen de algunos filtros para reciclar el agua del pozo negro. El conocimiento para hacer funcionar y mantener el generador y las potabilizadoras, fue transmitido hace centurias por los forajidos que ayudaron a los carroñeros a conquistar Dominicus. Esta relevante información redactada y guardada, por los predecesores de Corintio, hasta el día de hoy.
Barat no da crédito a la eficacia y sostenibilidad de ese territorio. Él se ha criado en las ruinosas y oscuras chabolas del subsuelo de Dominicus, construidas a base de desechos y escombros. La mayoría de sus familiares y compañeros, han sucumbido prematuramente a causa del hambre y la enfermedad. Muchos otros han sido exterminados, o ejecutados, por el simple hecho de pertenecer al submundo. Barat se deleita con la grandeza de poder que le rodea, nunca antes había visto nada parecido en los parajes de residuos de donde proviene.
Más tarde, Rash y sus soldados, entran en un taller donde depositan las armas robadas a los Celestinos. El habitáculo huele a metal quemado, y allí están los forajidos de la banda, con más conocimientos técnicos trabajando.
Reparan chapuceramente el armamento robado, ensamblando piezas con cuerdas, cinta adhesiva y algunos tornillos. Hay un gran desorden de percutores, muelles, cañones y gatillos encima de una mesa. Uno de los apestosos, manipula varios puñados de balas desmontadas, está fabricando munición Dum-Dum. Su compañero de al lado, se dedica a afilar una serie de armas blancas con la ayuda de un rodillo eléctrico. Bajo la mesa donde trabajan, hay una maraña de viejos cables empalmados, que crepitan soltando chispas.
—¡Aquí osh dejamos algunosh regalitosh! —. Los hombres de Rash vuelcan el armamento robado a los Redencionistas. Uno de los desarrapados, observa la colección de motosierras, cuchillos, armas automáticas y escopetas. Agarra un fusil automático destrozado del montón, y sonríe mientras se fija en su culata bien conservada. Acto seguido, agarra otro fusil con la culata rota, y los compara.
—Deshpuesh de que conozcaish a Corinitio, podreish volver aquí para equiparosh —les informa Rash—, hay armas de shobra, pero no hay mucha munición. Losh chicosh del almacén osh la repartirán. Vamosh muchachosh, Corintio eshpera…
Barat, y el resto de nuevos reclutas, siguen a Rash por un húmedo pasadizo, flanqueado por tenues luces amarillas. Cuando llegan al final, dos verrugosos carroñeros de piel blanquecina, abren con esfuerzo una gran puerta de hierro. En su interior se oye un tumulto de voces. Una congregación de desheredados los espera. Por lo que recuerda Barat, en la entrada dijeron que se estaban preparando para realizar un asalto. Un asalto, una caravana.
Barat y el resto del grupo, se encuentran en una amplia y abovedada sala, en lo más profundo de las ciudades prohibidas. Las catacumbas están bien iluminadas, gracias al resplandor que producen varios bidones de promethium ardiendo. Yuria cuenta más de cien carroñeros. Todos ellos están congregados ante un pilar partido, de más de tres metros de altura, y cinco de diámetro.
En lo alto del podio de hormigón, se alza Corintio. La multitud aguarda las palabras del rey mendigo, que ha conseguido reunir a las familias supervivientes del fuego redentor. Todos los congregados callan, cuando su líder levanta las manos para pedir silencio. A ambos lados, le acompañan sus guardaespaldas: Un imponente pseudohumano escamoso, y un mutante bicéfalo.
Corintio es un psíquico no autorizado. Un mutante astuto con una gran inteligencia, que ha aprendido a dominar sus poderes psíquicos desde su infancia. Su cráneo está ligeramente abultado, y envuelto por numerosas y gruesas venas. Viste un abrigo largo de cuero sintético, de color azul eléctrico. Y en su mano derecha sostiene un largo bastón de plastiacero, con un báculo en su extremidad, decorado con un círculo de cinco calaveras.
—Te estábamos esperando Rash. Hijo mío, veo que has traído nuevos soldados —. La voz de Corintio resuena nítida por toda la sala, y el gran tumulto examina con curiosidad a los nuevos combatientes —. Ya habrá tiempo para las presentaciones, el tiempo apremia.
Corintio alza las manos para hacer callar a la horda infecta, y empieza a soltar su discurso antes de partir hacia el exterior de la colmena.
—Nuestros hombres llegaron ayer con buenas noticias. Una gran caravana viaja desde la Colmena Primus para dirigirse a los nuevos asentamientos en los alrededores del Cráneo —. La congregación se agita cuando escuchan la noticia, pero el psíquico alzas las manos y los carroñeros callan.
>>Necesitamos reparar nuestro generador urgentemente. Desde hace tiempo la maquinaria está fallando. Y cuando deje de funcionar, no podremos almacenar más carne, y moriremos de hambre. Los huertos de hongos hidropónicos, no son suficientes para alimentarnos a todos.
Muchos de los carroñeros, allí presentes, se horrorizan cuando escuchan las palabras de Corintio, y vuelven a cuchichear entre ellos. Pero el psíquico prosigue con su discurso, retomando de nuevo su atención.
—¡La caravana que se dirige hacia el Cráneo, pertenece a la casa Orlock!. Ellos están transportando grandes cantidades de material para construir nuevos asentamientos. Transportan tuneladoras, herramientas de perforación, agua, alimento y armamento. Hasta es posible que lleven generadores eléctricos, o incluso uno de plasma. Si queremos sobrevivir, tendremos que arrebatarles su carga —. La multitud recobra los ánimos ante la oportunidad que se les presenta, y Corintio les deja unos segundos para que saboreen la esperanza antes de proseguir
>>Sabemos por donde pasará el convoy, y tenemos una salida desde nuestro bunker cercana a su paso. Podremos sorprenderlos fácilmente, cortándoles el camino. Pero tendremos que ser rápidos, el convoy está intensamente defendido y escoltado por vehículos ligeros. Si no detenemos la caravana, nunca conseguiremos su carga. No tenemos suficientes vehículos para perseguirlos –el rey mendigo hace un alto para observar a la harapienta muchedumbre que lo está escuchando. Es consciente que su pequeño ejército está en desventaja contra los Orlocks. Sabe que a la mínima de cambio, sus hombres huirán si la cosas se complican.
—¿A hombres nos enfrentamos? —el que alza la voz con su pregunta es Barat —. Los congregados se giran y observan a los recién llegados.
—¿Tú perteneces al grupo que ha rescatado Rash, cómo te llamas hijo?
—Me llamo Barat.
—Dremel, ¿puedes responder a nuestro hermano Barat? —Corintio deja hablar a uno de los exploradores, que ha estado espiando el convoy de la casa de hierro.
—Hemos seguido a los Orlocks durante dos noches, observándolos desde las colinas. No podemos asegurarlo, pero creemos que pueden ser muchos…, más de cincuenta —. Corintio no se fía mucho del carroñero explorador, cuando este se pone a recordar y a contar con los dedos. Sabe que las matemáticas no son el fuerte de sus hombres, y duda que sean capaz de calcular cuántos pandilleros pueden haber en el interior de los vehículos —. En el centro de la caravana hay diez rovers que viajan en fila, y transportan grandes contenedores cada uno. También hay un camión largo y grande. Por delante y por detrás hay más vehículos, motocicletas y buggies. Todos los vehículos van armados.
—Esos contenedores son el objetivo —sentencia Corintio—. Si transportan generadores, comida o armamento, tienen que estar ahí almacenados. Y yo tengo un plan para detenerlos —. Los congregados gritan jubilosos, y levantan sus decrépitos brazos en señal de victoria. Todos aclaman a Corintio, como si el mutante psíquico tuviese algún tipo de influjo sobre ellos.
—Bien, hijos míos, ya sabéis lo que tenéis que hacer. Los Orlocks están a un día de camino del paso agrietado. Tenemos cuatro horas hasta llegar allí por los pasillos subterráneos que recorren el bunker.
—¡Poneros manos a la obra malditos! —ordena con un rugido el mutante bicéfalo que acompaña a Corintio— Su otro guardaespaldas, el gran escamoso, de la misma subespecie que Dagón, sonríe mientras observa cómo la multitud de carroñeros y mutantes corretea por todos lados.
Parte 4
—¡Por el gran Olandus…! Maldito enano, ¿no estarás haciendo trampas? ¡Arremángate ahora mismo! —Grim, con una sonrisa socarrona, recoge un puñado de créditos, junto con unos cuantos puros de encima de la mesa.
—Ya te avisé Jagger, el gruñón sabe jugar a las cartas, y como no abandones a tiempo, te va a joder toda una paga. Yo ya he perdido mi parte de la recompensa que cobramos por las cabezas de esos cultistas. Por hoy ya he tenido suficiente, me retiro.
Dereck se levanta de la pequeña silla abatible, y se dirige a una de las ventanas polarizadas en el contenedor blindado en el que viaja. El convoy Orlock atraviesa el desolado yermo, marcando con sus pesadas ruedas el desierto, y levantando una columna de polvo a su paso. Mientras observa el polvoriento páramo de cenizas en movimiento, se acaricia la cicatriz izquierda de su cabeza. Este tic que se le presenta cuando está inquieto.
En el exterior, una paleta de tonos cálidos muestra el inmenso desierto teñido de colores amarillentos, ocres y anaranjados. El viento ha amainado, y en la lejanía se pueden observar las imponentes ciudades colmena, como poderosos gigantes de acero que los observan. Atrás han quedado algunos asentamientos y puestos fronterizos del Mercator Gelt, en los que han podido descansar y repostar.
Ahora se adentran en territorio salvaje. En una vasta área donde el gremio de la moneda todavía no tiene presencia ni efectivos para defender la carretera y cobrar los peajes.
Esta es la parte del trayecto más peligrosa y costosa de atravesar. Se trata de una zona que recibió, en el pasado, el impacto de varias bombas termonucleares. En el exterior el aire huele a azufre, y los índices de radiación son letales. Cuando estás fuera, sin protección y con la piel al descubierto, la carne comienza a escocer y a picar. Y en pocas horas, las ampollas empiezan a brotar. Se puede respirar unos minutos sin filtros, pero te arriesgas a lesiones pulmonares si te excedes de tiempo. Sin duda alguna, es un trayecto desafiante y peligroso, no apto para los habitantes de las colmenas. Pero la casa Orlock está muy acostumbrada a recorrerlo.
Los Rojos, en algunas ocasiones, han perdido cargamentos enteros en esta temerosa zona. No solamente el clan de Los Rojos. Es un riesgo común en todas las familias de la casa de hierro, que tienen asentamientos en los lindes del Cráneo. Para llegar a las ruinas de esa colmena maldita, hay que atravesar esta amenazante y vasta área. Es algo inevitable, y son pérdidas que hay que asumir, por lo menos hasta que los asentamientos sean autosuficientes y las carreteras estén defendidas.
A este peligroso viaje, se les han unido veinte miembros de “Los Hijos de Hierro” otra banda Orlock, que también están explotando el extrarradio del Cráneo. Los Orlocks suelen viajar juntos en ocasiones como esta, uniendo sus fuerzas. Es más difícil asaltar una gran caravana con numerosos efectivos. Toda protección es poca, hay demasiados muertos de hambre en el desierto que codician la carga que transportan.
