Relatos de ciencia ficción, terror, humor y fan-made
Si te dijese que soy un individuo que trabaja bajo presión y está equipado con un soporte vital para sobrevivir en un medio hostil, nunca te imaginarías a qué me dedico…
Me puedes llamar Efra, y aparte de escribir relatos, soy escafandrista profesional y fotógrafo submarino. Me gusta el oficio, y es lo más parecido que he encontrado a ser astronauta y explorar planetas desconocidos.
Nací en un caluroso mes de agosto de 1978, el mismo año que entró en vigor la Carta Magna española. Aprendí a leer precozmente con los tebeos que compraba mi viejo a principios de los ‘80. Cada semana mi padre se agenciaba ejemplares de la espada salvaje de Conan, retapados del hombre araña o novelas gráficas de diferente índole. Todavía no sabía leer, pero disfrutaba de los dibujos y su narración gráfica en viñetas.
Con tan solo once años, cayó en mis manos un cómic muy especial de Batman. Aún tengo recuerdos escabrosos con la Broma Asesina de Allan Moore y Brian Bolland, uno de los primeros tebeos que recuerdo desde mi más tierna infancia. Se me quedaron grabados algunos dibujos en los que James Gordon era apresado y postrado ante el Joker, por unos enanos travestidos y perturbadores. Ese cómic mostraba a un hombre murciélago muy diferente, y el payaso de pelo verde daba más miedo que nunca.
Nunca me decanté por Marvel o DC. Con el tiempo aprendí que la magia de los cómics, pertenecía más a los guionistas, dibujantes, entintadores y coloristas, que a los propios personajes de las franquicias. Mis influencias del noveno arte fueron muchas. Artistas de la talla de Allan Moore, Jim Starlin, Frank Miller, Peter David, Katsuhiro Otomo, John Byrne, Sampei Shirato, Riochi Ikegami, David Shultz, Mark Millar, Garth Ennis, Bill Sienkiewicz…, es imposible nombrarlos a todos, sin desbordar páginas y dejarme muchos en el tintero.
Años después, llegaron algunas novelas de terror de Allan Poe, Lovecraft, Stephen King… y la ciencia ficción de Asimov, Clarke Arthur C, Dick Philip K, Henlein Robert A y muchos otros. Aunque tampoco le hice ascos a Erich Fromm, Kazka, Friedrich Nietzsche, Juan Rulfo o Garcia Marquez.
Lo mismo ocurrió con el cine. Viví el boom de las artes marciales de los ochenta. Aquella época en la que las estanterías de los videoclubs, mostraban un surtido de carátulas que atrapaban a los de mi generación. Yo adoraba a los exóticos enmascarados interpretados por Sho Kosugi. Las películas noventeras y ochenteras, se caracterizaban por su diversidad en géneros, desde el drama hasta la comedia, la ciencia ficción y la acción. Muchas de ellas tenían tramas simples pero efectivas, con personajes carismáticos y situaciones emocionantes. Los efectos especiales eran más artesanales, y el CGI todavía estaban en pañales.
Eran tiempos en que los chavales de mi edad frecuentaban “las salas de máquinas” y cambiábamos monedas de cien pesetas, por cuatro de cinco duros a un individuo bizarro con riñonera. Antros de barrio con olor a tabaco y ruidos estridentes. Recreativas con ceniceros integrados para ser jugadas por niños y adolescentes por igual, ¡inconcebible en estos tiempos de flojos!
Saco pecho y alguna lágrima, si te digo que también viví la época dorada de los ocho y dieciséis bits. Nuestro periódico era la Micromanía, y Alfonso Azpiri nos deleitaba con sus portadas.
Además, fui jugador de algunos wargames de la época, allá por el 92. Empecé con Space Hulk, Hero Quest, Cruzada Estelar, y más tarde con las primeras ediciones de W40K Rogue Trader, BloodBowl y Necromunda.
Durante todo este tiempo estuve coqueteando con la escritura, creando infinidad de cómics y relatos. Todas esas libretas repletas de palabras, conceptos y dibujos, quedaron olvidadas en armarios, dentro de cajas de zapatos por casa de mis padres.
Cuando me hice mayor y un hombre de provecho, me enrolé en la industria del submarinismo. Me convertí en marino profesional, y viajé a lejanos continentes en busca de experiencias y aventuras. Toda mi colección de cómics y libros no cabían en mi mochila. Pero gracias a los benditos avances tecnológicos, mi biblioteca digital siempre me acompañó a todos los países que visité. Y durante las noches tropicales de mi camarote, la literatura me entretenía y mis héroes favoritos siempre me acompañaron.
Tengo mucho que agradecer al formato digital. Y durante todos estos años, un simple ordenador portátil ha impedido separarme de una maravillosa afición que me ha visto crecer.
Ahora ha llegado el momento de devolver la pelota, y que Tintasdigitales ocupe su espacio en los servidores de Internet…
P.D. Si quieres ver otras webs en las que trabajo, aquí te enlazo un par: Viajarbuceando y Sirenafotografía