Los carroñeros, forajidos y mutantes, no suelen agruparse en grupos muy numerosos. Son demasiado indisciplinados, y carecen de buen armamento. Pero en esta recóndita parte del desierto, hay reinos de caníbales muy necesitados, y en muchas ocasiones cuando no pelean entre ellos, se unen varias familias para asaltar las caravanas que surcan el páramo.
Pero no solo hay que temer a los carroñeros y caníbales, también están los siniestros nómadas del desierto. Suelen aparecer con las tormentas de polvo, montados en grandes insectos mutantes. Los Orlocks saben que esos guerreros, a diferencia de los carroñeros, están hechos de otra pasta, y nunca hay que menospreciarlos.
Dereck escudriña una cordillera montañosa mientras sorbe una taza de cafeína. Sabe que están ahí fuera, esperando una oportunidad para abalanzarse sobre su carga.
—Las colinas tienen ojos muchacho…, yo también me siento observado —admite Jagger, mientras se coloca un puro en la boca y se masajea su frondosa barba rizada.
—¿Crees que nos están vigilando ahí fuera? —pregunta Grim, mientras le ofrece lumbre a su desplumado compañero. Acto seguido, el municionador también se enciende uno de los puros que le ha ganado en las cartas.
—Es muy probable…, pero solo atacarán si están seguros de tener posibilidades. Anoche, durante mi turno de guardia, observé a algunos de esos cobardes carroñeros agazapados, observándonos con un catalejo. Esos déspotas solo atacan a las caravanas pequeñas y mal defendidas. Normalmente, convoyes de colonos o esclavos, dirigidos por mercaderes inexpertos o pobres. Los Rojos estamos bien provistos, tenemos una gran reputación y muchos nos temen… Seguro que se lo piensan dos veces cuando reconocen nuestra bandera. Esos desgraciados necesitarían un milagro para hacerse con esta carga. Los Nómadas del desierto son otro cantar… Esos cabrones sí que me dan escalofríos.
—He oído historias de esos jinetes encapuchados. Se dice que beben la sangre reciclada de sus víctimas, y se alimentan de las almas —comenta Grim, mientras le da una larga calada a su puro.
—Nadie ha capturado a ninguno que yo sepa, ni vivo ni muerto. —responde el barbudo pandillero—, suelen llevarse a sus caídos después de las batallas. Aparecen y desaparecen como fantasmas. De todos modos, que no se crucen en nuestro camino, o les meteré toda mi impaciente por su oxidado trasero y apretaré el gatillo, ¡ja, ja, ja! —. Los pandilleros se alegran cada vez que oyen la atronadora risotada de Jagger. Sin duda alguna, el segundo al mando tiene el suficiente carisma para disipar los miedos de sus compañeros, aunque solo sea por unos minutos.
—De todas formas no debemos confiarnos, y tenemos que estar muy atentos durante las guardias. He oído historias de compañeros que se quedaron dormidos en las torretas durante sus guardias, y nunca más despertaron. Y no fue por la radiación…, amanecieron degollados —interviene Clyde, el Orlock adiestrador de perros. El cybermastín Dogo reposa al lado suyo, mientras observa con su ojo artificial a los compañeros de armas.
Kirk y Úrsula se encuentran en unas torretas en la parte superior del vagón. Llevan gafas protectoras, y máscaras con filtros incorporados. Se van turnando con el grupo de abajo cada dos horas. Úrsula masca su habitual goma de mascar, y está atenta al terreno. El estar en movimiento le gusta y le relaja. De vez en cuando, para no aburrirse, se entretiene observando la lejanía con sus binoculares. Lo hace siempre y cuando la visibilidad lo permite, en ocasiones las tormentas de arena son demasiado densas.
Kirk está serio y de mal humor desde que se internaron en esta parte del trayecto. Fué en esta zona donde le amputaron el brazo. Sabe que están ahí fuera, esperando una oportunidad…, aguardando el más mínimo error. En el fondo no le importa ser asaltado, es más, lo desea. Cualquier excusa para volcar su odio contra todo tipo de escoria: carroñeros, mutantes, nómadas o cualquier hereje.
Los seis integrantes se encuentran a cargo, de uno de los grandes contenedores de carga que viaja con el resto del convoy. En su interior, transportan cajas con armamento y munición, mezclado con herramientas de perforación, bidones con agua reciclada y aceite hidráulico, raciones de comida sintética, equipos de soldadura y una larga lista de provisiones y herramientas.
El líder de Los Rojos, Torvak, junto con el ingeniero Godor, así lo han dispuesto. De esta forma, si sufren un asalto y les arrebatan algún contenedor, no perderán todo el género de la valiosa mercancía. Godor siempre dice que nunca hay que colocar todos los huevos en la misma cesta. Aunque los únicos huevos que ha probado en toda su vida, son los de araña gigante de la subcolmena.
El contenedor en el que se encuentran, es el segundo, empezando por delante. Es espacioso, y está ligeramente blindado para que los proteja de armas de bajo calibre. El blindaje tiene que ser moderado, para que su peso no contribuya a un excesivo consumo de combustible.
El vagón tiene quince metros de largo, por cinco de ancho. Todas las cajas que guardan la mercancía, están bien estibadas y amarradas en el centro. De esta forma, la carga no se desplaza con los continuos baches y los desniveles del terreno. Solo un estrecho pasillo alrededor de la mercadería queda libre. Les sirve para dormir, y para vigilar por las ventanas de ambos lados. Todos los contenedores tienen un compresor, que recicla el aire del exterior, y evita que tengan que viajar con máscaras filtradoras. Esto es un lujo que solo las bandas más prósperas pueden permitirse.
En el caso de asalto, el compresor se para con un interruptor, y los vigilantes se colocan sus respiradores. Acto seguido se abren las pequeñas ventanas enrejadas, y pueden disparar hacia el exterior. El contenedor también tiene dos torretas hidráulicas con ametralladoras pesadas en lo alto. Se accede por dos pequeñas escotillas selladas desde unas escalinatas apostadas en ambos laterales.
Este vagón, tan bien defendido, es el hermano de otros nueve exactamente iguales, con la misma mercancía repartida, y más o menos la misma cantidad de hombres.
Cada contenedor está remolcado por un potente rover provisto de un conductor y un mecánico de copiloto. Los rovers poseen la capacidad, de remolcar dos contenedores al unísono. En el caso de que perdieran uno de los vehículos, otro rover podría remolcar su carga. Torvak prefiere transportar un solo contenedor por vehículo durante las travesías excesivamente largas. Aunque logísticamente sea una forma de proceder más costosa. Sabe, por experiencia, que una gran caravana unida por varios contenedores puede ser un peligro. Si hay un desprendimiento, se puede perder toda la carga. Y si derriban el rover que remolca varios vagones, toda la caravana se queda inmovilizada.
Los diez vagones del convoy, están escoltados por diez vehículos ligeros: Motocicletas, triciclos y buggies. Unos cinco a cada flanco.
Estos rápidos vehículos se van adelantando para inspeccionar el terreno, y avisar de grandes socavones o cualquier incidente que se pueda encontrar el convoy. Gracias a estas avanzadillas, la caravana evita dar grandes rodeos, con el consecuente desperdicio de combustible que esos errores conllevan. Hay que ser muy meticuloso con el cálculo del carburante para todo el itinerario. Este largo trayecto no deja mucho margen de error, incluso contando el camión cisterna de promethium que les acompaña.
El camino ya se lo conocen, pero las grandes tempestades huracanadas de polvo, modifican la superficie del terreno. Y en muchas ocasiones, se forman grandes grietas o se desentierran estructuras olvidadas, imposibles de transitar y que hay que rodear.
Dos de los grandes contenedores del convoy, transportan un refuerzo de trabajadores explotados para trabajar en el nuevo asentamiento. Además de varios colonos con cargos excepcionales: capataces, vigilantes e ingenieros.
También se han acoplado dos viajeros, que han pagado una buena suma de créditos para viajar en este convoy tan bien defendido. Estos vagones son los números tres y cuatro.
Zaart, Rebel y cuatro miembros de los Hijos de Hierro, se encuentran en el número tres. Son los encargados de proteger uno de los dos contenedores que transportan a los trabajadores, concretamente el que aloja a los dos viajeros acoplados. Los pandilleros de las distintas bandas han congeniado enseguida, y al pertenecer todos a la casa Orlock, comparten valores y objetivos.
—¿Chico, pero cuándo vas a empezar a beber? —le reprocha Rebel a Zaart, mientras da un largo trago de Serpiente Salvaje, y empapa su poblado mostacho. Rebel siempre tiene el hocico insolente durante el desayuno, como suele decir Jagger. Su gran tolerancia al alcohol le permite empinar el codo de buena mañana. Primero lo mezcla con su taza de cafeína, pero luego ya bebe directo de la petaca.
—Ya sabes que odio el alcohol…, pero sí que te aceptaré una de esas varillas de Iho. Después de desayunar me apetece castigar un poco los pulmones.
—¡Buenos días, señoras y señores, ya queda menos para llegar a nuestro cómodo asentamiento!. ¡En breve repartiremos las nutritivas raciones del desayuno!. ¡Demos las gracias a la casa Orlock, por esta deliciosa comida! —El que habla con sarcasmo, imitando a los agitadores propagandistas de las colmenas, es Carraca, uno de los pandilleros de Los Hijos de Hierro. Él y Zaart se han hecho buenos amigos durante el trayecto. Ambos son jóvenes, novatos y están muy entusiasmados con este viaje.
Los trabajadores explotados que viajan con ellos se desperezan en sus mantas.
Los vagones que transportan a los colonos, son un poco más altos y anchos que el resto. Además, tienen tres cubiertas para aprovechar el espacio y poder transportar más mano de obra.
La planta de abajo está reservada para los Cañoneros que vigilan el compartimento. Como hay mucho más espacio en esa bodega, también almacenan alimentos para el viaje, y parte del cargamento más ligero.
Zaart observa a los trabajadores. Se fija en una de las chicas que acompañan a los colonos y que ha pagado por el viaje. Es muy alta, y tiene una esbelta araña tatuada en la mejilla. Un trabajado tatuaje que nada tiene que ver con el feo arácnido que porta Grim en la calva. La chica tiene una fuerte personalidad, y es muy arrogante. Seguramente pertenece a las zonas altas. No acaba de entender por qué viaja en la caravana. Los nobles pueden permitirse pequeños transbordadores para viajar entre las colmenas. Todavía no sabe su nombre, pero piensa averiguarlo.
—Se te va la vista Zaart, je, je, je, quieres invitarla a desayunar una jugosa porción de almidón? —se ríe Carraca, propinándole un codazo a su compañero.
—Calla cabrón, que te va a escuchar, y tiene muy malas pulgas. Pásame unas raciones y cállate ya. —Zaart se dirige al grupo de colonos, y reparte varias cajas de comida sintética. El hombre que acompaña a la chica, deniega con la mano su ofrecimiento.
—Puedes quedarte con esa porquería, yo no la quiero —responde la joven cuando Zaart le ofrece su correspondiente ración. Los dos colonos van ataviados con largos abrigos, con buenos acabados y capuchas integradas. También portan unas grandes mochilas con extraños víveres que se reparten entre ellos. Desde que llegaron, han rechazado toda la comida que les han ofrecido los Orlocks. Solo aceptan el agua, y la chica la bebe a regañadientes y con cara de asco. A Zaart le ha parecido que a veces la utiliza para lavarse con una toalla empapada. Menudo desperdicio.
—¿Cuánto queda para llegar?, ¡Estoy harta de viajar en esta lata de conservas, aquí apesta joder! ¿Es que nunca os laváis?, ¡Este olor es insoportable!
—Creo que unos tres días a lo sumo —le informa Zaart con una sonrisa – pero esta parte del trayecto es la más peligrosa. Aguantad un poco más, ya queda poco y… —Uno de los pandilleros de abajo, irrumpe con brusquedad en medio de la conversación.
—¡Cuida esos modales mocosa, estás hablando con un Orlock!. ¡Me trae sin cuidado que cojones hacéis en nuestra caravana!, ¡Pero mientras estéis aquí, ya podéis medir vuestras palabras, y eso va por ti niñata!. ¡Te juro por el gran Olandus, que como vuelvas a faltar a uno de los nuestros, abro la compuerta del contenedor, y te lanzo al páramo de una patada!. ¡Seguro que los mutantes se alegran de verte!
El que reprime a la chica, es un veterano de los Hijos de hierro al que llaman Pyro. El pandillero tiene la cabeza completamente rapada, y luce todo su rostro y cabeza, tatuada en forma de calavera. Su aspecto es realmente diabólico. Sostiene un rifle láser colgado en el hombro, y su indumentaria es de colores oscuros y muy gastada.
–Tranquilízate, huesitos, aquí nadie va a arrojar a nadie por el desierto —. El acompañante de la chica, se dirige a Pyro tranquilamente, y le amenaza con la mirada.
—¿Y quién eres tú para hablarme con esas confianzas, maldita rata? —Pyro desenvaina un gran cuchillo, y el desconocido aparta a la chica detrás de él. Rebel interrumpe en la discusión, y se pone en medio de la trifulca.
—¡Guarda ese cuchillo Pyro, aquí nadie va a rajar a nadie! —¡Pyro, Zaart, bajar ahora mismo para abajo, yo me encargo de esto!
Una vez abajo, Pyro agarra a Zaart por el brazo.
—¿Qué demonios te pasa muchacho?, deja ya de pensar con la polla. No puedes dejar que te hablen así, y mucho menos delante del resto de trabajadores. Demonios, eres un Orlock, y tienes que hacerte respetar maldita sea. —Zaart nota como la fuerte mano del veterano se cierra como una tenaza.
—Relájate un poco Pyro —le tranquiliza Rebel mientras baja por la escalera— el muchacho tiene mucho que aprender todavía.
—Esto no es un juego joder, yo he matado por faltas de respeto menores que esa. ¿Rebel, sabes quienes son esos dos imbéciles?
—No los había visto en mi vida. El hombre que la protege, está claro que es un cazarrecompensas. Seguramente le han contratado como guardaespaldas para acompañarla. Lo único que sé, es que han pagado una buena suma por sus plazas. Me parece que Torvak no ha tenido mucha elección. Tiene la obligación de asegurarse de que la chica llegue intacta a su destino, si no queremos tener problemas… Me temo que la integridad de esa niña, es más valiosa que toda la carga que transportamos. Y las órdenes vienen directas de Lord Morrow.
—Puta mierda.
—Si…, puta mierda. Pero así están las cosas, hermano, relájate un poco Pyro…, no lo pagues con el chico —. Rebel sonríe, y bromeando le pega un puñetazo a su camarada en el hombro. Luego le ofrece un trago de su petaca.
>>Seguro que lord Morrow nos compensará con nuevos contratos de explotación. Y cuando de una vez por todas, el cerdo de Gerontius autorice una incursión a el Cráneo, nosotros seremos de los primeros en explorar sus riquezas –. Pyro y Rebel siguen charlando mientras los novatos reparten la comida al resto de viajeros.
Los hijos de hierro que viajan con Los Rojos, tan solo transportan dos tuneladoras en el convoy. Al unirse a una gran caravana como esta, el coste por defenderla se reduce bastante, ya que tan solo han invertido veinte soldados para su protección.
El sonido amortiguado de las ruedas mordiendo la llanura, y el rugido de los motores del convoy, invaden el silencio del páramo de cenizas. Algunos pájaros mutantes los acompañan desde lo alto, mientras las motocicletas y buggies de escolta van y vienen, rodeando la larga fila de vehículos que recorre el desierto de cenizas.
Liderando el convoy en primera línea, un gigantesco rover con el guardabarros dotado con unos grandes pinchos de acero, abre la ruta. El vehículo dispone de una grúa hidráulica, y porta unas banderas desgastadas ondeando al viento tóxico. En ellas, se puede ver el grabado de la insignia Orlock, con el famoso puño de hierro.
Este gran rover también remolca su correspondiente carga. En el interior del vehículo, viaja el líder de Los Rojos, Torvak, y a su lado el veterano conductor Farmer.
Torvak está constantemente en contacto por radio con los vehículos escolta que se adelantan en el camino. Cuando recibe las novedades, se las comunica al resto de conductores de la caravana. Les va indicando los cambios en el itinerario, y les describe los obstáculos que se van encontrando.
—¿Jefe, crees que atacaran este convoy?
—No lo sé Farmer. Si lo hacen es porque están muy desesperados o porque realmente consideran que tienen alguna posibilidad. De todos modos, veo muy difícil que intenten hacerse con todo el cargamento. Si lo intentan, se centrarán en uno o dos contenedores. Procurarán detenerlo, atacando el enganche y las ruedas para frenarlo. Los carroñeros y mutantes del desierto, no suelen tener muchos vehículos con los que perseguirnos y hacernos frente.
>>Si consiguen detener algunos de los rovers, tendremos un problema. Si eso ocurre, habrá que desprender su carga y que otro vehículo se haga cargo de ella. Durante toda esa maniobra, es cuando esos chacales aprovecharán. Si la cosa se pusiera muy fea, tendríamos que abandonar esa carga y seguir con nuestro camino.
>>Si, por el contrario, nos asalta una banda de nómadas, la batalla sería diferente. Esos demonios pueden perseguirnos a lomos de sus rápidos Helamitas. Los insectos mutantes que utilizan como monturas, alcanzan grandes velocidades. Por otra parte, los nómadas no son muy numerosos, y no suelen atacar caravanas tan grandes como ésta. –Farmer asiente pensativo, mientras sus musculosos brazos manejan el gran volante. El veterano pandillero, chequea los retrovisores digitales del salpicadero, para revisar la carga y el resto de la caravana.
—Estamos cerca, allí está la colmena Dominicus —dice— ¿Y qué me dices de esas sabandijas de la casa Cawdor, podrían estar interesados en nuestra carga?
—No lo creo. He oído que Dominicus está subvencionada por la colmena Temenos. Los Cawdors no son muy ambiciosos. La economía de esa ciudad se centra en la industria textil. También fabrican algunos fusiles automáticos, cargadores y poco más. Ellos también sufren los asaltos de sus proveedores, a manos de los mutantes y los nómadas.
>>Dudo a que se arriesguen a salir de la seguridad que les proporciona el caparazón de su colmena. Además, el itinerario por donde pasamos les queda un poco lejos. Esos muertos de hambre no están preparados para detenernos, y tampoco están muy acostumbrados al desierto.
Farmer suelta una carcajada, mientras se fija por la ventana lateral, en una batería de grandes emisarios que surcan las colinas en el horizonte. En el exterior puede verse como las kilométricas tuberías del gremio Nauticam, recorren las colinas adaptándose a la orografía del entorno, en ocasiones adentrándose en la superficie del desierto.
El gremio del agua mantiene todo el suministro del agua reciclada, por casi toda la superficie del planeta. Como si se tratase de una red de venas y arterias, que riegan Necromunda, repartiendo el preciado fluido a los asentamientos y colmenas alejadas. Ellos tienen el control sobre el paso del agua, y pueden cortarlo a su antojo cuando los demandantes no pagan por el imprescindible recurso. Los comerciantes Nauticam, puede matar de sed a millones de desgraciados, si sus señores no reciben el pago.
—El gremio del agua debería cerrar su suministro en esta zona —opina Farmer— esos malditos carroñeros seguro que pueden intercambiar líquido con la mercancía que roban de nuestras caravanas. O quizás han reventado alguna de esas tuberías. Si los Nauticam cortaran el flujo por esta parte del desierto, morirían esos apestosos, y se terminarían los asaltos
—Esos conductos son demasiado gruesos, y tengo entendido que el gremio detecta los escapes de líquidos y los tiene controlados. Los Nauticam tienen un gran negocio con toda el agua que suministran en estos asentamientos olvidados de la mano del emperador.
>>Muchas colmenas menores necesitan el agua para sus fábricas y trabajadores. Los asaltos a nuestros convoyes son una pérdida menor, si la comparamos con los beneficios de la producción en esta parte del desierto. En cuanto las carreteras estén protegidas, y construyan los puestos de peaje, los asaltos disminuirán.
Torvak agarra unos prismáticos del salpicadero, y después de otear el horizonte, coge la radio y empieza hablar con los moteros que están en la avanzadilla.
—Aquí Torvak, ¿Qué demonios es esa estructura a veinte grados hacia el norte? —. La estática de la radio hace un ruido entrecortado antes de oírse al interlocutor.
—Es la vieja estación, se ha vuelto a desenterrar con el viento —responde Turbo, uno de los exploradores motorizados—. Hacía tiempo que no asomaban sus muros, pero los últimos vientos han sido muy fuertes y han desenterrado varias de sus estructuras.
—Muy bien, inspeccionar el paso por ambos lados, a ver qué consistencia tiene el terreno.
—Recibido—. Turbo está sentado en lo alto de una torreta giratoria apostada en un triciclo motorizado. El vehículo hace un rodeo por toda la estructura, mientras el explorador apunta con una ametralladora pesada en dirección a la “vieja estación”. Después se baja de su asiento, y se agacha para palpar el terreno. Toda la superficie alrededor está cuarteada pero dura. El problema es que hay grandes grietas en determinadas zonas, y algún vehículo podría quedar atascado. Turbo se asoma en una de las grandes grietas, le parece haber escuchado un sonido. De repente, siente la cabeza embotada, y se encuentra un poco mareado. La grieta mide varios metros de profundidad, y seguramente la habita alguna alimaña mutante. No ve nada, y sigue inspeccionando el terreno. Se siente un poco raro, como en un sueño.
Hay otra parte donde las grietas apenas miden unos pocos centímetros. Turbo le dice al piloto con unas señas, que avance por esa zona hasta llegar al camino principal de arena. Después de recorrerlo zigzagueando sin problemas, se lo comunican a Torvak.
—Aquí Turbo. En el flanco derecho de la vieja estación, hay una zona no muy agrietada por donde puede pasar el convoy. Tiene una anchura de veinte metros, y el tramo apenas mide un kilómetro hasta llegar a la arena. —informa Turbo con un tono monótono.
—Suficiente. Estad atentos, y no perdáis de vista esa estructura. Si esos cabrones intentan algo, es muy posible que hayan elegido este lugar para esperarnos. ¿Hijo, te encuentras bien?, tu voz suena débil, si necesitas un relevo a la sombra, pídelo antes de que te dé una maldita insolación.
—No… Estoy perfectamente. —Turbo se vuelve a montar de copiloto en la torreta del triciclo motorizado, y de repente nota como si se hubiese despertado de un sueño. No recuerda muy bien lo que ha ocurrido durante los últimos minutos…
El convoy se dirige lentamente por el sitio indicado, y por orden de Torvak, todas las ametralladoras pesadas apostadas en los contenedores, apuntan hacia la Vieja Estación.
Unos metros más atrás de la caravana, Dereck y Clyde observan la Gran estación.
—¿Qué sabes de esa vieja estructura?, parece muy grande —pregunta Dereck a Clyde en el vagón número dos.
—Hacía por lo menos un par de años que no la veía, ha permanecido enterrada todo este tiempo. Si no recuerdo mal, la vi por última vez antes de la gran tormenta de arena del año pasado. En alguna ocasión la hemos explorado, pero nunca encontramos nada de valor. Ese lugar ya fue saqueado hace milenios. Algunos carroñeros la han ocupado durante algún tiempo, pero es un asentamiento poco recomendable a largo plazo. —El cybermastín Dogo, suelta un ladrido ahogado cuando Clyde termina su explicación.
—¡Que suban los siguientes, nosotros hemos terminado nuestro turno!–avisa Úrsula con su peculiar voz de pito, mientras ella y Kirk se desprenden del polvo de sus abrigos, y se quitan las máscaras filtradoras. Un fuerte olor a azufre invade el vagón antes de que se cierre la escotilla del exterior.
—¡Snif…! Sniff…, aaaah!, me falta el aire con esta maldita máscara! —se regocija Kirk mientras respira profundamente, y se dirige a la garrafa de agua reciclada en uno de los laterales del vagón.
—¡Vamos Dereck, nos toca a nosotros! —dice Clyde levantándose y estirando los brazos.
Dereck se coloca su máscara filtradora, y la conecta a una pequeña botella de aire comprimido. Empieza a subir la escalinata, cuando, de improviso, se oye un ruido sordo precedido por un estruendo metálico y una fuerte sacudida. Kirk se agarra a la garrafa de agua para no perder el equilibrio, pero cae encima de esta aplastándola, y derramando el líquido por el suelo. Dereck, a causa del temblor, se resbala a medio subir por la escalera. Cae golpeándose la cabeza, quedando inconsciente en el suelo. Jagger se bambolea por el vagón, pero consigue agarrarse a la carga estibada. Clyde, Grim y Úrsula tropiezan con el movimiento tembloroso, y aterrizan en el suelo. El Cybermastín Dogo corre hacia su dueño, y suelta un ladrido antes de ponerse a gemir.
El contenedor en el que viajan se ha detenido. Afuera se oyen varias explosiones sordas, con ecos metálicos y una sirena que da la alarma…
Parte 5
La historia de Corintio está marcada por la desgracia desde el día de su nacimiento.
La noche que su madre lo trajo al mundo, su padre lo examinó con una expresión inenarrablemente extraña. El niño no lloró cuando salió del vientre de su madre, y ese hecho, no auguraba nada bueno en el seno de la noble familia Ko’Iron.
Con el paso del tiempo, Corintio fue desarrollando una extraña protuberancia en la cabeza, pero sus progenitores lo achacaron a una deformación natural. Las imperfecciones físicas en la sociedad necromundana, no era algo inusual, independientemente si los afectados eran nobles o no.
El día que sus padres se dieron cuenta de que habían engendrado a un mutante, fue durante una reprimenda. Ocurrió en una ocasión cuando castigaron al joven Corintio por no obedecer y negarse a cumplir su castigo. A la edad de quince años, hizo volar todos los libros de la biblioteca, también las sillas y los cuadros de su habitación. Lo hizo ante la presencia de su horrorizada madre, que miraba con ojos desorbitados la levitación de todos los objetos dando vueltas por los aires.
La familia Ko’Iron, decidió recluir a su hijo en las agujas de Dominicus, hasta decidir qué hacer con su incierto futuro. La ley obligaba a dar parte al imperio sobre cualquier signo de mutación extrema. Por otro lado, la familia estaba involucrada en el negocio del Espectro, una droga prohibida de Necromunda, y no querían llamar la atención de Gerontius Helmawr.
Corintio fué marginado por su propia familia. Su padre y sus hermanos empezaron a darle de lado, y a contar obscenidades a sus espaldas. En más de una ocasión, el joven escuchó charlas desagradables de las bocas de sus allegados. Habladurías insanas que predicaban sobre la vergüenza que suponía su existencia para la familia Ko’Iron. Además del auténtico asco y terror que ellos sentían ante su presencia.
El único motivo que salvó a Corintio de las garras de la inquisición, o de su entrega al Astra Telepathica, fue el miedo de su padre, de ser descubierto por el tráfico del Espectro. Eso, y el amor incondicional de su madre. Ella intentó que su presidio en las agujas de Dominicus, fuese lo más llevadero posible.
El joven Corintio estudió y se culturizó sobre el engranaje del imperio, y su funcionamiento. Aprendió matemáticas, genética, historia, medicina e ingeniería. Y su pasión por la lectura, le llevó a descubrir un curioso libro que trataba sobre unos ensayos acerca de las energías disformes. Ese compendio, hablaba de cómo la mutación psíquica estaba relacionada con la disformidad y la raza humana.
Sus conocimientos sobre los poderes psíquicos, fueron creciendo a la vez que la protuberancia de su cráneo. Y aunque le llevó tiempo y esfuerzo, su control por las bendiciones que le habían sido otorgadas fue todo un éxito.
Con tan solo veinte y un año, Corintio era capaz de leer e influir en la mente ajena, levantar objetos telequinéticamente y teletransportarse a más de cincuenta metros en cualquier dirección.
Gracias a sus dones, el día que la familia Ko’Iron decidió abandonar Dominicus, y trasladarse a la colmena Primus, Corintio desapareció de su habitación.
Su padre no hizo ningún esfuerzo en buscarlo. Pregonaron la falsa muerte de su hijo, y no volvieron a querer saber nada del mutante, ni de las ciudades prohibidas. Estas ya no les interesaban, pues la droga Espectro se había acabado, y no tenía mucho sentido seguir viviendo en esa aislada y poco productiva colmena. Su madre encontró una carta de despedida escondida en su cuarto. En ella, Corintio le agradecía todo su amor y protección, y le rogaba que le olvidase para siempre.
El joven psíquico se refugió en las ciudades prohibidas, donde su familia habían hecho fortuna con la droga, y allí se instaló. Cuando sus parientes cedieron la colmena Dominicus a los creyentes de la casa Cawdor, Corintio ya se había convertido en el amo y señor de las ciudades prohibidas.
El Psíquico empatizó rápidamente con las familias de carroñeros, y con los mutantes del submundo de Dominicus. Los comprendía perfectamente. Igual que a él, los habitantes de la colmena los rechazaban y marginaban por ser diferentes. Con todos estos despojos humanos, que los trabajadores de las fábricas temían, Corintio amplió su andrajoso reinado.
No solo se conformó con habitar y acondicionar el búnker subterráneo con todas las comodidades que le fue posible. Exploró las galerías pérdidas de la ciudad subterránea, y descubrió una vasta extensión de túneles que se extendía bajo el páramo de cenizas. Lo hizo, gracias a su poder de teletransportarse a través de los muros derruidos y sellados. Durante estas excursiones, encontró dos grandes hallazgos: Milenarias reservas de comida sintética, de la que extraer la materia prima para procesar más Espectro. Y para mayor sorpresa, descubrió una antigua remesa armamentística del imperio.
El mutante sabe bien que es contraproducente llamar la atención del gobernador planetario Gerontius Helmawr, y su fuerza palatina. Corintio tiene que mantenerse oculto, y evitar que su asentamiento sea descubierto. Las ciudades prohibidas cumplen con este propósito. Además de las diferentes entradas a su húmedo territorio desde el submundo, también existen multitud de salidas al exterior del desierto. Y mientras los congeladores sigan funcionando, podrá mantener a su familia con vida y bien alimentada.
Ahora todo su reinado está en peligro de extinción, y su hogar en Dominicus se ha vuelto en su contra. Con la llegada de la casa Cawdor, y los fanáticos Redencionistas, todo lo que ha construido está a punto de desaparecer.
Pero ha surgido la posibilidad de asaltar un gran cargamento que transporta la casa Orlock, y tienen las herramientas y los hombres para conseguirlo. La oportunidad llegó gracias a un cañón láser, y las granadas perforantes que el Astra militarum almacenaba en los bunker subterráneos. Corintio reconoció enseguida el poderoso armamento cuando lo encontró guardado en sus cajas. Sabe de su existencia y su funcionamiento, gracias a los libros que leyó sobre la infantería imperial. Cuando lo descubrió, supo que algún día, este gran hallazgo les sacaría de un apuro.
Y ese día ya ha llegado.
Una horda de más de cien carroñeros y mutantes yacen congregados en el frío desierto nocturno. Son una gran marea de humanoides deformes, vestidos con ropas harapientas y equipados con armas de fuego rudimentarias y oxidadas. Muchos llevan hachas, cadenas y garrotes con pinchos afilados.
Algunos carroñeros han atraído un grupo de zombies de plaga, con trozos de carne humana. Los han capturado, y los tienen sujetos con largos palos por el cuello. Los muertos vivientes se retuercen, gimen y gruñen, mientras sus huesudos brazos intentan agarrar a alguien.
Los primeros brotes de esta plaga neuronal, aparecieron en el submundo de Necromunda hace milenios. La enfermedad llegó hasta las agujas y estuvo a punto de expandirse sin control por todo el planeta. Las fuerzas imperiales consiguieron exterminarlos y hacerles retroceder hasta el subsuelo. De vez en cuando todavía resurgen algunos brotes de la plaga. Actualmente, estos muertos vivientes deambulan por el submundo en manadas, y se alimentan de los desechos. Los carroñeros los suelen utilizar como carne de cañón para atacar los almacenes y asentamientos del submundo. Son un arma de doble filo, porque pueden revolverse contra sus captores y volver a propagar la plaga. Este es otro de los motivos, para que los necromundanos odien todavía más a los carroñeros.
Todo este variopinto grupo de desheredados, ha salido al exterior como las cucarachas de un sumidero son atraídas por los desechos. Se encuentran en el extenso páramo, gracias a una de las salidas del búnker subterráneo que comunica con las ciudades prohibidas. El mismo búnker que hace milenios construyeron los ingenieros del imperio, para salvaguardarse de un asedio al planeta o una catástrofe ambiental.
Los últimos carroñeros, en salir, cierran la apertura con una pesada tapa de acero que simula la superficie del desierto. Solo unos pocos tienen las coordenadas para encontrar la entrada de nuevo, y solo los líderes conocen los códigos para entrar.
Corintio está reunido con sus caudillos, y repasa los últimos detalles de su plan. Ha repartido las granadas perforantes a sus hombres de confianza. Estos líderes subordinados se las han adjudicado a los pandilleros más rápidos y temerarios bajo sus órdenes.
Las granadas perforantes están diseñadas para penetrar objetivos blindados. Lo consiguen mediante una carga hueca, cuya explosión se concentra en un pequeño punto´, perforando el blindaje y exterminando lo que hay detrás.
El carroñero de los labios partidos, apodado Rash, está dando órdenes a sus pandilleros. Se puede oír su inconfundible voz siseante, mientras reparte los quehaceres y lidera las posiciones de sus hombres.
Corintio le ha concedido a Barat el mando de sus antiguos guerreros, y les ha proporcionado nuevo armamento. Aunque las armas de fuego son abundantes, no se puede decir lo mismo de la munición. Van a tener que dosificar los disparos.
Yuria está equipada con tres pistolas automáticas, y gracias a sus tres brazos, es una tiradora perfecta a corta distancia. Su misión es cubrir al psicótico Motrex, que baila de emoción, dando vueltas sobre su una sola pierna a la vez que aplaude.
Barat ha elegido al loco de Motrex como su granadero de confianza. Se fía de este carroñero porque está demasiado tocado de la cabeza como para tener miedo. Es capaz de correr bajo el fuego enemigo, y colocar una granada en uno de los vehículos que remolcan los contenedores. Barat le anuda correctamente el vendaje de su rostro. Nadie sabe que ese carroñero de ojos saltones, le salvó la vida en una ocasión. Por esa causa, su cara sufrió quemaduras de tercer grado a mano de los Redencionistas. Barat en el fondo le tiene aprecio, y lo cuida como un hermano pequeño.
Ganglio, el otro soldado mutante de la pandilla, tiene un nuevo fusil automático con un visor alienado. Ya no tiene que corregir a ojo la trayectoria de sus impactos. El carroñero del brazo desproporcionado, dará fuego de cobertura a Yuria y Motrex.
Dagón, el pseudohumano reptiloide, ha podido comunicarse con el otro escamoso a las órdenes de Corintio. Aunque a oídos de los demás, solo se escuchaban gruñidos sin sentido entre ambas bestias, ellos dos se entienden perfectamente. Drax, que así se llama el otro infrahombre, es más viejo que Dagón. Le ha ofrecido unas armas hechas artesanalmente por él, y le ha explicado cómo fabricarlas utilizando material de desecho muy abundante en la subcolmena. Discos lanzables, confeccionados con la chapa extraída de la antigua maquinaria. Están muy afilados y son capaces de cercenar huesos si se lanzan con fuerza. Y también le ha obsequiado con un gigantesco rifle arponero, construido con cables y resortes arrancados de un viejo ventilador. Es evidente que el viejo Drax se siente contento de ver a otro de su especie, y poder transmitirle sus conocimientos.
Dagón, junto con Borgo y Barat, se encargará de los pandilleros del contenedor que Motrex tiene que detener, derribando el rover que lo remolca.
El plan de Corintio, es ocultar a su pequeño ejército de carroñeros en las profundas grietas que cuartean el desierto. Esconderlos en el lugar que flanquea el itinerario de la caravana. Cuando el convoy esté cerca, los carroñeros granaderos saldrán de sus escondites bajo tierra, y colocarán granadas perforantes en los vehículos que remolcan los contenedores. Cuando hayan destruido algunos Rovers, inmovilizarán el convoy y atacaran con todo lo que tienen.
El psíquico sabe que muchos de sus hombres van a perecer en esta batalla, pero no tiene más opciones. El generador que conserva sus víveres, no durará mucho tiempo. Y los huertos fúngicos que mantienen en el búnker, son insuficientes para alimentar tantas bocas. Cuando falle la energía, morirán de hambre, o bajo el fuego de los Celestinos. Tienen que arriesgarse, aun sin tener la certeza, de que los Orlock transporten un generador para mantener los congeladores funcionando. Pero, por otro lado, si no lo consiguen, seguro que habrá menos estómagos que abastecer.
Está amaneciendo en el paso agrietado, y a lo lejos se puede ver la larga caravana que se acerca. Una de las motocicletas de exploración Orlock, se adelanta para inspeccionar el terreno. Es un triciclo con un cañón láser, apostado en una torreta. Los carroñeros aguardan nerviosos escondidos en las grietas.
Corintio se concentra e intenta apoderarse de la mente del conductor Orlock. Sus abultadas venas se dilatan y se contraen por el esfuerzo. Unos segundos, y ya lo tiene, está dentro de su mente. Bajo el influjo del psíquico, el conductor se dirige lentamente cerca del paso agrietado donde se encuentran escondidos los carroñeros.
—¿Crees que este paso es seguro? —le pregunta el copiloto al conductor.
—Si— es la escueta respuesta del motero bajo el influjo de Corintio. La motocicleta avanza unos metros hacia la izquierda de la estructura desenterrada por el viento, Corintio la va guiando hacia ellos.
—Muy bien, si así lo crees…
—Para aquí, voy a inspeccionar el terreno, me parece que he escuchado algo. —La motocicleta se detiene, y Turbo se baja de la torreta.
Corintio cambia de presa, y se mete en la cabeza de Turbo. El conductor se siente desorientado cuando el psíquico sale de su mente, como si hubiese despertado de un pequeño sueño.
—Me encuentro un poco mareado…, ¿A dónde vas Turbo?
—A inspeccionar el terreno —responde sin emoción alguna. Turbo es un trozo de carne sin alma, que avanza por el páramo bajo la influencia de Corintio. El Orlock se asoma a una grieta donde hay varios carroñeros escondidos que lo miran desafiantes. Ellos están al tanto del control que ejerce el psíquico sobre el Orlock, y se contienen. Turbo los observa con la mirada perdida, pero no dice nada y vuelve a la motocicleta. Coge la radio, e informa al convoy de que el paso es seguro, y que pueden avanzar sin problemas.
—Estoy un poco somnoliento, me parece que tengo que cambiar los filtros de mi máscara —comenta Turbo al conductor, cuando Corintio abandona su mente.
Los pandilleros Orlocks vuelven con el convoy, sin tener ni idea de que acaban de mandar a sus compañeros a un matadero.
La caravana se acerca lentamente, precedida por una inmensa cortina de polvo. Más de diez inmensos vehículos, con su correspondiente carga, recortan el horizonte tras un pálido amanecer tóxico. Las grandes ruedas de los rovers dejan una marca en el desierto, que tarde o temprano se borrará por el viento.
Dagón prepara su armamento, y coloca un gran arpón en su rifle arponero. Tensa con fuerza las gomas elásticas extraídas de un compresor, hasta que la goma queda sujeta en la muesca de la varilla. Dirige su vista reptiloide hacia sus compañeros, y estos asienten con la cabeza. A su lado está el jorobado Borgo y Barat, ambos amartillean sus armas, mientras los jirones de sus viejos ropajes ondulan al viento.
Cinco metros a la derecha de la grieta donde se esconden Barat y sus hombres, se encuentra Rash. El carroñero de la voz siseante, tiene puesta su máscara antigás. Va armado con un lanzallamas combinado con una motosierra, arrebatado a sus enemigos los Redencionistas. El caníbal enciende la llama de su arma, y se prepara para el asalto. Rash se ha adjudicado unas cuantas granadas perforantes, y las porta cruzadas en el torso.
La gran mayoría de carroñeros están inquietos, no les gusta mucho salir al exterior. Pero dada la ventaja que les ofrece el Búnker, es un buen lugar para asaltar los numerosos convoyes que cruzan esa parte del desierto. Ya sea los camiones que abastecen a la colmena de Dominicus, o las caravanas Orlock que se dirigen a los asentamientos del Cráneo.
Muchos de los carroñeros portan rudimentarias máscaras de gas, o simples pañuelos para protegerse del polvo y la radiación. Dependiendo de la generación a la que pertenezcan estos infrahombres, su aparato respiratorio está más o menos adaptado a las toxinas.
Los zombies de plaga están inquietos, y los carroñeros que los dirigen agarran con fuerza los largos palos que los sujetan.
Corintio está agotado por el esfuerzo de utilizar sus poderes psíquicos. Se apoya en uno de sus guardaespaldas. El mutante bicéfalo que está a su lado lo sujeta.
—¿Cómo te encuentras jefe? —habla una de las cabezas del mutante.
—Bien Rómulo, meterme en la mente de nuestros enemigos me roba mucha energía, pero me recuperaré pronto, ¿Estáis preparados?
—Sí jefe, descansa. Puedes estar seguro de que les arrebataremos su carga.
–Bien, hijos míos…, muy bien. ¿Y tú, Drax, te alegras de ver a otro de los de tu especie? —Drax responde con un gruñido sordo. Está ensimismado, mientras prensa con el mango de su hacha, la metralla alojada en su pesado trabuco de bronce.
La Caravana liderada por Torvak, se adentra por el sendero agrietado. Avanza despacio, acompañada por el sonoro ruido de los amortiguadores que se quejan de los desniveles del terreno. Los artilleros colocados en la parte superior de los contenedores, no pierden de vista el páramo.
Cada grupo de carroñeros tiene asignado un objetivo. Primero dejan que el convoy se introduzca en el camino, y avance unos metros…
—¡Ahora es el momento, atacad! —ordena Corintio, a la vez que dispara al aire como señal.
En el momento indicado, todos los granaderos salen de sus escondites buscando sus objetivos. Los aguerridos carroñeros, son cubiertos por sus compañeros, que disparan desde las grietas a los vigilantes apostados en los contenedores.
Uno de los apestosos, corre todo lo que le permiten sus delgadas piernas hacia el Rover que va encabeza. El centinela Orlock del contenedor está atento, y cuando lo ve salir, dispara una ráfaga con la ametralladora pesada. Las balas silban, y una andanada de varios disparos impactan en sus rodillas, abdomen y pecho. El carroñero cae muerto al instante, mordiendo el polvo.
Al mismo tiempo, el resto de granaderos surgen de sus grietas. El enajenado Motrex, abandona su escondrijo animado por sus compañeros. Va directo al contenedor número dos. Yuria y Ganglio disparan al unísono para cubrirlo, pero afortunadamente ese vagón no tiene centinelas. Pero Motrex se equivoca de objetivo, extrae el seguro de la granada y la deposita debajo del contenedor, en vez de colocarla en el rover. Con una risa ahogada por la carrera y la adrenalina, Motrex vuelve a la grieta como alma que lleva el diablo. La explosión produce un sonido hueco y metálico, destrozando los amortiguadores del contenedor. Algunas ruedas salen rodando por el desierto. Y el travesaño longitudinal inferior del vagón, besa el suelo arenoso.
Varias explosiones en cadena resuenan por el desierto de cenizas, precedidas por los disparos de los carroñeros. El silencio del páramo se rompe cuando las dos bandas intercambian fuego y plomo. Ambas facciones se maldicen y se encomiendan a sus respectivos dioses, mientras la sirena de alarma del convoy, se une a la bélica comparsa.
Unas pequeñas columnas de humo, delatan a cinco rovers con sus respectivas cargas inmovilizadas en medio del camino. El resto de la caravana Orlock adelanta al grupo caído. Los vehículos intactos aceleran levantando polvo, mientras sus vigilantes disparan a los numerosos granaderos que intentan detenerlos.
Corintio observa el campo de batalla con una sonrisa. Han conseguido dividir el convoy, e inmovilizar parte de la carga. Es posible que todavía tengan una oportunidad…
Parte 6
—¡Dereck!, ¡¿cómo estás, chico?!, ¡Clyde, encárgate de Dereck maldita sea, se ha caído cuando subía por la puta escalera!. ¡Por el gran Olandus, voy arriba a ver qué ocurre!.
Jagger se coloca su máscara filtradora, y sube por la escalinata hacia la torreta apostada en la parte superior del contenedor. Una sirena con un estridente sonido resuena a lo largo de todo el convoy.
Úrsula, Grim y Kirk, se dirigen a las ventanas polarizadas para echar un vistazo.
—¿Qué diablos está pasando ahí fuera? —pregunta Grim.
—Nos están atacando joder, y esos leprosos tienen algún tipo de armamento pesado. —se lamenta Kirk mientras agarra un rifle láser colgado de la pared. Úrsula atisba su mirada hacia el exterior por una de las ventanas. Observa algunos de los vehículos ligeros Orlocks circulando alrededor del convoy. Están abriendo fuego a unos grupos de desarrapados que surgen de los lindes del camino. Acto seguido, es testigo de cómo un gran arpón, atraviesa a uno de los moteros Orlock por el lateral de su abdomen. La motocicleta sale sin rumbo de su ángulo de visión, y es entonces cuando Úrsula reacciona, y busca su carabina láser.
—¡Compañeros, poneros los filtros, voy a abrir las ventanas! —Grita Grim con la escopeta en la mano. Mientras los Orlocks se preparan, Clyde restriega un algodón empapado de carbonato de amonio en la nariz de Dereck. El joven cañonero se despierta al instante.
—¿Qué demonios…? —¡Vamos chico, espabila, nos atacan!. ¡Ponte los filtros y agarra un fusil!. —Grim pulsa el interruptor de apertura, y las ventanas polarizadas de vidrio blindado se abren lateralmente. El aire tóxico penetra en el contenedor, mientras los cañoneros asoman sus armas por los cuatro orificios enrejados en bandas opuestas.
Afuera el caos está desatado, y el polvo dificulta la visión de los acontecimientos.
La motocicleta con el conductor arponeado que presenció Úrsula, se dirige hacia una gran grieta fuera del camino. Su copiloto se libera del arnés de seguridad, y salta antes de que el vehículo se quede trabado en la brecha. Turbo sale rodando al aterrizar en el suelo, y cuando se levanta, corre hacia la motocicleta para socorrer a su compañero. Sin embargo, al ver la mirada perdida del piloto y la varilla de acero que lo atraviesa, pierde toda esperanza de salvarlo. En su lugar, saquea el equipo y el armamento. Acto seguido, desenfunda una pistola automática y se cubre tras el vehículo atascado. Dos carroñeros le disparan, pero la cobertura le protege, y el cadáver de su compañero absorbe los disparos sin queja alguna. Turbo los maldice, a la vez que responde con su pistola automática, hiriendo a uno de los apestosos en el estómago.
Jagger abre la escotilla del contenedor, y observa el paso agrietado que le rodea. Un pequeño ejército de andrajosos, salen de las grietas como ratas hambrientas, y se abalanzan sobre los vehículos que han quedado parados. El resto del convoy ha salido intacto de la zona conflictiva, y se ha detenido un kilómetro más adelante.
La ametralladora dirigida por Jagger escupe fuego, y el rugido del arma resuena estruendosamente. El arma vomita una ráfaga, dirigida hacia los carroñeros que asaltan uno de los contenedores colindantes. Los proyectiles, de gran calibre, barren a tres carroñeros, perforando sus cabezas, torsos y pulmones. Pero tres de los seis a asaltantes, consiguen introducirse en el contenedor vecino. Jagger observa, impotente, cómo se adentran a través del hueco que han abierto con la granada perforante.
La torreta del pesado Orlock, recibe numerosos impactos que le obligan a agachar la cabeza.
El vagón número tres, protegido por Zaart, Rebel y los hijos de hierro, es uno de los objetivos que los carroñeros han conseguido detener. Hay un boquete de metal retorcido en un lateral del contenedor. Los pandilleros de su interior, apenas se están recuperando de lo sucedido, cuando los carroñeros entran y atacan a los mineros.
El humo dificulta la visión, y los gritos de los colonos procedentes de las plantas superiores son ensordecedores. Zaart y Carraca divisan unas sombras que entran gritando salvajemente. Sin pensárselo dos veces, Zaart desenfunda su pistola primitiva y abre fuego. El estallido resuena en las paredes del vehículo, y las balas se incrustan en el pecho del atacante derribándolo. Su compañero, Carraca, recibe la carga de otro de los agresores, pero Pyro lo intercepta a mitad de carrera, y le asesta un machetazo mortal en la frente. Un último bandido consigue abrir fuego, hiriendo a Carraca en el brazo, y el joven grita de dolor. Zaart vuelve a disparar, y acierta al carroñero, consiguiendo que suelte el arma. Pyro corre hacia el enemigo herido, y le propina varias puñaladas en el cuello, salpicando el suelo metálico con su sangre.
El humo se disipa por el boquete abierto en el contenedor, y la luz de la gélida mañana entra en su interior. Un intenso hedor a azufre inunda todo el vagón. Zaart se coloca sus filtros y examina el escenario.
Rebel yace muerto mirando al vacío, apoyado en el lado opuesto donde la explosión abrió el agujero. Su ensangrentada cara está desfigurada con un ojo colgando que asoma desde la cuenca vacía. Y la cabeza yace en una posición imposible, con una brecha por donde asoma parte de su cerebro.
—¡Carraca, deja ya de quejarte, solo es un rasguño! Pon orden allí arriba y haz callar a esos hijos de puta! —grita Pyro tomando la iniciativa. —¡Reparte armas a todos aquellos inútiles que sepan disparar, joder! —El veterano Hijo del Hierro, se coloca su respirador y se cuelga a la espalda un rifle láser con varias baterías. Después, se arrodilla en un lateral del contenedor, y extrae una gran caja de metal de debajo de una mesa abatible. En su interior hay un rifle de plasma, y Pyro sonríe cuando lo carga.
—¡Joder, joder!, ¡Callaros de una puta vez imbéciles! ¿Cuántos sabéis disparar? —pregunta Carraca nervioso, mientras se sujeta el brazo ensangrentado.
La mayoría de colonos tienen los rostros desencajados, y se tapan la boca con pañuelos y las manos. Zaart sube en ayuda de Carraca, y empieza a repartir filtros ligeros a todos los pasajeros.
—¡Nosotros sabemos usar las armas! —informa la chica con la araña tatuada en la mejilla. Zaart y Carraca, abren algunas cajas de la carga que transportan, y reparten fusiles automáticos y carabinas láser a todos aquellos voluntarios que se prestan.
El acompañante de la chica, desenfunda dos pistolas Bolter imperiales. Ya no tiene puesta la capucha. Tiene el rostro arrugado, el pelo rapado y su barba grisácea es larga. No parece nervioso, y muestras sus tablas en el tiroteo. La chica es evidente que está asustada, y su rebeldía ha sido sustituida por el instinto de supervivencia. En cuestión de segundos, recarga el rifle láser, y le quita el seguro rápidamente, como si estuviera muy acostumbrada a su uso.
Pyro se asoma por el agujero por el que han entrado los asaltantes, y apunta con el rifle de plasma. Puede ver como un inmenso carroñero de pelo largo y grasiento, con la piel mortecina, se acerca corriendo hacia su posición. El Orlock aprieta el gatillo, y la bola de plasma se concentra gracias al acelerador magnético del arma. El rayo sale disparado por la bocacha, y derrama un chorro de energía sobrecalentada que baña al carroñero. El disparo lo evapora al instante, dejando un esqueleto humeante en su lugar, que se desmorona en pocos segundos.
El cazarrecompensas encañona su pareja de pistolas Bolters, y empieza a disparar contra todos los carroñeros que los atacan. El sonoro estruendo de sus armas gemelas, destaca entre el sonido del resto de las armas, y todas las balas encuentran un blanco certero. Un proyectil atraviesa el ojo de uno de los carroñeros. Otro disparo hace explotar el corazón del siguiente. Su compinche de al lado, recibe una bala en los testículos. Y un cuarto carroñero, pierde todos los dientes, cuando un proyectil entra por su boca, y le sale por la nuca.
La chica hace gala de su puntería, y aunque no es igual de eficaz que la de su compañero, no se queda corta y derriba a varios apestosos. Los rayos láser interceptan a los carroñeros durante sus cargas. Uno a uno van cayendo con heridas cauterizadas.
Los andrajosos intentan disparar mientras atacan, pero no tienen cobertura que les proteja, y pierden muchos efectivos cuando corren al descubierto.
El otro contenedor adyacente, que transporta al resto de trabajadores explotados, es asaltado por Rash y su grupo de caníbales. Una motocicleta Orlock intenta defenderlos, y les hace frente disparando varias ráfagas. Pero de nada sirve, es acribillada e incinerada por los antropófagos de Rash. La motocicleta en llamas se pierde por el desierto, junto con los alaridos agónicos de sus ocupantes.
Rash consigue llegar al contenedor bajo los disparos de los pandilleros Orlock. Se acerca mientras se cubre con una chapa de plastiacero, que utiliza a modo de escudo. Las balas de los cañoneros, se incrustan con un sonido metálico, en el trozo de metal que sujeta Rash. El caníbal logra acercarse al vehículo, y coloca dos granadas perforantes en el vagón.
—¡Alejarosh malditosh! —advierte el carroñero a sus soldados. La granada detona, y abre un boquete con un generoso diámetro en el contenedor.
—¡Traer a losh zombish! —El grupo de carroñeros obedece enseguida, y se acercan sujetando a los muertos de la plaga. Los carroñeros de Rash, disparan contra todos los vigilantes que protegen el contenedor, obligándoles a ponerse a cubierto. Los carroñeros sueltan a los zombis, y estos, atraídos por los gritos de los explotados en su interior, entran en el contenedor en avalancha.
Los zombis se abalanzan contra los Orlocks que protegen a los trabajadores. Atacan con uñas y dientes, y de nada sirven los impactos que reciben durante su asalto. Muerden y trituran con mordiscos enfermizos, contaminando la sangre de los caídos, y propagando el virus de la plaga por su organismo. Algunos cañoneros Orlock consiguen salir del contenedor con vida, pero Rash y sus secuaces los están esperando en la salida, y los reciben con plomo.
A lo lejos y fuera del alcance de la guerrilla, el resto del convoy espera.
—¡¿Qué hacemos Torvak?!, ¡los están acribillando!
—Si nos hubiésemos quedado allí, podríamos haber sufrido la misma suerte que nuestros hermanos. Ahora estamos fuera de su alcance. Hay cuatro rovers inutilizados y dos contenedores parados. —informa Torvak, mientras le pasa los prismáticos a Farmer.
—Hemos tenido suerte de que no han atacado el camión cisterna. Son demasiados ¿De dónde demonios han salido?
—Nunca antes había visto semejante fuerza en un grupo de carroñeros. Tenemos que recuperar a la noble. Aunque consigamos salir de esta, si perdemos a esa chica, tendremos un problema. Lord Morrow no me lo perdonará —. La cara envejecida y llena de cicatrices de Torvak, se ve acusada por la pesadumbre. El líder de Los Rojos empieza a cavilar en una solución.
—Aquí estamos demasiado alejados para que nos ataquen con las granadas. Necesitamos a un conductor, y dos vigilantes mínimo para transportar la carga. El resto acerquémonos lo suficiente para que nuestros rifles puedan hacer blanco. Cubriremos a nuestros hermanos desde una distancia de seguridad, disparando desde lejos.
>>Farmer, acércanos a unos cuantos hombres con este vehículo hasta una distancia prudencial. Los demás que estén atentos a las armas y la radio. Si se acercan abrir fuego, y alejaros más. Si la cosa se pone muy fea, marchad.
Farmer obedece, y Torvak junto con un grupo de cañoneros, toman rumbo de nuevo hacia la escaramuza.
El grupo de Barat se encuentra atrincherado en una de las grietas. Dagón apunta su rifle arponero a uno de los vehículos Orlock y dispara. El gigantesco virote hace blanco en una de las ruedas de un buggy, y el vehículo derrapa descontrolado por el desierto de cenizas. Yuria y Ganglio salen a toda prisa de la grieta que les protege. Se dirigen al buggy accidentado, envuelto en una columna de polvo, y a pleno grito de guerra, rematan a todos sus ocupantes, acribillándolos sin piedad mientras estos intentan salir.
Dentro del vagón, donde se encuentran los cadáveres de los trabajadores explotados, más de cien muertos se levantan. El virus de la plaga, es una enfermedad neurotóxica presente en otros mundos colmena del imperio. La variante de la cepa en Necromunda, se diferencia de la de otros planetas por la rapidez de su propagación. En poco menos de cinco minutos, una horda de trabajadores, convertidos en zombis hambrientos, salen del contenedor hacia el desierto. Se abalanzan sobre todos los guerreros implicados en la escaramuza, sin importar un bando u otro. Rash y sus hombres son los primeros en caer por su proximidad. Aunque consiguen incinerar a unos cuantos con el lanzallamas, los muertos andantes siguen propagando el virus a todos aquellos que se cruzan a su paso. Rash muere devorado en vida bajo una montaña de fiambres vivientes. Cuando acaban con él, algunos zombies se dirigen a por los carroñeros que se esconden en las grietas. El resto de muertos vivientes intentan entrar en los otros contenedores.
Corintio observa, con preocupación, cómo la emboscada se le escapa de las manos. Aunque el psíquico ha conseguido liderar un pequeño ejército, no tiene mucha experiencia en este tipo de confrontaciones en campo abierto. Los Orlocks están muy bien armados y están respondiendo con dureza. Con eso ya contaba, pero lo que nunca se imaginó, es que su subordinado Rash hubiera provocado semejante estropicio. Los zombis están descontrolados, y han provocado muchas bajas a su propio ejército. Además, está el problema de la munición, no sabe hasta cuando podrán aguantar.
—¡A la cabeza, disparad a la cabeza! —exclama Yuria desde la portezuela del buggy Orlock. El grupo de Barat, está utilizando el vehículo derribado como cobertura. Los carroñeros están siendo rodeados por un grupo de zombis, algunos de ellos todavía arden en llamas. Yuria emplea su trío de brazos con destreza, disparando pequeñas ráfagas con las tres pistolas automáticas. Motrex no para de reír descontroladamente, está disfrutando mientras revienta cabezas de los zombis con una escopeta de postas.
—¡No me queda más munición! —se queja Borgo.
—¡Registra a los muertos del vehículo, seguro que tienen armas! —grita Ganglio mientras atraviesa el cerebro de un zombi con su fusil. Borgo abre la portezuela del buggy, y empieza a registrar al copiloto. El carroñero está tan ocupado rebuscando en el cadáver, que no se da cuenta de que el copiloto todavía sigue vivo. El Orlock moribundo desenvaina su cuchillo, e intenta apuñalarlo. El carroñero jorobado se da cuenta, y consigue apartarse a tiempo. Borgo grita ayuda a sus compañeros. Cuando Barat oye el lamento de su compinche, el líder carroñero acude en su ayuda rematando al Orlock con un disparo a bocajarro.
Corintio observa como Jagger ha derribado varios zombis, y está haciendo estragos contra varios de sus hombres. Con cada descarga de su ametralladora, caen varios carroñeros y zombis por igual. El psíquico se concentra intensamente, y gracias a su poder telekinético aumentado por la droga Espectro, consigue volcar el contenedor donde se encuentra el Orlock.
Jagger se agarra a la torreta durante el aterrizaje al suelo, y el vagón queda tumbado por uno de sus lados. Dos zombis se acercan erráticamente tambaleándose hacia él. El pandillero se ha quedado trabado en la torreta, y su ametralladora ha quedado inservible por la caída. Jagger observa horrorizado, como los infectados se acercan a paso lento. Llevan el odio grabado en sus ojos, y el Orlock forcejea para liberarse inútilmente.
Inesperadamente, suenan unos disparos crepitantes, y los Zombis caen de bruces, quedándose quietos. Turbo aparece con un rifle láser humeante, y se agacha para ayudarlo a salir.
—¡Gracias muchacho, casi me comen esos malditos descerebrados, esto es cosa de brujería! Me he quedado enganchado con el jodido arnés, la caída ha bloqueado el cierre. Si tienes un cuchillo creo que puedo liberarme. —Turbo le pasa una navaja, e intenta ayudarlo.
El contenedor volcado se abre, y varios Orlocks salen al exterior alarmados. Grim, Clyde, Dereck, Úrsula y Kirk cubren a Jagger mientras este se libera.
—¿Cómo han conseguido tumbar el contenedor? —pregunta Dereck sin dejar de disparar.
—No tengo ni idea. De repente el vagón se tumbó solo…, como si lo hubiese hecho el viento.
—¿Estás bien grandullón?
—He tenido momentos mejores Clyde. Si no fuese por Turbo, esos zombis de plaga me habrían devorado. Ahora sería uno de ellos…, por el gran Olandus, si eso ocurriese, prometerme que me dispararéis en la sesera. Gracias muchacho, no olvidaré tu ayuda. ¡Vamos compañeros, acabemos con estos desgraciados!.
El paso agrietado absorbe rápidamente la sangre derramada por ambos bandos. Varias columnas de humo se alzan desde los vehículos caídos, cuyos chasis han sido pasto de los lanzallamas y las granadas. Huele a goma y metal quemado.
Decenas de cuerpos fríos, pertenecientes a carroñeros y Orlocks por igual, yacen inertes en el cuarteado terreno del páramo. Los pájaros mutantes picotean a los cadáveres, mientras que algunos zombis están arrodillados sumándose al festín. El resto de muertos vivientes atacan a los vivos.
Zaart, junto con los hijos de hierro y algunos colonos, protegen el contenedor de un grupo de carroñeros que los asedia con insistencia. Pyro y Zaart están en el exterior, detrás del vagón, usando de cobertura las esquinas de la estructura. Carraca y los colonos se resguardan en el interior del contenedor, y disparan a través de la apertura que abrieron los carroñeros.
El escamoso Dagón, lanza un disco de metal con una velocidad inhumana. El arma recorre el desierto con un zumbido, y se hunde en el pecho de uno de los hijos de hierro. La inercia del golpe tumba al Orlock un metro hacia atrás.
El combate empieza a reducir drásticamente los efectivos de ambos bandos. Corintio se da cuenta de ello, mientras observa las continuas bajas de su familia. Varios de sus hombres ya están desmoralizados, y corren en dirección a las grietas para resguardarse del fuego enemigo.
—¡Drax, coge el cañón láser y acércate!. Rómulo y Remo, vosotros también —les ordena el psíquico a sus dos guardaespaldas.
Otras de las sorpresas que encontraron los carroñeros en los bunkers imperiales, aparte de las granadas perforantes y es Espectro, fue un cañón láser imperial. Esta devastadora arma es capaz de derribar un vehículo blindado sin muchos problemas.
Corintio se concentra, y la electrostática brota alrededor del psíquico y sus guardaespaldas en forma de pequeños rayos. Una gran bola de energía se los traga, y tras unos breves segundos desaparecen.
El resto del convoy liderado por Torvak, se acerca disparando desde larga distancia. Una gran marabunta de desarrapados han sido expulsados de las grietas, y huyen desmoralizados.
—¿Los perseguimos jefe?
—Déjalos, no gastemos más recursos en esos desgraciados, demasiado hemos perdido ya.
El grupo de Barat, se encuentra acorralado por los Orlocks. Todavía se resisten, disparando las pocas balas que les quedan.
—¡Tenemos que intentar llegar al búnker con los otros! —grita Barat desesperado, y el grupo se dispersa en varias direcciones.
Borgo es el primero en huir, pero nada más abandonar la cobertura que le ofrece el vehículo, recibe una ráfaga en su tullido cuerpo. El carroñero trastabilla unos pocos pasos, antes de derrumbarse en el cálido terreno. Tiene ambas piernas destrozadas, y se arrastra lentamente por el páramo.
Ganglio lo sigue, y es alcanzado por varios impactos en la espalda durante su huida. Esta vez el casco de robado de los agentes enforcer no le salva de las balas. El mutante cae boca abajo, con el pecho atravesado. Exhala su último aliento, mientras con su gigantesca mano agarra un puñado de tierra.
Yuria corre todo lo que le permiten sus piernas, volviéndose de vez en cuando para disparar. Después de avanzar unos cuantos metros, es alcanzada por un certero disparo de Úrsula en la nuca. La carroñera cae al instante, y sus tres brazos quedan inmóviles para siempre.
Dagón no huye. Dispara su último arpón, atravesando a un cañonero. El escamoso suelta su rifle y presenta batalla, cargando contra el grupo de los Orlocks con un rugido atronador. Varios disparos de los cañoneros, arrancan de su pecho jirones de piel y salpicaduras de sangre. Pero un solo disparo de Pyro basta para detenerlo, y el rayo de plasma borra su existencia para siempre. Ni su piel escamosa, ni su poder de regeneración consiguen salvarlo.
Barat es abatido de un tiro en la columna, mientras intenta reagruparse con el resto de los carroñeros. Tumbado en el suelo, se aparta la maraña de pelo que le cubre su grisácea cara. El Líder carroñero observa el cielo contaminado, y arruga la nariz mientras escupe sangre. Sus ojos hundidos dejan de parpadear y se apagan para siempre.
Motrex no tiene tanta suerte. Durante su huida, lo intercepta Kirk agarrándolo del cuello con su prótesis biónica.
—Tú no te escapas, hijo de puta —le grita el Orlock, mientras Motrex se retuerce por la presión de su mano— vas a pagar por todos los cabrones que han matado a los nuestros.
El pandillero lo arrastra mientras el carroñero forcejea. Se lo lleva detrás de un contenedor para no ser molestado. Desde allí se oyen unos gritos desgarradores de dolor y súplica. Los alaridos se escuchan por todo el páramo durante más de una hora…
El sol empieza a caer, y los Orlocks hacen balance de las pérdidas. La pesadumbre por los caídos, aflige a los cañoneros supervivientes. Recogen a todos los suyos y los incineran en una gran pila. Ninguno de los rudos pandilleros, derrama una sola lágrima en el desierto, por las pérdidas de sus compañeros. Se alegran de que las almas de sus cuerpos incinerados sean libres, y no caigan en manos del gremio de cadáveres.
Los mecánicos se ponen a trabajar en los vehículos. Utilizan planchas de acero soldadas a modo de parche, para tapar los agujeros más grandes, y utilizan lonas especiales para cubrir el resto. También consiguen enderezar el contenedor volcado, gracias a la grúa del rover que va en cabeza. Los mecánicos también cambian algunas de las ruedas pinchadas, y reparan algunos de los enganches.
Dos de los rovers están demasiado dañados para poder arreglarlos, pero consiguen desacoplar su carga, y engancharla a otro vagón. Los potentes rovers de Los Rojos son capaces de remolcar el doble de carga de la que transportan.
No es el primer asalto que sufren, y seguramente tampoco será el último, pero nunca unos carroñeros habían estado tan cerca de hacerse con un cargamento entero.
Los Rojos no bajan la guardia. Mientras se sobreponen, varios cañoneros vigilan el perímetro desconfiando de la calma del desierto.
—Por suerte no jodieron el camión cisterna —se alegra Grim, mientras se enciende un narcotubo, y observa cómo los mecánicos llenan los depósitos de combustible.
—Si…, Torvak sabía muy bien lo que hacía cuando separó el resto de vehículos de la caravana. Si esos parias hubiesen dañado el camión cisterna, nos encontraríamos con serios problemas. Esos déspotas se están haciendo demasiado fuertes —responde Dereck, mientras se ajusta el vendaje ensangrentado de su cabeza.
Úrsula se dirige detrás del contenedor, donde Kirk se ha tomado su tiempo para torturar al carroñero. Cuando observa el cuerpo desfigurado de Motrex, le entran ganas de vomitar. No sabe a ciencia cierta si es odio o locura lo que le ha impulsado a semejante barbaridad. Quizás ambas cosas. Kirk aparece, mientras limpia la sangre de su implante biónico.
—Se lo merecía, todos esos herejes no son dignos de respirar.
—Tú no estás bien Kirk, lo que le has hecho a ese miserable no es humano…
—¡Lo que me hicieron a mí tampoco lo es! —responde mientras le muestra su extremidad metálica, abriendo y cerrando la mano.
Pero Úrsula se aparta cuando el Orlock se le acerca. Ya ha conocido a suficientes psicópatas a lo largo de su vida, y sabe por experiencia que todos acaban igual.
Zaart está ayudando a los mecánicos que trabajan en los rovers. Mientras transporta una caja de herramientas, observa por un momento al resto de colonos, y reconoce a la chica sin nombre. Cuando sus miradas se cruzan, el joven Orlock deja la caja y se le acerca.
—Gracias por ayudarnos. Has luchado bien chica, no sé donde has aprendido a disparar de esa manera, pero nos has sido de gran ayuda. Ahora que nos conocemos un poco más…, ¿me puedes decir tu nombre?. —Zaart se limpia la cara manchada de polvo, y mantiene la mirada fija en la joven. —¡Vamos…, hemos luchado juntos en una jodida guerra, ahora somos compañeros de armas! —. La chica no puede evitar sonreír.
—Me he criado muy lejos de aquí, en una casa de militares, por eso sé manejar el rifle…, Y mi nombre es Electra. ¡Pero te aviso de que no voy a responder a ninguna pregunta más! —. Zaart sonríe y se aleja satisfecho, cuando escucha una voz familiar detrás de él.
—¡Chico has sobrevivido!, demasiada suerte estás teniendo ya —Grim está agotado y su rostro se muestra muy envejecido. Jagger se acerca, y le revuelve el pelo —por el gran Olandus, al final te vas a convertir en un cañonero de verdad. Me alegro de que sigas en pie. De todos modos no nos relajemos demasiado, no sabemos si todavía quedan más engendros.
Dereck se acerca y le estrecha la mano a Zaart.
—Bien escoria, te aclimatas rápido al desierto. Esta vez nos ha ido de cerca.
—Rebel ha muerto.
—Si, lo sé…, he visto su cadáver en la pila. Era un buen hombre…, pero así es nuestra vida en este miserable páramo, hoy estamos vivos y mañana ya veremos. Ves acostumbrándote a no encariñarte demasiado con nadie.
El grupo se une al resto, y ayudan los mecánicos a reparar los estropicios para reanudar el camino. Torvak está haciendo balance de lo ocurrido con el ingeniero Godor.
—¿Cuándo crees que los mecánicos tardarán en acoplar los contenedores?
—Poco tiempo, tenemos suficientes herramientas hidráulicas para ensamblar los vagones. En menos de una hora los soldadores acabarán su trabajo y nos marchamos.
—Me alegra oír eso. De todos modos, daros toda la prisa que podáis Godor. Aquí somos un blanco fácil. —Torvak se coloca su abrigo, y observa cómo sus hombres trabajan. —Godor, busca a Jagger y a Pyro. Vamos a hacer una reestructuración en la defensa de la caravana.
Godor se aleja en busca de los pandilleros, no sin antes azuzar a los trabajadores para que se den prisa en acabar con las reparaciones.
El frío del páramo empieza a agitarse, y algunas columnas de polvo anuncian fuertes vientos. A pocos metros de la caravana, la gran estructura a la que apodan la Vieja Estación, se alza rompiendo la monotonía en el desolado desierto. En la cima de su techo de plastiacero, una delgada figura observa cómo los Orlocks trabajan en arreglar sus vehículos.
Corintio está buscando a alguien, escrutando con su catalejo entre todos los soldados atareados, y cree que por fin lo ha encontrado. “Ese tiene que ser su líder”, piensa el psíquico cuando observa a Torvak reunido con el resto de cañoneros. Sabe que es él, los rostros de sumisión en los otros hombres lo delatan. Necesita saber que planean, sus poderes no le permiten escucharlos desde tan lejos. Tiene que elegir a uno de ellos para poseer su mente.
Hay tres Orlocks reunidos con el líder, discuten y gesticulan. Uno de ellos tiene la muerte dibujada en la cara, no parece un buen candidato, demasiado violento. El de al lado es muy grande, con una gran barba. Habla demasiado, es posible que sus compañeros noten algo raro si se mete en su cabeza. El otro es perfecto, no dice mucho, solo cuando el líder pide su opinión.
Corintio vuelve a concentrarse, aunque está muy agotado. El uso de sus poderes lo debilitan en exceso. Las grandes venas de su cabeza se hinchan y palpitan. Los ojos del psíquico se cierran, pero sus párpados se contraen con fuertes sacudidas. Ahora los abre, y ve a través de los ojos de Godor, también escucha por sus oídos.
—He estado hablando con el cazarrecompensas que protege a la chica Pyro, y me ha dicho lo que ha ocurrido durante el viaje.
—¡Maldita sea Torvak, esa fulana tiene la boca manchada, nos habla como si fuésemos escoria de la subcolmena!.
—¡Es trabajo Pyro! No quiero más problemas entre nuestros hombres. No sé quién es esa chica. Lo único que importa, es que Lord Morrow nos pidió que llegase intacta a El Cráneo. Una vez allí vendrán a buscarla y ya no será mi puto problema. Hasta entonces, esos dos colonos viajarán conmigo.
Corintio escucha la conversación a través de los oídos de Godor “¿Quién es esa chica tan importante?” El psíquico sabe que lo que acaba de escuchar es un dato a considerar. Todavía no entiende cómo esa información le será provechosa, pero tiene que averiguar quien es esa Joven.
—… entonces partimos en menos de una hora, Godor. ¿Godor…, estás bien?
—Sí. Estoy bien —responde una figura solitaria en lo alto de la vieja estación. Y esas mismas palabras, son replicadas en los labios de Godor.
—Joder, cualquiera lo diría…, tienes mala cara bribón.
—Muy bien, entonces, ya está todo hablado. ¡Venga a trabajar, partimos en una hora!. Jagger, avisa a la chica y a su protector para que se trasladen a mi vehículo.
Cuando Torvak termina de hablar, los Orlocks se retiran. Godor se acerca a Jagger con lentos movimientos.
—¿Quién es esa chica?, ya la aviso yo.
—¿Todavía no te has enterado? Hermano, no te reconozco. Si hasta sabes dónde guardamos el último tornillo que transportamos. Bueno, supongo que estamos todos bastante afectados. Esos carroñeros casi se salen con la suya. —Jagger busca con la mirada entre los trabajadores —. ¿Ves a esa chica alta, con abrigo y capucha…, la que se escaquea y no ayuda a nadie?
—Si…
—Pues ahí la tienes. Date prisa, yo tengo que acabar de repasar el contenedor. Mándame a uno de tus mecánicos para revisar que todo esté correcto. No quiero que ese puto aire contaminado, se filtre en el vagón durante lo que nos queda de viaje.
Godor se marcha erráticamente sin responder, dirigido bajo el influjo de Corintio. Cuando el psíquico abandona el cuerpo del ingeniero, Godor vuelve a sus quehaceres sin recordar los últimos minutos de su existencia.
En lo alto de la vieja estación, los infrahombres ya tienen a sus objetivos localizados.
—Ahora es el momento, hijos míos. Drax, solo tú tienes la fuerza necesaria para disparar el cañón láser. Apunta a uno de los rovers y destrózalo.
>>Romulo y Remo, estar preparados. Voy a teletransportar a esa chica que es tan valiosa para nuestros enemigos. En cuanto la traiga aquí, la desarmáis.
Drax se coloca el inmenso cañón al hombro, y sus poderosos músculos lo sostienen, mientras Corintio lo activa, y le da instrucciones sobre su uso.
—Este es el visor, y con este botón puedes agrandar la imagen. Cuando yo te avise, disparas al vehículo más cercano. Rómulo y Remo, estad atentos, solo tendremos unos segundos con la confusión, y la chica va armada —. El mutante bicéfalo desenfunda sus dos pistolas automáticas y se prepara.
—¡Ahora, hijo mío, dispara!. —Drax obedece y aprieta el gatillo. Con un intenso rugido del arma, el cañón proyecta el rayo láser hacia el convoy. La devastadora energía impacta en el objetivo derribándolo con una sonora sacudida. A causa del impacto, mueren dos mecánicos que trabajaban en el vehículo.
Los Orlocks de los alrededores, que estaban ocupados reparando los desperfectos, se ponen a cubierto. Segundos después, viendo que no hay más disparos, apuntan sus armas exaltados buscando un objetivo. Reina el alboroto entre los Orlocks, porque no hay carroñeros a la vista, y no saben desde donde los atacan.
—¿¡Dónde diablos están!?, ¡Dad la cara, malditos perros! —exclama Pyro, mirando con el rostro desencajado hacia todos lados.
Corintio no pierde de vista a Electra, y se concentra profundamente para hacer uso de su poder telekinépata. Los vasos sanguíneos de la cabeza del psíquico tiemblan con fuertes espasmos.
Electra grita, cuando se ve envuelta en un círculo de energía, que distorsiona la realidad adyacente. Su protector que no le pierde ojo, se da cuenta, y corre hacia ella internándose en la burbuja. Ambos desaparecen, y son teletransportados a la parte más alta de la vieja estación.
Cuando aparecen delante de los infrahombres, los dos se encuentran muy descompuestos. El mutante bicéfalo aprovecha, y antes de que puedan reaccionar, vacía un cargador sobre el protector de Electra, matándolo al instante. Después apunta hacia la chica.
—No te muevas y tira el arma, si no quieres correr la misma suerte que tu compañero —le advierte Corintio en gótico alto. El psíquico está agotado por el esfuerzo.
Drax se acerca a la chica y le arrebata el rifle. Electra se orina encima ante la presencia del escamoso, tiene náuseas ocasionadas por la teletransportación y vomita. La chica se ve obligada a quitarse la máscara filtradora para no ahogarse con su propio vómito. Observa con pánico y ojos llorosos a sus captores. Hasta hace unos minutos estaba a salvo junto con los Orlocks, y ahora se encuentra rodeada de tres monstruos. Sus ojos temblorosos repasan a un hombre lagarto de más de dos metros, otro mutante de dos cabezas y un psíquico no autorizado. Se siente desvalida como nunca, y nota como la angustia se apodera de ella.
—¿Qui- quiénes sois, q-qué queréis de mí…? —la noble no obtiene respuesta, y nota como pierde la consciencia.
El viento amenaza con volver a reanudarse en los yermos irradiados. La masacre acontecida puede verse reflejada en la pila incinerada de los Orlocks caídos, y en los numerosos cadáveres esparcidos por el desierto.
Una alimaña mutante con forma de gusano quitinoso, se acerca a uno de los carroñeros muertos y empieza a devorarlo.
El aire racheado se arrastra por el suelo infértil del páramo, levantando el polvo del desierto.
Fin del capítulo 3
Grandes relatos.
Me está encantando esta novela. Está muy muy bien.
Un saludo y a la espera de más Necromunda.
Hola Serviorco,
Gracias por el feedback compañero, me alegra que te guste.
Saludos.